Durante tres meses, cerca de 90 personas se entregan con devoción a bordar el manto y vestido de la Virgen de la Caridad
En Huamantla, cuando se aproxima agosto, no solo las calles comienzan a llenarse de color y aroma a aserrín, también un espacio íntimo y sagrado: Museo Casa Carito, se transforma en un taller vivo donde se respira devoción. Ahí, un grupo de casi 90 personas se reúne día, noche y madrugada para bordar el manto y vestido que portará la Virgen de la Caridad durante un año.
La tradición, que este 2025 cumple más de seis décadas, comienza en mayo con la bendición de manos de quienes bordarán. El sitio donde se trabajará también recibe la visita del sacerdote, quien bendice el espacio antes de que se inicie la obra colectiva. “Nosotros no nos vemos como un grupo, sino como una familia”, comparten quienes cada año se suman a esta labor, que mezcla arte, fe y comunidad.
El diseño de este año está inspirado en el Año Jubilar 2025 y lleva como lema Peregrinos de esperanza. El mar es protagonista: un oleaje bordado simboliza la vida agitada, no exenta de adversidades, mientras que 54 peces en tonos azul, amarillo, rojo y verde, los colores del logotipo del jubileo, nadan entre las olas, acompañados de otras figuras marinas.
Rosalía López García es una de las mujeres que ha entregado su vida a esta tradición. Lleva 21 años consecutivos bordando para la Virgen y recuerda con cariño a Carito, la fundadora de esta costumbre huamantleca. “Esa labor es una obra de fe, he recibido muchos favores de la Virgen, de salud, me ha resuelto muchos problemas… esa es la satisfacción que me queda. A pesar de que vengo muchas horas, realmente creo que no pago todo lo que yo recibo de ella”.
Carito, la mujer que inició esta devoción en 1963, realizó 52 vestidos para la Virgen. Su historia es también un testimonio de fe: tras sufrir un accidente al montar a caballo, los médicos le advirtieron que podría no volver a caminar. Se encomendó fervientemente a la Virgen de la Caridad, y justo antes de su operación, los estudios revelaron que sus cartílagos se habían regenerado. Desde entonces, su promesa fue bordar para Ella. Así comenzó una obra que pasó de tradición familiar a acto comunitario.
Hoy, incluso personas de otros estados viajan hasta Huamantla para dejar su puntada como agradecimiento. En muchas familias, el amor por bordar se hereda: de abuelas a hijas, y de hijas a nietas, como cuenta una de las sobrinas de Carito, cuya abuela le enseñó el bordado sevillano.
Además, los mantos y vestidos de años anteriores pueden admirarse en el Museo Carito, abierto al público para que visitantes y devotos se maravillen con las puntadas, los diseños y los símbolos que año con año dan forma a una tradición viva.
Aquí no se bordan hilos, se bordan milagros.