Escrito por: Psic. Gabriela Rodríguez Gutiérrez

Apreciado lector, ¿cuándo fue la última vez que experimentaste comprensión libre y sin juicio al mostrar una reacción genuina producto de experiencias incómodas y difíciles en tu día a día?

Cuando nos enfrentamos a situaciones adversas, es fácil caer en la trampa de pensar que «algo está mal» con nosotros y quizá podemos creer que «lo más lógico» es poder lidiar con todo lo que la vida tenga para lanzarnos… Porque eso hace una persona “sana”, “cuerda” y “competente”, ¿cierto?

Este es el tipo de discurso prototípico de una sociedad tendiente a categorizar nuestras expresiones emocionales como problemáticas o desajustadas, en lugar de concebirlas como respuestas legítimas a las circunstancias adversas que se presentan como parte de nuestra experiencia vital.

Entiendo y reconozco la parte de responsabilidad que tenemos los profesionales de la psicología en esta concepción tan polarizada de «normalidad»/»anormalidad», pues incluso después de los avances logrados en investigación y la tecnología disponible para su aplicación, hay un gran número de psicólogos renuentes a desafiar etiquetas «patológicas» que sugieren y encuentran enfermedad y disfuncionalidad de manera arbitraria.

Por ello el día de hoy te pido me permitas ofrecerte una perspectiva diferente: ¿qué sucedería si miramos más allá de estas etiquetas con curiosidad genuina? Quizá podríamos percibirnos como individuos que se encuentran aprendiendo continuamente y adaptándose a su entorno.

De este modo, la depresión, por poner un ejemplo, no es reducida simplemente una disfunción bioquímica del cerebro, ni una prolongada inactividad y desesperanza constante. En muchos casos, puede ser una respuesta natural a situaciones de pérdida o falta de control sobre la vida.

Imaginemos por un momento a una persona que enfrenta una serie de reveses financieros y personales: el abandono de la pareja, la pérdida de un ser querido, ser despedido del trabajo que sostenía a su familia y a sí mismo, etc. Es muy probable que dicha persona llegue a desarrollar una serie de conductas que conformen un cuadro típico de lo que puede considerarse como depresión, siendo ésta una forma de procesar y adaptarse a estas circunstancias adversas. En este sentido, la “depresión” es una manifestación de que algo en nuestra vida necesita ser abordado o cambiado.

Incluso las adicciones, tan estigmatizadas en nuestra sociedad, pueden entenderse como intentos desesperados de buscar alivio o escape de un dolor emocional subyacente ante la aparente falta de recursos para hacer frente a experiencias que se perciben como intolerables. Un individuo que lucha contra la adicción al alcohol puede estar tratando de amortiguar el dolor de una experiencia dolorosa o incomodidad constante. En lugar de condenar su comportamiento como moralmente incorrecto, podríamos preguntarnos cómo podemos ampliar el repertorio de herramientas de afrontamiento ante las situaciones que llevaron a la persona a tal nivel de deterioro y cómo podemos ayudar a abordarlas de manera más saludable, ofreciendo opciones diversas en lugar de castigo y aislamiento social.

El corazón de esta perspectiva radica en reconocer nuestra humanidad compartida. Todos somos vulnerables a las dificultades de la vida, y nuestras respuestas pueden variar ampliamente según nuestras experiencias, recursos y sistemas de apoyo. En lugar de juzgar rápidamente a aquellos cuyos comportamientos no se ajustan a la norma, podría resultar más eficaz esforzarnos por comprender el contexto único de sus vidas. En la medida en que seamos receptivos y abiertos a identificar y aceptar esta vulnerabilidad natural, seremos más capaces de hacer los cambios personales y contextuales necesarios para hacer frente a las adversidades.

La flexibilidad psicológica emerge cuando podemos ver más allá de las etiquetas y reconocer la complejidad de la condición humana. Se trata de aceptar que las conductas que podrían parecer «patológicas» a primera vista son, en realidad, estrategias de supervivencia arraigadas en la experiencia individual. Al abrazar esta comprensión compasiva, podemos trabajar hacia el bienestar personal y colectivo, promoviendo entornos que fomenten la resiliencia y la conexión humana.

En última instancia, somos simplemente humanos, transitando en un mundo lleno de desafíos y oportunidades para el crecimiento. Al adoptar una perspectiva flexible y libre de prejuicios, tanto profesionales de la psicología como usuarios de nuestros servicios, podemos caminar juntos hacia un futuro donde la aceptación, compromiso con el cambio y el bienestar psicológico sean la norma, y donde cada uno de nosotros tenga la libertad de buscar nuestro propio camino hacia el bienestar.

Con esto me despido agradeciendo profundamente tu atención a este texto y por acompañarme a reflexionar respecto a este tema. Solo me resta invitarte a que, si te has sentido identificando con alguna de las situaciones planteadas o si tienes preguntas adicionales, no dudes en contactarnos, a tu servidora y a los colegas colaboradores del Centro de Psicoterapias Basadas en Evidencia. Estamos aquí para ofrecerte apoyo profesional y responder a tus dudas con comprensión y confidencialidad.

 

CENPSIBE – CENTRO DE PSICOTERAPIAS BASADAS EN EVIDENCIA

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