El Día de Muertos es la fecha en la que miles de mexicanos esperan con ansia el regreso, aunque sea por un par de días, de los amigos y familiares que han fallecido. Los esperan con toda la pompa que les caracterizaba en vida, además de los alimentos y antojitos que acostumbraba en vida. Toda una celebración que es acompañada por toda la familia. Esta fecha es única y característica que cada rincón del país se distingue como todo un emblema de la cultura mexicana. Tal es el caso que el tema de la ofrenda es el resultado de un mestizaje cultural, por más que se le atribuya el apelativo de ofrenda prehispánica.

Desde siempre se ha creído que la tradición del Día de Muertos es legado de las culturas prehispánicas, pero algunos autores han investigado la historia, costumbres y tradiciones relacionadas con el tema de la muerte y han llegado a la conclusión de que la celebración no tiene conexión con el México prehispánico. Lo que no deja duda, es que, de acuerdo con los testimonios indígenas, el tema de la muerte era cotidiano, sin un día exclusivo para su celebración. Todos y cada uno de los dioses y los hombres tenían una conexión entre lo celestial y lo terrenal.

El carácter de los mexicanos ha permitido fomentar una actitud alegórica hacia la muerte, se burlan y juegan con ella, hasta la degustan en las tradicionales calaveritas de azúcar y chocolate, o en algunas regiones de amaranto. Dos de estos tres productos también son resultado del contacto con los europeos, al azúcar y el chocolate. En lo que se refiere al amaranto, se ha consumido desde el México antiguo, pero en la época colonial su consumo estuvo prohibido y vigilado por la inquisición por el vínculo que guardaba con las reminiscencias de las prácticas religiosas. Se amasaba con sangre y se elaboraban figuras humanas para llevar a cabo algunos ritos.

A mediados del siglo pasado se rescataron diversos elementos y se recrearon costumbres de la época prehispánica y colonial relacionadas con la región católica, además de las influencias que fueron llegando a México desde diferentes lugares, donde destacan las festividades de Todos Santos y Fieles Difuntos, que les asignaron un sentido prehispánico, que no se puede demostrar, aunque se ha convertido en una creencia popular.

No cabe duda de que la fiesta del Día de Muertos fue producto del encuentro de dos mundos. Sin embargo, en México ha dado origen a una variedad de expresiones culturales que giran en torno a esta celebración que se ha popularizado en todos los ámbitos, particularmente en el cine, desde la icónica Macario hasta inconfundible Coco.

Las representaciones del Día de Muertos han dado lugar a una infinidad de obras, artesanías y diferentes expresiones de arte efímero que se producen en las distintas regiones del país. La riqueza de esta celebración destaca en la creación de obras que artistas han generado en los últimos siglos, particularmente la producción gráfica de José Guadalupe Posada a finales del siglo XIX. La famosa Catrina es una obra de México para el mundo que aporta elementos identitarios que distinguen al mexicano.

El nombre original del grabado fue Calavera garbancera. Se llamaba así porque de este modo designaban a las personas que vendían garbanza, y que, pese a tener sangre indígena, pretendían ser europeos, renegando de su raza y de su herencia cultural. Sobre este tipo de personas afirmaba Posada: “En los huesos, pero con sombrero francés con plumas de avestruz”.

De allí que la ilustración tuviera, en su momento, la intención de constituir una crítica, a la vez una sátira, de algunos personajes de la sociedad mexicana del momento, especialmente la aristocracia que, durante la época de Porfirio Díaz, aparentar un estilo de vida que no les correspondía.

Hacia 1947, Diego Rivera retomó al personaje de Posada en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” cuando la bautizó como La Catrina, y complementó el dibujo de José Guadalupe Posada dibujándola de cuerpo completo con vestidos y sombreros elegantes con lo que le cambió el “estatus social” a la Garbancera.

Su cadavérica figura ha sido parte de la historia popular desde 1910, cuando se popularizaron escritos satíricos conocidos como «calaveritas» que criticaban tanto la situación del país como a la socialité. En dichas publicaciones aparecían esqueletos masculinos conocidos como catrín, elegantes y bien vestidos, acompañados de alguna dama con las mismas características por lo que comenzaron a ser mencionadas como catrinas; este estilo fue una imagen clásica de la aristocracia mexicana de fines del siglo XIX y principios del XX.

En lo que se refiere a la Catrina, surgió como sátira a la población mexicana de esos tiempos que menospreciaban sus raíces. La versión original se realizó en un grabado de metal que actualmente se encuentra en el Museo Posada en Aguascalientes; está adornada solamente con un sombrero enfatizando la pobreza y sus deseos de pertenecer a otra clase social. Aunque se le identifica con el Día de Muertos, en su origen no tenía relación con esta festividad.

Si bien la celebración es parte de una cultura nacional, su origen y su desarrollo indudablemente están ligados a las concepciones indígenas que promovieron su difusión a lo largo del territorio mexicano. En la conciencia colectiva, las celebraciones en torno a los muertos representan un momento privilegiado del encuentro de las familias con sus antepasados.

Aunque ya lo decía Octavio Paz en El laberinto de la soledad: “También para el mexicano moderno la muerte carece de significación”, no se puede negar que el tema de la muerte para el mexicano es cotidiano y familiar.

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