Por: *Doctor Rubén Blanca Díaz
Latinoamérica es una de las regiones más violentas del mundo. A pesar de los discursos grandilocuentes y las promesas recurrentes de «mano dura», las políticas criminales en la región han fracasado estrepitosamente. Lejos de reducir la inseguridad, las estrategias aplicadas, ya sean represivas, negligentes o simplemente improvisadas, han exacerbado las crisis, dejando a su paso más víctimas, más corrupción y más desconfianza en las instituciones.
La falsa promesa de la «mano dura»
En países como El Salvador, Honduras o Brasil, los gobiernos han optado por medidas hiperrepresivas: militarización de las calles, encarcelamientos masivos y estados de excepción que sacrifican libertades básicas. Aunque estas tácticas generan una sensación temporal de control, su efecto es insostenible. Bukele, por ejemplo, ha reducido homicidios a costa de violaciones sistemáticas a los derechos humanos y un autoritarismo creciente. Pero ¿qué pasa cuando las cárceles se convierten en escuelas del crimen y la población normaliza la suspensión de garantías constitucionales? La seguridad no puede construirse sobre el miedo.
México es otro caso paradigmático: tras décadas de una «guerra contra el narcotráfico» que ha dejado más de 400,000 muertos, los cárteles no solo siguen operando, sino que se han diversificado. La estrategia de confrontación directa, sin atacar el financiamiento ni las redes políticas que protegen al crimen, ha sido un rotundo fracaso.
Negligencia y abandono: el crimen como síntoma
El otro extremo del fracaso es la indiferencia de Estados que, por incapacidad o complicidad, dejan que el crimen se expanda. En Haití, las bandas armadas controlan territorios enteros mientras el gobierno colapsa. En Perú o Ecuador, el narcotráfico corroe instituciones locales sin que exista una estrategia clara para frenarlo.
Muchos gobiernos insisten en tratar la inseguridad como un problema puramente policial, ignorando sus raíces sociales: desigualdad, falta de oportunidades, sistemas judiciales inoperantes y corrupción estructural. Las cárceles latinoamericanas, sobrepobladas y controladas por internos, son el reflejo de este desastre: no rehabilitan, solo reproducen violencia.
La salida: ¿reforma o caos?
No hay soluciones mágicas, pero sí hay caminos probados que la región sigue ignorando:
- Focalización inteligente: En lugar de saturar las calles de soldados, atacar los eslabones clave del crimen organizado (lavado de dinero, corrupción política).
- Prevención social: Invertir en educación, empleo juvenil y recuperación de espacios públicos. Medellín demostró que esto puede reducir la violencia.
- Sistemas judiciales eficaces: Sin investigaciones serias y sin castigo a los poderosos, la impunidad seguirá alimentando el crimen.
- Cooperación regional: El narcotráfico y las pandillas son redes transnacionales; combatirlas exige acuerdos más allá de las fronteras.
Mientras los líderes sigan usando la seguridad como eslogan electoral en lugar de prioridad de Estado, Latinoamérica seguirá atrapada en el círculo vicioso de violencia y fracaso. La pregunta no es cuántos presos llenarán las cárceles, sino cuánta justicia habrá en las calles.
*Sobre el autor: Abogado Notario y Actuario egresado de la BUAP, maestro en derecho y ciencias penales, Doctor en Derecho, activista, miembro activo de la Asociación de Docentes Capacitadores y Tutores de Educación Superior del Estado de Puebla AC, la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales y la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales