La caída de una de las culturas más influyentes cuyo desarrollo y esplendor se remontaba hasta el pasado teotihuacano y la grandeza tolteca, representó el fin de una era. Así mismo, el surgimiento de una sociedad cuyas raíces se encontraban en la solemnidad de las culturas mesoamericanas y que se vio fortalecida por las reminiscencias del Renacimiento europeo con tintes humanistas.
A pesar de la riqueza artística que representaba el Nuevo Mundo en Europa, se llegaron a cuestionar las capacidades de los indios. Por otra parte, cabe recordar el asombro de Alberto Durero cuando tuvo frente a sus ojos los objetos prehispánicos que llegaron a la corte de Carlos V. Los calificó de extraños y maravillosos, además de referir que “nada he visto a todo lo largo de mi vida que haya alegrado tanto mi corazón como estas cosas”.
Tras la conquista española la memoria de los pueblos mesoamericanos se fue dispersando. El penacho de Moctezuma, piezas arqueológicas, códices y demás documentos pasaron a formar parte de colecciones particulares y de museos, además de bibliotecas y archivos; a pesar de su valor histórico no se encuentran al alcance de los mexicanos. Por otra parte, la propia memoria fue destruida por el celo religioso de hombres como fray Juan de Zumárraga y fray Diego de Landa cuando quemaron los códices durante los autos de fe en Tetzcoco y Yucatán.
Los documentos que en su momento formaron parte de los testimonios que los indígenas utilizaron como defensa de sus derechos ante los españoles, bien pudieron quedarse en los archivos de la Audiencia de México o fueron enviados a España. ¿Cuál fue el resultado? En el mejor de los casos llegaron a la corte, sin ser revisados se archivaron para quedarse en el olvido. Caso contrario, se extraviaron durante el viaje o llegaron a un destino distinto. En ambas situaciones no se volvió a saber de ellos hasta dos, tres o cuatro siglos después cuando fueron identificados y sustraídos para llegar a los archivos, bibliotecas, museos, incluso a casas de subastas.
En el caso de Tlaxcala existen más de un centenar de códices, documentos pictográficos y manuscritos que se encuentran fuera del estado y del país. Con la llegada de los frailes, cronistas, viajeros y demás interesados en la historia antigua, poco a poco la memoria histórica de Tlaxcala se fue desmembrando.
Por referencias de otros autores se sabe de dos historiadores que se preocuparon por rescatar el pasado tlaxcalteca. Benito Itzcacmacuextli, uno de los primeros en ser educados por los franciscanos, es mencionado por Juan Buenaventura Zapata y Mendoza en la Historia cronológica de la noble ciudad de Tlaxcala. Así mismo, Tadeo de Niza, de quien se habla en la Historia de la nación chichimeca de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.
Un ejemplo, por demás elocuente es el devenir del Lienzo de Tlaxcala. Se sabe que en el siglo XVI se elaboraron tres copias, para el rey, el virrey y el cabildo de Tlaxcala, respectivamente. No se sabe cuál fue el destino inmediato de este documento hasta que se realiza una copia en 1773. En su contexto se relacionan diferentes autores que parece conocieron la obra, Nicolás Faustino Mazihcatzin Calmecahua, Antonio de León y Gama, Diego García Panes y Joseph Marius Alexis Aubin. Después de la reproducción se desconoce el paradero del original. Esta copia se conserva en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia en la ciudad de México.
Vuelve a tomar importancia cuando se reproduce como parte de la obra Homenaje a Cristóbal Colón. Antigüedades Mexicanas publicadas por la Junta Colombina de México en el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, auspiciada por la Secretaría de Fomento en 1892. Desde entonces se han realizado diferentes ediciones que han contribuido al conocimiento de esta obra fundamental para la historia de Tlaxcala.
Los grandes coleccionistas como Carlos de Sigüenza y Góngora, Lorenzo Boturini, Antonio de León y Gama y Joseph Marius Alexis Aubin, por mencionar a los que tuvieron contacto de manera directa con los documentos y particularmente los tlaxcaltecas, fueron quienes, en su afán por rescatar información para escribir sus historias, sustrajeron de los archivos tlaxcaltecas un sinfín códices, documentos pictográficos y manuscritos.
En el mejor de los casos se debe mencionar que gracias a estos personajes los documentos se rescataron de otro destino y se sabe de ellos por los inventarios y descripciones que ofrecen en sus respectivas obras donde los registraron con descripciones sobre su origen, características y contenido. El Catálogo del Museo Histórico Indiano de Lorenzo Boturini, la Descripción histórica y cronológica de las dos piedras de Antonio de León y Gama y el libro Documents pour servir a l´histoire du Mexique de Eugene Boban, son obras de consulta obligada para conocer el legado histórico de los pueblos mesoamericanos que se encuentra en la Colección de Manuscritos Mexicanos de la Biblioteca Nacional de Francia donde se resguardan desde 1892.
Francia no es el único país donde se resguardan documentos indígenas. Otros países custodian valiosos documentos mesoamericanos que fueron saliendo desde el siglo XVI. Algunos han regresado al país por diferentes vías. El papa Juan Pablo II devolvió a México el Códice de la Cruz-Badiano; por celo nacionalista el Tonalámatl Aubin y el Códice Chimalpahin por compra del gobierno.
Un intento por descubrir y reconocer, y para tener un registro de todo lo que se encuentra en archivos, museos y bibliotecas principalmente de Europa, se llevó a cabo durante el gobierno del presidente Porfirio Díaz cuando se comisionó a don Francisco de Paso y Troncoso para esta misión. Los resultados fueron fascinantes. Se descubrieron códices y documentos que se creían perdidos desde el siglo XVI. Quien no dice que aún hay muchos archivos que no se han explorado, tanto dentro como fuera del país.
Lejos de si la memoria histórica se encuentra en el país o fuera de él, lo más importante será reconocer que existe un legado que las culturas mesoamericanas dejaron para la posteridad. Es necesario tenerlo presente para que no se pierdan en el olvido.