En el marco de las actividades de Tizatlán en la historia, se recordó la labor de Don Pedro Ávila Ramírez de traer al presente la memoria de Xicohténcatl Axayacatzin con la estatua que se encuentra en la parte más alta de las escalinatas de la ciudad de Tlaxcala.

Para exaltar su obra, circularon algunas páginas de la publicación “Camaxtli. Órgano de divulgación de la Asociación Pro-Museo Regional de Antropología e Historia de Tlaxcala A.C., de la mano del ilustre tlaxcalteca, don Jaime Sánchez Sánchez”, cuya primera parte se transcribe en esta ocasión.

Al hablar de don Pedro, se exhortó a las nuevas generaciones a seguir el ejemplo de Xicohténcatl, de luchar con arrojo a favor del rescate de la historia, costumbres y tradiciones de Tlaxcala. En palabras de don Jaime, la historia de la estatua “debe ser escrita, para que a través de ella se conozca y valore la manera como se logró su realización”.

Con la intención de respetar la esencia del texto, se transcribe íntegramente con algunas adecuaciones de la ortografía para hacer clara su lectura, como queda a continuación:

La majestuosa estatua del indómito Xicohténcatl Axayacatzin que engalana la ciudad de Tlaxcala en el elevado pedestal de la colonia que lleva su nombre, visible desde distantes puntos circunvecinos, oculta toda una historia plena de devoción, cariño al terruño, tenacidad y hasta de intrigas y desplantes de dignidad justa, que debe ser escrita, para que a través de ella se conozca y valore la manera como se logró su realización.

La idea surge en la primera mitad del año de 1966, cuando el licenciado Anselmo Cervantes, gobernador Constitucional del Estado de Tlaxcala envió a la H. Legislatura Local, la iniciativa de erigir una estatua monumental al joven guerrero rebelde, cuya actitud contraria a la alianza con los españoles le costó la vida por instrucciones de Cortés. Se expidió el Decreto No. 36 de fecha 20 de agosto de ese mismo año, disponiendo la creación de un patronato pro-estatua que dedicara sus esfuerzos a tan encomiable finalidad, promoviendo el interés ciudadano para allegarse fondos, ya que la obra debería hacerse por suscripción popular.

Ya existía una estatua desde la década de los años cuarenta, pero ahora se pretendía erigir una de mayores dimensiones que reflejara con rasgos más aproximados la fisonomía del héroe que, en la primera efigie no logró captar el escultor, resultando que se haya generalizado la opinión popular de que la figura es del padre y no del joven jefe del ejército tlaxcalteca.

Esta escultura fue obra del maestro Lorenzo Alvarado, pero su apariencia facial le hace aparentar el aspecto de un hombre mayor a los 35 años que le asignó el cronista de la conquista de México, Bernal Díaz del Castillo, único descriptor de tan destacado personaje. Además, probablemente por algunas ligerezas de asesoría, pues, suponemos que el artista no era historiador, se infirió a Xicohténcatl una grave ofensa de la que poca gente se ha percatado y que consistió en incluir el escudo de armas de Tizatlán, inventado muchos años después de la muerte del rebelde, en el chimalli que sostiene en su brazo izquierdo, donde con una gran falta de respeto que de no ser atribuible a la ignorancia bien podría calificarse de agravio intencional; se observa una garza coronada y una espada castellana como símbolos de la alianza hispano-tlaxcalteca que siempre fue rechazada por Xicohténcatl Axayacatzin, a quien don Hernán Cortés se vio precisado a eliminar como peligroso obstáculo para sus planes de conquista.

Sin embargo, tal falla no es corregible por tratarse de una obra de arte y ahora solo resulta explicable. En el nuevo monumento no se cometería el mismo error.

Con base en el decreto, el gobierno del licenciado Cervantes, expidió los nombramientos respectivos que recayeron en personas cuya trayectoria ciudadana les hizo merecedores de semejante distinción. En su mayoría de origen tlaxcalteca y radicados en el estado de Tlaxcala, que deberían aportar su mejor esfuerzo para realizar con éxito el proyecto gubernamental.

Los cargos, por supuesto, serían honoríficos, es decir sin retribución económica alguna, por el contrario, habría que desembolsar algunas cantidades indispensables, para el progreso de la obra.

