POR: Isabel B. Lerín

La intención de esta columna es compartir las cotidianidades que nos envuelven, de las que somos parte y hacemos tejido hasta convertirlas en tradiciones, costumbres o simples maneras de ser y hacer, lo que no es necesariamente lo que debería ser. La crítica y la reflexión de complejidades, sencilleces, atrocidades y otras sorpresas podrían quizá coadyuvarnos a repensar y sobre todo a cambiar lo que nos afecta negativamente.

Entre Influencers te veas…unas ideas más de las tantas controversias… (Primera parte).

Iniciamos esta semana compartiendo lo que espero sea una serie de textos que comuniquen la imperativa necesidad de detenernos a reflexionar sobre la dinámica social: cómo es que podemos seguir pensando que nada ocurre, y al mismo tiempo vivir acciones negativas, fraudulentas, curiosas y, sin tratar de ser alarmista, hasta peligrosas.

Trataré de llevar una línea que en algún momento entrecruce dos ideas: la primera es la dinámica de las redes sociales, y la segunda, el pensamiento científico. Se pueden ofrecer múltiples matices a la forma en la que se relacionan o, como mencioné, corren independientemente, pero en algún momento se interseccionan, generando contradicciones evidentes en muchos de los casos, que de manera negligente asumimos socialmente como cotidianas o naturales, quizá hasta con la intención de “naturalizar” lo que no deberíamos.

¿Acaso el concepto es, por lo menos, claro para todas las personas? En este momento, difícilmente alguien dejaría de comprender lo que llamamos redes sociales. Aunque hace veinte años no se refería a las interacciones mediadas por tecnologías, se entendía que, por el hecho de vivir en sociedad, de manera inevitable las personas generábamos redes sociales con diversos fines y formas. Fundamentalmente, se trataba de dinamizar relaciones para apoyar, obtener, empatizar, solidarizar e incluso —me atrevo a decir— en ocasiones negativas, como la corrupción. En fin, a donde me dirijo nos enfoca en las actuales redes sociales, que en lo sustancial no presentan enormes diferencias, aunque con una mediación tecnológica que ofrece inmediatez, anonimato y cierta lejanía de los contextos.

A ello se han sumado nuevas dinámicas, como las llamadas “reacciones” a los distintos contenidos. ¿La comunicación es la misma en sus fines? No lo sé… habría que cuestionarnos.

Lo que sí sé es que la “reacción” tiene fines diversos: evidenciar (o no) lo oculto, promover, ratificar y validar sucesos, personas o lugares, cualificándolos de manera positiva o negativa. Todo ello genera un posicionamiento cada vez más difícil de entender. Un ejemplo son los cientos de miles —o millones— de creadores de contenido que ofrecen desde lo más aberrante y simple, como lavarse los pies en cámara, retransmitir una serie riéndose, hasta inventarse una vida totalmente distinta a la realidad, presentándola como modelo de éxito.

Esta última forma me llama especialmente la atención: una madre adolescente que ofrece “consejos” de crianza mintiendo abiertamente sobre sus propios contenidos, generando desinformación y desequilibrios entre lo correcto e incorrecto. Tal es el caso de una creadora que deliberadamente ingresa a una casa que no es suya, utiliza sus áreas, comparte supuestos planes futuros, y un día más tarde —tras el inicio de acciones legales por parte del propietario— se limita a decir a su audiencia que fue un “malentendido”, que no tiene tiempo ni ganas de responder, y que si alguien no le cree, no le importa… eso “ya pasó” y ahora está “en otras novedades”.

La volatilidad de las comunicaciones juega a favor, sobre todo, de las comunidades organizadas en torno a ciertos presentadores de contenido, convertidos en lo que hoy se denomina influencers, más por una cuestión de publicidad y mercadotecnia que por otras razones. Estas personas llegan a ser líderes intelectuales y morales de comunidades que, paradójicamente, tienen muy poco de intelectualidad y razones para cuestionar su moralidad.

Y es precisamente el rol de los influencers lo que corre en paralelo con mi segunda idea: el pensamiento científico. Me limitaré a expresar que este tipo de pensamiento no es precisamente lo que caracteriza a estos personajes. Por tanto, sus razonamientos, experiencias y opiniones se convierten en verdaderos peligros: hay ambivalencia, doble moral aceptada sin objeción y, lo peor, aseveraciones tajantes de cómo deben ser y hacerse las cosas.

Esto aplica para todos los contextos y acciones humanas, pero especialmente en temas relacionados con la salud. Se ofrecen alternativas, recetas mágicas, productos milagrosos, orientaciones para la vida cotidiana, desde la belleza hasta el cuidado físico y mental, conformando un bagaje interesante, pero pobremente sustentado —si es que se sustenta— en alguna metodología, y mucho menos en pensamiento científico… Qué terrible, desastrosa pero real situación.

Esta realidad no solo se presenta habitualmente en redes sociales como parte integrada de la vida común. La ausencia de pensamiento científico también está presente fuera de ellas. Lo más común es que ambas dimensiones se conjuguen: las personas toman consejos tanto de influencers como de vecinos, amigos o incluso profesionales, dependiendo de sus necesidades o intereses.

Y aquí llego a los profesionales en temas de salud. Independientemente de su propio uso de redes sociales, ejercen su profesión con la plena confianza que les entregamos como usuarios o pacientes. Recurrimos a ellos como primera opción para buscar soluciones. Ahora explico por qué me parecen, en algunos casos, tan análogos a los influencers: se catalogan, perciben o presentan como expertos “para” y “en” algo.

Remito a una experiencia personal: por motivos de salud, asistí en el transcurso de un mes a cinco médicos, todos titulados y con la especialidad correspondiente. Las metodologías aplicadas fueron las esperadas de la práctica médica. De los cinco, solo una profesional integró el pensamiento científico en su práctica, logrando un diagnóstico confiable, seguro y certero del mal que me aqueja.

Con esto se confirma lo que he expresado durante más de 30 años de experiencia en la formación de profesionales: muchos son simplemente reproductores del conocimiento, ejecutores técnicos. Aunque formados en universidades, no ejercen un pensamiento científico. Son profesionales de la reproducción, con una línea muy tenue que los separa de los influencers actuales.

Para concluir, deseo mencionar con respeto y agradecimiento a la Dra. Luzette Martínez García, una profesional ejemplar que no solo destaca por su formación, sino también por su humanidad, empatía y, especialmente, por su perspectiva de género, un tema que merece ser abordado con urgencia.

En la segunda entrega de este intento de aportación a la discusión, ahondaré y cerraré integrando las ideas, y propondré una conclusión final. Como siempre, ustedes, lectores, tienen la última palabra.

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