Cuando la dinastía borbónica ascendió al trono del reino español; Francia cedió a España el territorio de la Luisiana que era una vasta y rica región que estuvo bajo jurisdicción española hasta 1800. En 1803 Napoleón Bonaparte vendió este territorio a Estados Unidos con el objetivo de financiar sus campañas militares en Europa. La compra de este territorio le permitió a Estados Unidos estar en contacto con la región norteña de la Nueva España.

Los intereses expansionistas de los americanos no tardarían en hacer acto de presencia, y pronto trataron de extender sus dominios sobre el inmenso territorio español, argumentando que ni Francia y anteriormente España, tenían bien definidos los límites de la Luisiana, a tal grado que afirmaban que la compra del territorio debía incluir Texas y Nuevo México.

Las disputas limítrofes entre Estados Unidos y España llegaron a un punto candente, hasta que, en 1819, Luis de Onís, ministro Plenipotenciario de España en Washington, y John Adams, representante de este país, firmaron el Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre S. M. Católica y los Estados Unidos. En este tratado España cedía a los Estados Unidos todos los territorios, situados al Este del río Misisipí, incluyendo las Floridas. De tal manera que se aseguraban una frontera con los territorios de la Nueva España.

En este contexto surge la figura de Moses Austin, un especulador de tierras que logró que España lo reconociera como representante de familias católicas que eran perseguidas en territorio norteamericano; por esta situación se dio a la tarea de buscar asilo al sur de la frontera en territorio español hasta que consiguió establecerse en San Antonio de Béjar. Murió en 1821 y su hijo Stephen Fuller Austin continuó su obra.

A la muerte de su padre, Stephen Fuller Austin preparaba una empresa colonizadora en Nueva Orleáns. De Natchitoches se trasladó a San Antonio de Béjar, donde el gobernador lo reconoció como legitimo heredero de Moses Austin. Le autorizo explorar y escoger el mejor lugar para establecer su colonia. Austin haría una apreciación del territorio texano, argumentando que “El aspecto general de este país es placentero y en muchos lugares, bello.”

No conforme por haber obtenido la concesión que su padre logró del gobierno español, esperaba ansiosamente las leyes de colonización emitidas por el gobierno mexicano el 11 de marzo de 1823, con el objetivo de poblar el vasto territorio norteño descuidado por el gobierno virreinal y ahora por el gobierno mexicano. A través de estas leyes se le concedió el permiso de introducir a trescientas familias con la condición de que fueran católicas, apostólicas, romanas y de buenas costumbres.

El territorio texano no sólo estuvo en la mira de los Austin. En poco tiempo fue el objeto del deseo de aventureros y colonos. Las autoridades españolas mostraron resistencia a tal grado de exigir la retirada del territorio por distintos medios. Estas tierras también eran buscadas por las tribus indias, quienes veían en Texas una tierra de promisión, ya que de manera constante.  Para Stephen Fuller Austin “los pobres indios acosados perseguidos constantemente en toda la extensión de los Estados Unidos, comenzaron a llegar a Texas en busca de asilo, de tierras en que permanecer en santa paz. De todos los rincones del vecino país del norte llegaban a Texas los indios refugiados, cherokees, delawares, shownnes, kickapoos, creeks, muscogees, seminoles, etc.”

En un decreto emitido por el gobierno de México el 18 de agosto de 1824, se manifestó el interés del gobierno mexicano por utilizar las tierras de la nación y en especial las de la franja fronteriza, que, no perteneciendo a persona o corporación alguna, puedan ser colonizadas por extranjeros, ofreciendo seguridad a sus personas y propiedades, mientras se sujeten a las leyes del país. Entre los que esperaban la emisión de este decreto se encontraba Haden Edwards, que se hallaba en la capital del país para solicitar una concesión para establecer ochocientas familias en tierras texanas.

Stephen Fuller Austin, quien también esperaba poder obtener alguna concesión, durante su estancia en la ciudad dejó sentir su presencia entrevistándose con políticos y frecuentando diputados, dando una clara muestra de hombre de política que sabe, logró imponer sus deseos y hacerlos ley; Austin apoyaba el establecimiento de la forma de gobierno federal en México, vista a su manera, porque de ese federalismo saldrá más tarde la autonomía texana.

Por su influjo en el Congreso Constituyente de 1824, adquirió dominio absoluto sobre la legislatura de Coahuila y Texas; y el 24 de marzo de 1825, se aprobó una ley de colonización, conforme a los principios establecidos en la Constitución; la influencia del barón de Bastrop también fue determinante como delegado en la legislatura por el estado de Texas, para la formulación de dicha ley; “viejo amigo y apoyo de los Austin, sumamente experimentado y astuto en el manejo de funcionarios mexicanos, se aprovechó de la oportunidad de ayudar a Austin en sus proyectos y favorecer la inmigración general de angloamericanos”. Por este motivo Haden Edwards se trasladó a Saltillo para recibir su concesión y el contrato donde se establecían los límites de sus territorios.

