En este recién iniciado año de 2022, el 6 de enero se vivió con la incertidumbre de la pandemia. A pesar de las restricciones sanitarias las jugueterías se atiborraron de los miles de reyes magos que buscaban no terminar con la ilusión de sus hijos. Los hay de todo tipo, desde aquellos que compran con antelación para encontrar buenos precios y el regalo deseado. Los que regalan ropa o algún otro presente con la finalidad de no terminar con la tradición familiar. Con el tiempo los niños se transforman en padres y así sucesivamente la tradición no se pierde.

A pesar de la pandemia, las tradiciones siguen vivas, pero con muchos cambios que denotan como ha evolucionado la sociedad, de manera particular la forma en la que se concibe a los reyes magos. Aun con la incertidumbre, estas fechas no pasan desapercibidas y llevan a recordar aquellos pasajes de la niñez que se anhelan con la esperanza de invitar a las jóvenes generaciones a voltear al pasado por medio del cine, la música y demás expresiones de la cultura de una sociedad en constante cambio.

Escuchando las canciones de Chava Flores llega la nostalgia por un pasado en el que los niños y no tan niños esperaban recibir de los Reyes Magos el regalo anhelado. Con emoción se acostaban y con el ojo pelón espiaban la llegada de los reyes magos con los regalos, así les vencía el sueño y cuando despertaban los juguetes ahí estaban.

Lejos de recordar con melancolía los días de antaño, llega la reflexión sobre cómo ha evolucionado la idea de los Reyes Magos. Hasta hace algunos años, el regreso a clases ocurría después del 6 de enero, por lo que era muy común ver llegar a los niños con sus regalos y juguetes, entre los que se encontraban los carros de madera, las muñecas, los juegos de té, pelotas, canicas, trompos, etc., a los menos afortunados les llegaba ropa, ya que lo que un niño quiere son juguetes, no ropa. La alegría rebosaba, aunque no les trajeran lo que habían pedido.

La pregunta que hasta el día de hoy no falta es “qué te trajeron los reyes”, con orgullo contestaban, mira lo que me trajeron, la muñeca que come sola, el carro de la tele. En este momento surgía también la respuesta de aquellos niños que decían, me trajeron algo muy bonito pero mis papás no me dejaron traerlo, disfrazando que quizá se olvidaron de dejar el regalo, pero, aun así, la alegría no se perdía. Había de todo, hasta quienes se alegraban con una bolsa de canicas.

Hablando de canicas, es importante mencionar que este es un juego que data de la antigüedad clásica y llegó a México para convertirse en una de las actividades de entretenimiento más representativas para la sociedad mexicana. Numerosos niños se jactaban por las habilidades y precisión en el juego con tal de obtener las canicas de los contrincantes, como se describe en la canción de Pichicuas y Cupertino.

Esos personajes emblemáticos de la ciudad mencionados en la canción de Chava Flores demuestran que los niños se reunían en las calles para convivir y jugar con tanta libertad a las canicas, con un lenguaje tan propio del juego y peculiar por su significado, mismo que llegó a convertirse en código.

Toda una multitud se congregaba en torno a los pisos de tierra, se marcaban los límites, se establecían las reglas y al momento surgían los gritos, primis, segus, etc. El sonido de las canicas se hacía presente cuando se escogían los tiros. Al momento aparecían las agüitas, los tréboles, los pericos, las ágatas y los diablitos. No podía faltar el abusado que, en lugar de canicas, como tiros traía balines y ahí de aquel que tiraba antes que él. Una vez realizada la selección de tiros tocaba el turno de escoger la modalidad de juego, hoyito, rueda, cocol o rombo. Así se pasaban las tardes hasta que caía la noche o los gritos de las mamás retumbaban en sus oídos.

Estas escenas de la vida cotidiana de muchas ciudades mexicanas traen el recuerdo de aquello que se ha dejado en el olvido y que ha sucumbido ante la modernidad de la sociedad de hoy. Siempre ha existido la desigualdad, solo que ahora es más evidente. Cuántos niños en las calles ven pasar los días sin saber que es un día festivo, ya que tienen que trabajar para alimentarse y llevar el sustento a casa.

Cuantos juegos y juguetes se han olvidado por la avalancha de la tecnología y la mercadotecnia. Hace algunos años era común ver en las calles a padres e hijos jugando. Los había quienes les enseñaban a andar en bicicleta, elaborar papalotes, girar trompos y hasta treparse en los árboles. Los juegos en los parques se saturaban de filas de niños que querían lanzarse en la resbaladilla, el columpio, los aventurados se iban al pasamanos y los menos se subían al sube y baja. Los jóvenes más habilidosos y con la intención de obtener unos pesos, jugaban volados, rayuela y el legendario tacón.

Los padres a lo lejos solo acudían en caso de caídas y raspones que curaban con una dosis de saliva y la consabida frase “Sana sana, colita de rana, si no sana hoy, sanara mañana” y al momento los niños corrían de nuevo a la resbaladilla. Cuando les daba sed, hacían fila en la llave del agua, no tan potable, pero muy refrescante.

Los días lluviosos eran lo máximo, corrían a los charcos, brincaban, se mojaban sin temor a las enfermedades. Que decir de las cascaritas en las calles, bastaban dos piedras para formar las porterías y a jugar unos verdaderos partidos de futbol. Las retas eran de lo mejor.

No pueden terminarse estas líneas sin mencionar las escondidillas, las atrapadas, cuyas carreras hacían sudar la gota gorda, pero sí que era diversión. Incluso, la Rueda de San Miguel, la Víbora de la mar y las Estatuas de marfil eran de lo mejor para coordinar los movimientos y no equivocarse. Otros juegos como el avión y la cuerda lograban tal demostración de habilidades que permitían a los niños un desarrollo integral. Los más grandes por su parte jugaban burro castigado, burro 16. Mientras que las mamás jóvenes quitaban el tendedero para atravesarlo en la calle y jugar voleibol.

Dónde quedó la sociedad de ayer, donde con plena libertad las calles estaban repletas de niños con juguete nuevo el 6 de enero. Hoy se encuentran en sus casas sobreprotegidos, jugando con la tablet y el celular, ya no saben lo que es revolcarse, mojarse y trepar de un árbol. Se puede hacer una lista inmensa con los juegos de ayer, muchos ya se han perdido.

Hoy con la pandemia, el encierro ha impactado en la pérdida de la socialización, aquellos juegos que llenaban de color las calles durante los atardeceres se han sustituido por las tardes de videojuegos y películas, provocando una serie de trastornos que se curan con una revolcada, un trago de agua de la llave y un chichón en la frente.

Finalmente, qué pasa con la sociedad de hoy, pues chiras pelas porque el covid ya no deja jugar de a debis.

luis_clio@hotmail.com

@LuisVazquezCar

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