Conocer a las abejas es el primer paso para protegerlas; son esenciales para la vida en el planeta, y lejos de ser una amenaza, merecen cuidado y respeto, no ser exterminadas.
Más allá de producir miel, las abejas cumplen una función vital para el equilibrio ecológico: la polinización. Durante una visita al Rancho La Soledad, en el municipio de Nanacamilpa, Antonio Zamora, apicultor con más de 15 años de experiencia, compartió detalles sobre la sorprendente organización social de estos insectos y su papel crucial en el medio ambiente.
En su apiario, Zamora explicó que cada cajón (colmena) tiene una estructura jerárquica con funciones bien definidas. “Cada caja tiene su reina, y las abejas guardianas detectan si alguna abeja es ajena. Si no trae alimento, la sacan; si viene cargada de néctar o polen, le permiten entrar”, explicó. Incluso, algunas abejas que regresan “mareadas” por el néctar fermentado deben esperar a que se les pase el efecto antes de ingresar nuevamente a la colmena.
La vida dentro de una colmena es una compleja red de tareas especializadas: hay abejas exploradoras, que viajan hasta cinco kilómetros para localizar flores y comunican su ubicación mediante una danza en forma de ocho; abejas pecoreadoras, que recolectan polen y néctar; abejas nodrizas, que alimentan a las larvas; y abejas cereras, que sudan escamas de cera para construir los panales. Todas estas tareas son coordinadas por abejas ingenieras que dirigen la construcción y organización interna de la colmena.
Don Antonio cría principalmente a la abeja europea, traída por los españoles, ya que es la especie mejor adaptada al clima templado de la región. A diferencia de la Melipona, nativa del sur del país, esta abeja produce mayor cantidad de miel y resiste mejor las condiciones frías de Tlaxcala.
Durante la primavera, cuando las flores empiezan a abundar, las colmenas se activan intensamente. Sin embargo, en épocas de escasez floral, Zamora alimenta a las abejas con jarabe de maíz o una mezcla de azúcar con agua. “Aunque les pongas el mejor jarabe, cuando hay flor natural ya no lo quieren. El alimento orgánico siempre será su prioridad”, dijo.
El apicultor también advirtió sobre los riesgos que enfrentan estos polinizadores, como el cambio climático y el uso de pesticidas en los campos aledaños, factores que afectan su salud, orientación y reproducción. “Una sola abeja visita hasta siete mil flores para producir un solo litro de miel. Imagínate cuántas flores se necesitan para hacer un kilo…”, reflexionó.
Zamora llegó a los campos de Nanacamilpa hace más de una década, cuando había poca floración. Desde entonces, se ha dedicado a crear un entorno propicio para la actividad apícola, fomentando la siembra de flores y plantas nativas. “Las abejas no son agresivas, solo se defienden. Si las ves en tu jardín, no las molestes. Mejor planta lavanda, cepillos o árboles frutales. Así ayudas a su supervivencia y a la de muchos otros seres vivos”, concluyó.
La visita al Rancho La Soledad dejó claro que cuidar a las abejas es cuidar la vida misma. Su desaparición afectaría no solo la producción de miel, sino también la de frutas, verduras y cultivos esenciales para la humanidad. Son, sin duda, pequeñas pero poderosas aliadas del planeta.