En las tierras de Edwards, se encontraban las propiedades de los viejos vecinos de Nacogdoches, “además de una abigarrada mezcla de razas, de clases sociales, de individuos de buena o mala conducta, de criollos franceses y españoles y rudos hombres de la frontera norteamericana, agricultores y varios fragmentos de varias docenas de tribus con indios con distintos grados de civilización”.

En el artículo segundo del contrato con Edwards, se estipulaba, que todas las propiedades que se encontraran ocupadas en Nacogdoches, si contaban con títulos legítimos, debían ser respetados por el contratista y éste se obligaba a proteger los derechos de los dueños originales. Edwards, mismo, después de establecer un mínimo de cien familias, debía proceder a nombrar un comisionado, quien estaría autorizado para expedir títulos de propiedad y fundar pueblos.

Una de tantas acciones erróneas de Edwards, fue que en cada esquina de Nacogdoches, mando fijar carteles donde decretaba y ordenaba, que, todos los individuos y familias residentes dentro de los límites de su territorio deberían mostrar los respectivos títulos de propiedad, y quien no, debía realizar el trámite inmediatamente con la persona por él indicada, previniendo que, aquel que no cumpliera con la disposición, podía perder sus tierras, para ser vendidas sin distinción alguna, al mejor postor. En este sentido, es importante mencionar que, antes de emitir las leyes de colonización a los especuladores, los habitantes de la región, ya se encontraban en pláticas con las autoridades correspondientes para iniciar las gestiones de legitimación de sus propiedades.

El descontento de los pobladores no se hizo esperar, pues indignados por la actitud de Edwards, llevaron una petición a la legislatura coahuiltexana, en dicha se “manifestaron como ciudadanos mexicanos; que habían servido al país con armas en mano defendiendo la soberanía, que no necesitaban a Edwards, un extranjero desconocido, para que los mandara y despojara de sus tierras; solicitaban las tierras de las franjas fronterizas y litoral, además veinticinco leguas en torno a Nacogdoches y dejar fuera de toda injerencia al mencionado Edwards”.

Edwards visito a Austin en su colonia, pero al regresar se sintió inseguro en sus propias tierras, que de inmediato empezó a amenazar con poner grifos a todo aquel que se quejara en Saltillo sobre su accionar, y dando órdenes de desalojo de tierras, o en su defecto, pagar el importe de estas. Sin estas acciones, dice Edwards a Austin en correspondencia, “una tempestad preñada de amenazas me hubiera lanzado más allá del Sabina”.

La situación de Edwards se agravo más, cuando despojo a un mexicano de su propiedad, de nombre Ignacio Sertuche, por no poder pagarla la primera exhibición. Esta tierra de inmediato fue vendida a un norteamericano por la cantidad de quinientos veinte pesos.

La correspondencia entre Austin y Edwards fue constante. Edwards manifestaba la conveniencia de cobrar con exigencia los precios de los terrenos; mientras que Austin le sugería en forma amistosa, que sus procedimientos lo llevarían a la ruina, y perjudicarían a todos los contratistas y colonos. Le aconsejo prudencia y moderación.

Con motivo de la visita del comandante militar a la provincia de Nacogdoches, una multitud de personas aprovecharon la ocasión para quejarse de los actos de Edwards. El comandante militar José Antonio Saucedo, declaro que Edwards, no tenía facultades para exigir la exhibición de los títulos de propiedad a los antiguos vecinos, ni para vender sus tierras. También se la acusó por reunir armas y gente para conspirar contra el alcalde en turno, así como de haber vendido en Nueva Orleáns varios terrenos de la colonia; y que se oponía a la aplicación del artículo de la Constitución del Estado que se refería a la esclavitud.

El ministro de Guerra, Manuel Gómez Pedraza, al enterarse de las acciones de Edwards, pidió un informe a Saucedo, para saber cuáles eran las facultades de Edwards, y si estaba autorizado para tomar el mando militar. Saucedo fue determinante, dijo que Edwards, no conocía otra ley que no fuera la de armas, miraba a los mexicanos con desprecio, y que quizá, con las suficientes fuerzas reunidas intentaría insurreccionarse, para unir la región que ocupaba, a su país de origen. Se le recomendó a Edwards moderación en su accionar, o perdería su contrato. Antes de enterarse de tal disposición, el presidente Guadalupe Victoria ordenó su expulsión del país. Se le preguntó si tenía alguna objeción sobre el decreto, pero antes de elevar sus representaciones al gobierno, tenía que abandonar el país.

luis_clio@hotmail.com

@LuisVazquezCar

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