La épica fue un género literario utilizado por los poetas españoles del siglo XVI que escribieron cantos sobre gestas heroicas. Los temas que invadieron el imaginario colectivo fueron, la reconquista de Granada y el descubrimiento de América. Este hecho provocó que los viajeros narraran las expediciones de exploración y conquista.
Al finalizar la conquista de los distintos territorios del México antiguo, siguiendo las normas literarias, se escribieron cantos que referían las aventuras y proezas de los conquistadores. Todos los poemas épicos que surgieron en la Nueva España ensalzan la figura de Hernán Cortés, no solo proclamaron sus virtudes como conquistador, sino también las de sus capitanes y soldados.
Entre estos poemas épicos se encuentra “El peregrino indiano”, obra del poeta novohispano Antonio de Saavedra y Guzmán, que se publicó en Madrid en 1599.
En su momento, esta obra adquirió el carácter de una epopeya cristiana dirigida por Hernán Cortés, como soldado cuya fe en Cristo le llevó a combatir la idolatría de los pueblos mesoamericanos. En este sentido, “la conquista es la epopeya de un capitán que peregrina por las indias cristianizando gentiles con la fuerza de su espada”.
En este poema no se escapa la figura de los tlaxcaltecas, donde el autor los muestra como un pueblo valeroso y combativo que apoyo en la gesta de la conquista.
Para conocer la forma en que se presentó a los tlaxcaltecas, se seleccionaron las estrofas del Canto nono, donde Hernán Cortés decide emprender su camino a Tlaxcala, los enfrentamientos con Xicohténcatl y la recepción que tuvo por parte de Maxixcatzin.
En el presente texto, se actualizó la ortografía, cuidando el contenido y sentido del poema para facilitar su lectura.
Ordenó Moctezuma un hecho extraño,
De gran sagacidad y artificioso,
En el recaudo falso con engaño,
Concediendo el viaje deseoso:
Que porque le viniese mayor daño
Se mostró muy irónico, gustoso,
Y así mandó que el vulgo publicase
La amistad, de Cortes, y la aprobase.
Al fin que el gran Tlaxcala su enemigo,
Visto que en su amistad había venido.
Le saliese con armas al castigo
Que tuvo por fiarse merecido:
El tiempo fue muy breve buen testigo,
Pues vino aquel intento a ser cumplido.
Por orden de Tlaxcala, y sus vecinos,
Impidiendo los pasos y caminos.
Puesto ya el gran Cortes en Cempoala.
Congregó a los Caciques que allí había,
Para que, encaminándole a Tlaxcala,
Le diesen lo que más le convenia:
La voluntad de todos bien se iguala
A la que su Cacique le tenía,
Dio le mil gastadores que ayudasen.
Llegados a los limites vedados
Del sitio de Tlaxcala la nombrada,
Fueron allí los nuestros alojados
Por venir ya la gente fatigada:
Envió cuatro caciques señalados
Amigos, que llevasen la embajada
Al gran Maxixcatzin, que gobernaba
Aquel Reyno diviso, y le amparaba.
Vino a Ixtacamaxtitlán lugar muy fuerte.
Con una cerca y muro a nuestro modo.
Gente loable, y de muy buena suerte.
Cortes con buena traza, estilo, y modo:
Y asegurados ya de riesgo y muerte,
Sirvió con gran cuidado el pueblo todo.
Aquí aguardó Cortes los mensajeros,
Que Tlaxcala trato con tantos fieros.
Estando todo el campo allí alojado.
Cortes apercibió secretamente
Doscientos hombres, numero ajustado.
Y de noche partió muy diligente:
Había aquella tarde columbrado
Un pueblo, al parecer, de mucha gente.
Era el gran Tzompancinco poderoso,
De imposiciones libre, y caudaloso.
La gente Tlaxcalteca resabida,
Aunque fue aquel mensaje recibido,
Mandó ponerla toda apercibida,
Y que el campo a la guerra este advertido:
Con dos Caciques a Cortes convida,
Que fueron con los cuatro que han venido,
Con quien envía a decirle, que gustaba
De que viniese, como lo trataba.
Cien mil hombres de guerra previnieron
Con orden, que saliesen al camino,
Porque sin duda, siempre se temieron
Del mexicano sitio su vecino:
Porque los principales entendieron
Y de los españoles se ayudase.
