Por: El Psicólogo Carlos

Imagina que cada vez que cometes un error, empezara a sonar una alarma con altavoces a todo volumen anunciando lo siguiente: “¡Atención! Esta persona acaba de fallar, miren todos, observen su torpeza”; aunque esto no ocurre literalmente (afortunadamente), muchas veces de esa forma sentimos la vergüenza, como si todo el mundo se diera cuenta de nuestras fallas, defectos o lo que creemos que no debería saberse de nosotros, y como ya sabes, en esta columna venimos a resolver, así que empecemos por responder lo siguiente: ¿de dónde viene esa sensación tan punzante (sentir vergüenza)? ¿Es posible dejar de sentirla? respondamos una cosa a la vez.

Lo primero que necesitamos entender es que la vergüenza, como cualquier otra emoción, no es un error del sistema, sino todo lo contrario, cumple una función en nuestras vidas, y ha evolucionado como una forma de regular nuestras relaciones sociales, podríamos decir que es un tipo de dolor que nos avisa que hay riesgo de rechazo o desaprobación, y esto ha sido útil para sobrevivir en grupo (ojito aquí), porque sí, en la antigüedad quedarte sin grupo era una sentencia bastante literal, sin clan, no hay comida, protección ni futuro, y aunque hoy no vivimos en cuevas ni cazamos mamuts, esta respuesta emocional viene integrada con nosotros como especie, y hemos aprendido a relacionarnos con ella (cada uno con estilo diferente) de acuerdo a nuestras muy individuales historias de vida.

Tienes que saber que la vergüenza no es algo que “está” dentro de nosotros, sino algo que ocurre entre lo que hacemos y el contexto en el que nos movemos, es decir, no nacemos sintiendo vergüenza, aprendemos a sentirla, ¿Pero cómo sucede eso? relativamente es sencillo de explicar (aunque no del todo cómodo), cuando alguna parte de nosotros, nuestro cuerpo, emociones, decisiones o ideas son señaladas, ridiculizadas o castigadas de forma repetida (principalmente por nuestras figuras de autoridad al inicio), vamos aprendiendo a que hay cosas que es mejor hacer privado o no hacer, previniendo así las reacciones incómodas que pudiéramos provocar en los demás y a su vez, en nosotros mismos, entendemos que mostrar eso tiene consecuencias desagradables, y de esta forma vamos desarrollando estrategias para evitar esas consecuencias, bajar la mirada,  quedarnos callados, no pedir ayuda, no alzar la voz, no mostrarnos, y si lo vemos de manera detenida, esto que conocemos como vergüenza, sería una especie de escudo que nos advierte: “Mejor quédate quieto/a, no digas nada, no te arriesgues”, y de esa misma forma, vamos consolidando maneras de comportarnos que aparentemente nos salvan, aunque paradójicamente después nos hacen no poder disfrutar “al igual que otras personas” de la vida, y aquí es donde surgen los problemas.

Después de un tiempo, esto que fuimos aprendiendo con el transcurrir de nuestra historia, empieza a suceder aunque ya no haya nadie emitiendo juicios, ahora ese papel nos toca a nosotros, es por ello que comenzamos a evaluarnos, a predecir rechazos futuros, a imaginar lo que los demás pensarán, a sobreanalizar nuestras fallas, a guardar secretos que nos consumen, a sentir culpa por sentir vergüenza, y así hasta que ya no sabemos qué vino primero: si el error o el deseo de pasar desapercibidos, ¿suena lógico este enredo?

La pregunta entonces no es si sentimos vergüenza, porque eso está garantizado si es que somos humanos, sino cómo reaccionamos cuando aparece (aunque suene paradójico), y aquí es donde aparecen las buenas noticias (aunque pudieran ser incómodas), para ello descifremos la siguiente ecuación: lo que mantiene viva la vergüenza no es tanto el error cometido, sino todo lo que hacemos después para ocultarlo, es decir, evitamos, fingimos, nos retraemos, nos exigimos perfección, criticamos a otros para distraer de lo nuestro, y todas esas conductas alivian a corto plazo, pero alimentan y mantienen el ciclo a largo plazo.

¿ No me crees? Intentemos lo siguiente: piensa en algo que te dé vergüenza contar (alguna falla, algo que no te guste de tu cuerpo, algo de lo que te arrepientes, algo que estás permitiendo), no es necesario que lo digas en voz alta, solo obsérvalo en tu mente, ¿Qué pasaría si lo supieran las personas que más te importan? ¿Qué imagen crees que tendrían de ti? Ahora, en lugar de seguir ese hilo mental como si fuera una verdad absoluta, respira un momento y pregúntate: ¿esa vergüenza dice algo real de mi valor como persona, o solo es una historia que aprendí a contarme para protegerme?

La buena noticia (aunque suene raro) es que la vergüenza solo aparece cuando hay algo valioso en juego, si no nos importara pertenecer, ser amados, aceptados o vistos, no sentiríamos vergüenza, entonces, en lugar de tratar de eliminarla o fingir que no está, podrías empezar a relacionarte diferente con ella, escucharla sin obedecerla (aunque no prometo que será sencillo), porque sí, se puede tener vergüenza y aun así hablar en público, podemos sentirnos expuestos y aun así compartir nuestra historia, se vale creer que no somos suficiente y aun así dar el paso, no quiero hacer spoiler, pero cuando hacemos las cosas que para nosotros son valiosas, reacciones interesantes aparecen.

El trabajo que realizamos en psicoterapia no se centra en que la vergüenza desaparezca, como si de una uña enterrada se tratara, pero sí construimos en conjunto las herramientas para dejar de huir y empezar a caminar con ella al lado, ya que la libertad emocional no es dejar de sentir, sino actuar con lo que sentimos a cuestas.

Así que la próxima vez que sientas vergüenza, en vez de esconderte, intenta mirarla de frente y decirle: “Ya sé que estás aquí, pero no te dejaré decidir por mí hoy”, quizás eso no haga que desaparezca, pero poco a poco dejará de gritarte al oído.

Y recuerda: no estás solo/a en esto, todos sentimos vergüenza por ser humanos, pero tal vez, solo tal vez, el antídoto no esté en ocultarnos mejor, sino en mostrarnos con todo y miedo.

Nos leemos la siguiente semana, y si acaso esta columna te hizo sentir un poco expuesto, tal vez vas por buen camino, y si no estás de acuerdo, está bien, este pensamiento también lo dejo pasar (de aquí nos vamos practicando todos), aunque recuerda… puedo estar equivocado.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here