Pablo Eliseo R. Altamirano

(https://sintesis.com.mx/tlaxcala/2021/08/23/habla-la-palabra-habla/).

No afirma su ser el hombre que no habla, por el contrario, se repliega. Es condición ontológica del habitar humano, igual que del decir y la palabra. Abre el habla la posibilidad de cumplir el sentido signado en nuestra naturaleza. Por su medio se libera y llama la fuerza que emerge desde el más profundo sí mismo.

Es el habla la representación más transparente de cada cual. Ella dibuja y actualiza la imagen del “yo”, matiza la personalidad, la ilumina o ensombrece; transforma o repite según ponga al descubierto u oculte la necesidad existencial que sostiene al hablante unido a la vida, es decir a lo que lo mantiene vivo.

El hombre habla, dice el ontólogo alemán de la Selva Negra, y en el habla el lenguaje habla y habla el ser (la fuerza), si alguno falta sólo queda ruido o vacío. No basta el lenguaje cuando no se tiene nada que decir, igual que no es suficiente sentir el grito empujando al punto de desborde cuando falta la palabra que le da forma. En ninguno de estos casos habla el hombre; lo hace únicamente cuando a través suyo ex-presa en unidad la fuerza revestida de lenguaje: al ser hecho palabra. Es el habla precisa y preciosa conjugación hecha por el hablante de lo que es nada con lo que es algo.

Presentar palabras de forma acústica o gráfica no es sinónimo de habla, se necesita más que la simple manifestación de significantes; tampoco alcanza con significarlos para hablar. Significante y significado son componentes del lenguaje, más no del habla; aunque ésta los integra por ser el lenguaje uno de sus dos principales constituyentes. No obstante, es común creer equivocadamente que todo el que articula palabras habla, no es así. No siempre el hablante que “habla” habla, sólo lo hace en determinados casos, en otros balbucea, palabrea o chacharea.

Acoto, sin ánimo de desvirtuar la temática, que la esencia más primigenia del lenguaje está en conducir, no en hablar. El lenguaje no habla, orienta: habla el hablante. Así mismo, el hombre no dirige, lo hace el lenguaje, por eso acude a él y se pone en surte de su función para hablar. Entonces, ¿cuál es la propiedad más primigenia del habla?

En concordancia con la aclaración de la esencia del lenguaje, cuyo sentido no es hablar sino conducir, por igual especificamos que el ser o decir primero tampoco habla, fuerza (de forzar), exige, condiciona e impera, pero sobre todo une, liga y religa. Lo hace sin razón, noción o cuidado de formas; obliga sin preocupación, hace y deshace para permanecer haciendo. El ser, separado del lenguaje y sin el favor del hablante, como lo explica José Gaos, es nada; pero manifiesto en el todo unido imposible de distinguir. Por tal, lenguaje y ser –por separado, sin el favor humano– no hablan; uno conduce y el otro exige encuentro. Quien habla es el hombre.

Ahora, sabida la esencia de lenguaje y ser, advirtamos cuál es la propiedad primera del habla, cuál el mínimo básico suficiente para decir que el hombre habla. Pues, aunque sabemos que en efecto lo hace, falta distinguir en qué casos sí y en cuáles no.
Sin mayor preámbulo ni extensa explicación, la esencia del habla está en responder: el habla responde. Quien no responde se queda en el balbuceo o palabreo. Es decir, en el ánimo de querer hacerlo pero sin la palabra que conduzca o bien en el amontonamiento de palabras que atienden a ninguna petición.

Hablar es responder, como responder es atender las necesidades y las necesidades son la falta o bien vacío que nos llama a la unión con lo ausente, que una vez integrado proporciona plenitud. Esto es, hablar implica escuchar la necesidad, sentir la fuerza del vacío convocando al encuentro con lo que hace falta. Tal fuerza, además de sentirla, el ser humano puede llegar a distinguirla con ayuda de la palabra. Dicho proceso de reconocimiento pasa por un proceso de configuración o, como dicen los psicoanalíticos, elaboración; lo cual es más exacto llamarlo pensar. El pensar es la tarea intermedia imprescindible entre la escucha y el habla.

Así pues, una vez sentida la necesidad mediante la escucha y reconocida gracias al pensamiento, se da el fenómeno de la percepción y comprensión. Llegado a este punto, cuando ya ha sido visualizada la falta y comprendido su estado, el habla se hace presente para responder la solicitud del llamado, es decir para atender la exigencia de la necesidad que agobia, y dada la respuesta vuelve la armonía. Por el contrario, los que no escuchan, no distinguen lo que se pide y, en consecuencia, tampoco lo comprenden; ellos jamás cubren las necesidades que quién los solicita, sus actos permanecen sujetos al umbral de las reacciones, nunca de las respuestas, así como sus “enunciados” se reducen a balbuceos y palabrería, no alcanzan a hablar, porque el que habla responde y el que responde devuelve la calma.

Para reestablecer la unidad, hace falta hablar…

Facebook: Pablo Rodríguez Altamirano

Twitter: @PABL0ALTAMIRAN0

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