El patronato pro-estatua se integró con 23 miembros, como sigue: presidente, Pedro Ávila Ramírez; vicepresidente, profesor Luis G. Ramos Luna; secretarios, profesor Alfonso Urueta Castillo y profesor Alberto Conde Zempoalteca; tesoreros, Adalberto Hernández Nava y Dr. Norberto Molina Haro; vocales, Porfirio S. Ramos Luna, Joaquín Vázquez Paredes, Naún Vázquez Morales, profesor Pedro Ramos Romero y profesor Nicolás Corona Popocatl; asesores, Higinio Paredes Ramos, Crisanto Cuéllar Abaroa, Silvestre H. Corona, Dr. René Águila Vázquez, Dr. Alfredo González Zapata, pintor Desiderio Hernández Xochitiotzin, licenciado. Germán George Hernández, Dr. Teófilo Pérez y Pérez, ingeniero Ezequiel M. Gracia, Dr. Filemón Hernández, ingeniero Rafael Jara y arquitecto Rafael Montiel González.

El señor Ávila Ramírez, a quien se encomendó la presidencia, ha tenido su domicilio en el Distrito Federal y trató de argumentar su lejanía insistiendo a la vez en que por su carácter de comerciante en maderas carecía de los atributos que evidentemente concurrían en otros ciudadanos a quienes consideraba mejor calificados para ejercer el cargo. Pero no valieron a don Pedro sus razones, porque el gobernador confirió tal representación a quien le tocaría cargar con el mayor peso del trabajo.

Y es que el señor Ávila, originario de San Esteban Tizatlán, donde nació el 4 diciembre de 1902, había emigrado al Distrito Federal a la edad de 18 años, para quedarse allá. Desde niño ayudó a sus padres en las labores del campo y asistía a la escuela El Pensador Mexicano de la ciudad de Tlaxcala. Su emigración a la capital de la república obedeció a esas circunstancias muy particulares que han llevado a los tlaxcaltecas a establecerse en distintos lugares fuera de la tierra natal. Ya en la ciudad de México, el joven Pedro se dedicó con ahínco a trabajar en cuanta actividad le era posible a fin de subsistir por sus propios medios.

Pronto logró combinar el trabajo con el estudio y así, su dedicación, laboriosidad y honradez, le ayudaron a abrirse campo en la gran urbe donde poco a poco logró levantar un próspero negocio maderero que hoy en día manejan con buen tino sus hijos, jóvenes profesionistas a quienes don Pedro dio esmerada educación y ejemplo, con el gran apoyo de su esposa la señora Esther Salazar de la Garza, originaria del estado de Tamaulipas.

Don Pedro Ávila nunca se desligó de su tierra natal. Siempre procuró volver a Tlaxcala con la regularidad que sus posibilidades se lo permitían, para visitar a sus padres en San Esteban Tizatlán. Después vendría con más frecuencia y así lo ha seguido haciendo hasta la fecha en que periódicamente llega a la tierra tlaxcalteca.

Desde un principio las reuniones del patronato se caracterizaron por la escasa asistencia de los miembros, que apenas llegaba al 25% del total y en las subsecuentes dicha concurrencia no mejoraría pues de acuerdo con el testimonio de los actuales informantes, muy pocos miembros lograban juntarse, a veces iban unos y después otros distintos de los que habían acudido a la reunión anterior.

La explicación de ello es que, aunque todos estaban obligados a concurrir a las juntas periódicas, cada uno daba preferencia a sus actividades propias y les era difícil desentenderse de éstas para cumplir con la responsabilidad contraída como integrantes del grupo de servicio social al que prometieron servir.

Pero trazaron su plan de trabajo y los planteamientos iniciales giraban en torno a la manera como obtendrían los recursos para dar comienzo a las actividades básicas, así que con tal finalidad el señor Ávila Ramírez propuso enterar por lo pronto una aportación individual de todos los integrantes del patronato, y a la vez emitir un tiraje de bonos avalados por el gobernador constitucional del estado, con importes desde uno hasta diez pesos que serían adquiridos por la ciudadanía tlaxcalteca preferentemente y las oficinas fiscales del estado podrían recolectar ese dinero. El desembolso hecho por los miembros del patronato era de $50 hasta $550 pesos en total, mismos que fueron los primeros en utilizarse para los inmediatos requerimientos de gastos.

Otro de los aspectos prioritarios que tuvo que resolverse antes de continuar con las siguientes etapas fue la selección del lugar idóneo para erigir el monumento, lo que les tomó algo de tiempo pues tuvieron que recorrer diversas alturas en los alrededores de Tlaxcala visitando sitios como Ocotlán, Ocotelulco, Acxotla y la Loma Sur, tratando de localizar la prominencia más adecuada que fuera visible desde distintos puntos.

Después de que algunos miembros del patronato, acompañados en cierta ocasión por el propio gobernador Cervantes, visitaron los posibles lugares se optó por el que ahora ocupa la estatua monumental en la colonia que lleva el nombre del héroe y que en cuanto el gobierno estatal puso a disposición del patronato, dieron comienzo los trabajos de nivelación para continuar posteriormente con los de la cimentación de la base.

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