Para los primeros misioneros que llegaron a la Nueva España fue fundamental que conocieran el idioma de los nativos para poder comunicarse con ellos y así poder evangelizarlos, pero había poca gente que les enseñase la lengua. Por es-ta situación se dieron a la tarea de fundar escuelas y colegios para los hijos de los antiguos señores indígenas. Uno de los más importantes, el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco.

A casi treinta años de su llegada a la Nueva España, además de ser de los fun-dadores del colegio, fray Bernardino de Sahagún fue maestro de lengua latina y mexicana. Al mismo tiempo que se fue adentrando en el conocimiento de la histo-ria, la lengua, las costumbres y las tradiciones del México antiguo, sin querer fue preparando a sus alumnos para que le auxiliasen en una de las empresas que le llevó más de cuarenta años, la redacción del Códice Florentino.

La obra se fue gestando de acuerdo con el profundo interés que sentía por la cul-tura para llevar a cabo la evangelización de los indígenas. Sahagún consideraba que la hacer más eficaz la evangelización, se debía extirpar de raíz la idolatría. Para lograrlo había que conocer sus creencias y prácticas, mismas que seguían a la sombra de las ceremonias católicas.

Su labor evangelizadora se enfocó en el estudio de “las cosas divinas, o, por me-jor decir idolátricas, y humanas, y naturales, desta Nueva España.” Hace alusión a que, por no conocer las antigüedades de los indígenas la evangelización, hasta ese momento llevada a cabo, no había sido efectiva.

Datos biográficos sobre su vida en la Península, son pocos. De su lugar de ori-gen, él mismo declara en el prólogo de su Historia General de las cosas de Nueva España, “yo, fray Bernardino de Sahagún, fraile professo de la orden de Nuestro Seráfico padre San Francisco, de la observancia, natural de la villa de Sahagún, en Campos.” Fue un fraile de formación humanista en la Universidad de Sala-manca; inspirado en las ideas reformistas del confesor y consejero de la reina Isabel “La católica”, el cardenal Francisco Ximénez de Cisneros.

Acompañado de fray Antonio de Ciudad Rodrigo y otros franciscanos, además de los señores indígenas que regresaban a la Nueva España, desembarco en Vera-cruz en octubre de 1529.

Pasados algunos años de su arribo a la Nueva España y aun contando con el antecedente de su interés por ahondar en el conocimiento de la cultura indígena para poder evangelizar y formar una nueva cristiandad, pensaba que para una mejor conversión de los indios era necesario el dominio de la lengua para servirse eficazmente de ella en el púlpito y en el confesionario, de modo que para erradi-car la idolatría era necesario conocerla y atacarla en sus raíces.

En 1558 por mandato del provincial fray Francisco del Toral, emprendió la investi-gación en Tepepulco (Tepeapulco, Hidalgo) auxiliado por un cuestionario en len-gua castellana dividido en cuatro capítulos con los temas a indagar en ese lugar, con el siguiente orden jerárquico, primero dioses, después del cielo y el infierno; el señorío y de las cosas humanas.

Ya en Tepepulco, acompañado de ancianos principales muy hábiles en las cosas curiales, bélicas, políticas e idolátricas y de sus alumnos trilingües, siguiendo el orden del cuestionario, recogieron la información en lengua náhuatl y con códi-ces pictográficos, comentados al pie de la pintura.

Debe mencionarse que los ancianos que le brindaron información, en su juven-tud fueron formados en los antiguos colegios, el calmécac o el telpochcalli. En estos lugares la enseñanza era de forma oral y memorística para conocer los có-dices, así como para interpretar su contenido. Esta situación fue aprovechada por Sahagún para lograr conocer la historia, las costumbres y tradiciones de la cultura náhuatl que se encontraba presente pasados varios años de la conquista.

Siguiendo la estructura de su plan, a las cosas del cielo siguen las humanas. Primero y por orden jerárquico, se inicia con los señores, siguen los mercaderes y oficiales, concluye con los vicios y virtudes de los hombres, la información culmina con referen-cias a los animales, plantas y minerales. Alfredo López Austin ha planteado que, al in-vestigar sobre los pueblos, los informantes entendieron que Sahagún quería saber la historia de sus señores, por lo que le dieron algunos códices que contenían referencias a la vida de sus gobernantes.

Después de su estancia en Tepepulco, por orden del nuevo provincial fray Fran-cisco Bustamante paso al convento de Santiago de Tlatelolco con todos sus do-cumentos. Ahí se dedicó a examinar con algunos señores indígenas sus diferentes es-critos. En 1565 paso a San Francisco de México con sus escrituras, donde por es-pacio de tres años “los pasé y repasé a mis solas, y las torné a enmendar y divi-dílas por libros en doce libros, y cada libro por capítulos y párrafos”.

Estuvo en San Francisco hasta 1570, año en que pasa definitivamente al Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Con el apoyo del provincial Miguel Navarro y del guardián del convento de México, Diego de Mendoza, pudo sacar entonces una copia en limpio de sus textos en náhuatl, distribuidos en los doce libros que a la postre integrarían la que se conoció más tarde como Historia General de las cosas de Nueva España en 1569. De acuerdo con el propio Sahagún, este libro paso por tres cedazos, Tepepulco; Tlatelolco y San Francisco.

En la reunión de la orden franciscana de 1570 la obra de Sahagún fue revisada. En el dictamen se dijo, “que eran escrituras de gran estima y debían favorecerse para su culminación,” en cambio a algunos de los definidores (revisores) les pa-reció que era contra la pobreza gastar dineros en escribirse aquellas escrituras, y así mandaron al autor que despidiese a los escribanos, y que él solo escribiese de su mano lo que quisiese en ellas. Impedido a cumplir el mandamiento por ser de edad muy avanzada y tener temblor en las manos no pudo escribir nada ni dispensarse del mandamiento, no se trabajó en las escrituras más de cinco años.

Para la próxima reunión de la orden fue electo custodio fray Miguel Navarro y provincial Alonso de Escalona, mismo que ordeno la entrega y dispersión de los papeles de Sahagún en toda la provincia. Por este tiempo, Sahagún elaboro un Sumario de todos sus libros, mismo que fue llevado a España por fray Miguel Na-varro y entregado al presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando en Madrid y al Papa Pío V. A su regreso de España, Navarro traía el nombramiento de Comi-sario general en el que se ordenaba la restitución a Sahagún de sus escrituras.

El nuevo Comisario general, fray Rodrigo de Sequera, conoció los escritos de Sahagún, razón por la que “se contentó mucho de ellos, y mandó al autor que los tradujese en romance (castellano), y proveyó de todo lo necesario para que se escribiese de nuevo, la lengua mexicana en una columna y el romance en la otra, para los enviar a España, porque los procuró el ilustrísimo señor don Juan de Ovando, presidente del Consejo Indias. Era este el momento esperado por Saha-gún para la elaboración del Códice Florentino.»

El Códice Florentino fue una obra producto de las circunstancias, una obra acci-dentada; que cumplió con el propósito de fray Bernardino de Sahagún, conocer para evangelizar. Este objetivo está presente a lo largo de la obra a pesar de que el abundante caudal de información rebaso las expectativas del autor a lo largo del proceso de elaboración.

Fray Bernardino de Sahagún legó para la posteridad una de las obras fundamen-tales para el conocimiento del México antiguo. El Códice Florentino es una fuente de donde todos los ríos manan. La esencia y la historia de los pueblos indígenas se encuentra viva y presente a lo largo de las dos mil quinientas hojas que lo con-forman.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here