Del maguey, nombrado por locatarios como “la planta de las mil maravillas” nace la bebida de los dioses
En las tierras del municipio de Nanacamilpa, donde los magueyes se extienden sobre los paisajes rurales, la tradición del pulque sigue viva gracias al trabajo de tlachiqueros como Joaquín Vega y productores como Miguel Olvera, quienes comparten el conocimiento ancestral sobre esta bebida milenaria.
Durante una explicación guiada, Joaquín Vega detalló el proceso para extraer el aguamiel, sustancia base del pulque. Usando el acocote, instrumento tradicional con orificios en ambos extremos, explicó:
“Primero se introduce el acocote en la cavidad del maguey para absorber el aguamiel. Una vez extraído, se traslada al recipiente para fermentar. Pero no solo se trata de recolectar, también hay que raspar el maguey, retirando la corteza muerta para reactivar los poros y permitir que siga emanando aguamiel”.
Este raspado se realiza dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, sin excepción. “Aunque haya fiesta, cumpleaños o compromisos, el maguey no espera, el tlachiquero debe cumplir con su labor”, añadió con humor.
Por su parte, Miguel Olvera compartió información sobre el maguey, al que llamó “la planta de las mil maravillas”. Explicó que en Nanacamilpa se cultiva principalmente el maguey de raza media, conocido localmente como manso, el cual tarda entre diez y doce años en alcanzar su etapa productiva.
“El maguey puede reproducirse de forma sexual, a través de semillas extraídas del quiote, o de forma asexual, mediante hijuelos. Sin embargo, si el maguey madre tiene baja producción, sus hijos también heredarán esa baja capacidad, lo cual es una desventaja”, explicó Olvera.
A lo largo de su vida productiva, un maguey puede ofrecer hasta 20 cortes de aguamiel. La cantidad extraída diariamente es la misma que puede convertirse en pulque, ya que la transformación es directa: “Si obtienes diez litros de aguamiel, esos mismos diez litros se convierten en pulque, salvo que alguien se tome un poco en el camino”.
Además, los productores organizan los cultivos por edades para mantener un flujo constante de producción. “Cuando una planta empieza a ser productiva, las demás lo harán pronto. Y cuando deja de dar, se reemplaza por una nueva, manteniendo el equilibrio”, concluyó.
El pulque de Nanacamilpa no solo es una bebida, sino un testimonio de paciencia, técnica y amor por la tierra. A través de estas prácticas, las comunidades mantienen viva una tradición que ha pasado de generación en generación y que hoy en día sigue siendo símbolo de identidad tlaxcalteca.




