Y así desean ver al enemigo,
Ciertos en la venganza, y el castigo.
Estos tenían guerras de ordinario
Con todos los señores mexicanos,
Solo Maxixcatzin era contrario,
Que todos los demás estaban llanos:
Tenían por tesoro y relicario
La sal que defendían a Culhuanos,
Que era la ocasión que aquella tierra
Tuviese con Tlaxcala tanta guerra.
Es Tlaxcala ciudad muy populosa
Tiene cincuenta mil y más vecinos,
Poco dista una sierra poderosa
De muchos animales peregrinos:
Es la provincia en todo caudalosa,
Dan libres para el trato los caminos,
Es señorío sin rey, y gobernado
Por la mayor cabeza del Senado.
Maxixcatzin entonces gobernaba,
Que era de gran valor, y suficiencia.
Con Moctezuma siempre se encontraba.
Haciéndole terrible resistencia:
Este fue quien ahora procuraba
Con poderío y mano sin clemencia
Resistir a Cortes el poder verle,
Sin querer su amistad, ni conocerle.
Volvieron de los cuatro mensajeros
Los otros que Cortes había enviado,
Diligentes corriendo muy ligeros,
Que casi han todo el campo alborotado:
Relatan la respuesta, y bravos fieros
Que el gran Maxixcatzin les había dado,
Diciéndoles, que luego se aperciban,
Y todos con las armas le reciban.
Tenía el gran Cortes su campo puesto
En unos paredones que allí estaban,
Lugar para defensa bien dispuesto,
Pero no al poderío que aguardaban:
Vieron venir al otro en contrapuesto
Por un repecho, adonde se mostraban
Con la mayor braveza y bizarría
Que la lengua pintar aquí podría.
Venia por capitán en delantera
Xicohtencatl Cacique valeroso,
Este entre todos estimado era
Por el más atrevido. y belicoso:
El campo de diez mil soldados era,
Lucido por extremo, y muy vistoso,
Tanto que a quien batalla no esperara
Por una alegre fiesta lo juzgara
Era un indio arrogante, belicoso.
Cuerdo, lengua, astuto, diligente,
Cruel, benigno, manso, riguroso,
Reputado, bien quisto entre la gente:
Membrudo, temerario, y animoso,
Pronto, astuto, solicito, valiente,
Gran seso, reportado, sabio en todo,
Lindo talle, y aspecto, fuerte, y modo.
Cuando Xicohtencatl salió a la prueba.
Tocaron luego alarma con un pito,
Que penetró los cielos por gran rato,
Y dando el Capitán un grande grito
En tropel se arrojaron al rebato:
Pareciónos un número infinito
Con la algazara y voces, que es su trato,
Sonando las bocinas y atambores
Con extraños denuedos y rumores.
Que esto solo fue parte a despartilos,
Fuese a Tlaxcala el campo todo junto,
Que nunca pudo nadie divididos:
Dejaron un gran número difunto,
Sin ser los suyos parte a resistirlos,
Mil y seiscientos cuerpos se quedaron,
Que los nuestros, señor, allí mataron.
Aguarda Maxixcatzin su gente amada,
Pensando que gran triunfo le traía,
Esta toda Tlaxcala alborotada,
Hasta ver el despojo que tenía:
Supo de la ruina, granjeada
En vez de la vitoria que quería.
Quedo Maxixcatzin tan ensañado,
Que ordeno convocar todo el estado.
Mandó que cien mil indios les saliesen
A darle la batalla el día siguiente,
Y al gran Cortes allí se le trajesen
Como era necesario y conveniente:
Porque los españoles entendiesen
El valor de su tierra y de su gente,
Y al día señalado lo difiere,
Y al castigo, y venganza, se profiere.
Pasaron todo el día en confusiones
Los nuestros alojados donde digo.
Aguardando las nuevas ocasiones,
Que tantas les ofrece el enemigo:
Tiene aquel tlaxcalteca mil razones
De procurar venganza con castigo,
Mas Cortes que seguro cierto tiene.
Todo lo ordena, traza, y se previene.
Hasta aquí el Canto nono, en vísperas de conocer los otros episodios de la conquista donde se destaca la participación de los tlaxcaltecas. Con este poema crecen las fuentes que permitirán construir una historia de la conquista donde se resignifique la figura de Tlaxcala.