Escuchando las canciones de Chava Flores llega la nostalgia por un pasado donde la diversión se vivía al máximo. Lejos de recordar con melancolía los días de antaño, conviene hacer un recuento de los juguetes que provocaban una sonrisa de oreja a oreja en la infancia. De entre muchos, se encuentran las muñecas de trapo, los juegos de té, de plástico y porcelana, los carros de madera, pelotas, canicas, trompos, yoyos, balero, la cuerda, el caballo de palo y más.

Hablando de canicas, es importante mencionar que este juego data de la antigüedad clásica y llegó a México para convertirse en una de las actividades más representativas para la sociedad mexicana. Numerosos niños se jactaban por sus habilidades y precisión en el juego con tal de obtener las canicas de los contrincantes, como se describe en la canción de “Pichicuas y Cupertino”.

Esos personajes emblemáticos de la ciudad, mencionados en la canción de Chava Flores, demuestran que los niños se reunían en las calles para convivir y jugar con tanta libertad a las canicas, con un lenguaje tan propio del juego y peculiar por su significado, que llegó a convertirse en un código.

Toda una multitud se congregaba en torno a los pisos de tierra, se marcaban los límites, se establecían las reglas y al momento surgían los gritos, ¡primis! ¡segus! El sonido de las canicas surgía cuando se escogían los tiros.

Al momento aparecían las agüitas, los tréboles, los pericos, las ágatas y los diablitos. No podía faltar el abusado que, en lugar de canicas, como tiros traía balines y ay de aquel que tiraba antes que él. Una vez realizada la selección de tiros tocaba el turno de escoger la modalidad de juego: hoyito, rueda, cocol o rombo. Así se pasaban las tardes hasta que caía la noche o los gritos de las mamás retumbaban en sus oídos.

Estas escenas de la vida cotidiana, de muchas ciudades mexicanas, traen el recuerdo de aquello que se ha dejado en el olvido y ha sucumbido ante la modernidad de la sociedad de hoy.

Cuantos juegos y juguetes se han olvidado por la tecnología y la mercadotecnia. Hace algunos años era común ver en las calles a padres e hijos jugando; les enseñaban a andar en bicicleta, volar papalotes, girar trompos y hasta treparse en los árboles. Los juegos en los parques se saturaban de filas de niños que querían lanzarse por la resbaladilla, el columpio; los aventurados se iban al pasamanos y los menos se subían al sube y baja. Los jóvenes más habilidosos y con la intención de obtener unos pesos, jugaban volados, rayuela y el legendario tacón.

Los padres a lo lejos solo acudían en caso de caídas y raspones que curaban con una dosis de saliva y la consabida frase: “Sana, sana, colita de rana, si no sana hoy, sanara mañana” y al momento los niños corrían de nuevo a la resbaladilla. Cuando les daba sed, hacían fila en la llave del agua, no tan potable, pero muy refrescante.

Los días lluviosos eran lo máximo, corrían en los charcos, brincaban, se mojaban sin temor a las enfermedades. Que decir de las cascaritas en las calles, bastaban piedras para formar las porterías y a jugar unos verdaderos partidos de futbol. Las retas eran de lo mejor.

No pueden terminarse estas líneas sin mencionar las escondidillas, las atrapadas, cuyas carreras hacían sudar la gota gorda, pero sí que era diversión. Incluso, la rueda de San Miguel, la Víbora de la mar y las estatuas de marfil eran de lo mejor para coordinar los movimientos y no equivocarse. Otros juegos como el avión y la cuerda lograban tal demostración de habilidades que permitían a los niños un desarrollo integral. Los más grandes, por su parte jugaban burro castigado, burro 16. Mientras que las mamás jóvenes quitaban el tendedero para atravesarlo en la calle y jugar voleibol.

Dónde quedó la sociedad de ayer, donde con plena libertad las calles estaban repletas de niños con juguetes nuevos. Hoy se encuentran en sus casas sobreprotegidos, jugando con dispositivos electrónicos, ya no saben lo que es revolcarse, mojarse y trepar de un árbol. Se puede hacer una lista inmensa con los juegos de ayer, pero muchos ya se han perdido.

Finalmente, qué pasa con los niños de hoy, pues chiras pelas porque ya no juegan de debis.

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