Por: El Psicólogo Carlos
Es muy probable que todos hayamos tenido ese momento en el que pensamos que las cosas en la vida no van del todo bien y que posiblemente necesitemos buscar terapia, pero segundos después aparece una vocecita (casi siempre disfrazada de racionalidad) que dice: “Estoy bien, ya se me pasará, solo fue una mala semana” (o algo similar), y así, como si mágicamente el malestar obedeciera a la lógica, posponemos una y otra vez la decisión de ir a terapia, lo curioso es que, aunque evitamos terapia porque “es caro”, “no tengo tiempo” o “no estoy tan mal”, terminamos pagando (muchas veces sin saberlo) un precio mucho más alto que el de hacer cosas para que nuestra vida cambie.
Desde una perspectiva conductual, la manera en que nos comportamos nos sirve para algo, y mucho de lo que hacemos para intentar evitar enfrentar lo que nos duele, nos confunde o nos cuesta, en realidad son acciones (completamente comprensibles) que realizamos con la finalidad de reducir el malestar de inmediato, pero, paradójicamente pudieran estar ayudando a que el malestar no desaparezca, y quiero que sepas que no existen comportamientos que pudieran ser igual para todas las personas, aquí te dejaré algunos ejemplos muy comunes, y ya tu podrás observar si se parece o no a tu situación.
- Trabajar más de la cuenta. Porque mientras revisas correos, agendas juntas y entregas pendientes, no hay espacio para preguntarte por qué te sientes solo en tu relación o por qué cada domingo por la noche te dan ganas de llorar sin saber bien porqué, es decir, saturarte de trabajo te permite no contactar con aquellas emociones incómodas de sentir, sin embargo, el hecho de que las ignores no quiere decir que desaparecerán (a veces pasa lo opuesto)
- Decir “todo bien” cuando claramente no todo está bien. Porque abrirte significaría empezar a hablar de cosas que ni tú mismo sabes cómo explicar, de ahí que parece mejor idea aguantarte, total… “hay gente que está peor” (eso no necesariamente debería darte consuelo).
- Comprar cosas que no necesitas. Porque durante esos 10 minutos en los que eliges ese accesorio o esa chamarra innecesaria, sientes algo parecido a control o placer. Pero luego… regresa el vacío (y la deuda).
- Fingir que eres fuerte. Cuando en realidad estás cansado, triste o confundido, pero como aprendiste que “sentir es de débiles”, actúas como si no pasara nada, aunque por dentro te estés cayendo a pedazos (y sí, eso también lo hemos venido aprendiendo a lo largo de la vida).
- Comer sin hambre, fumar “para relajarte”, beber “solo el fin”. ¿Te suena? Lo que comenzó como un gustito termina como ritual cotidiano para no sentir o no pensar, y mientras eso ocurre, la vida sigue pasando… sin que la vivas realmente.
Ahora es momento de aclarar más cosas, estas conductas no son el problema per sé, son intentos de solución que alguna vez funcionaron (o al menos eso parecía), el problema es que si los repites sin cuestionarlos, terminan convirtiéndose en cadenas suaves (estrategias a las que accedes cada que te sientes mal y quieres que esto pare ya): no duelen al principio, pero después no sabes cómo soltarlas.
Ir a terapia da miedo, claro que sí, te obliga a pausar, mirar de frente lo que llevas tiempo escondiendo y, sobre todo, a comportarte diferente, y eso cuesta, pero evitarla también cuesta, y muchas veces mucho más caro.
Porqué evitar la terapia puede implicar que sigas en esa relación que sabes que te lastima, solo porque “da miedo estar solo”, que sigas sin poner límites en el trabajo, aunque cada día te sientas más agotado, que postergues ese proyecto personal porque “aún no es el momento”, y con cada evitación, refuerzas la idea de que no puedes con lo que sientes, y ahí es donde, sin darte cuenta, el malestar crece, si lo ves de una manera mucho más sencilla, el problema no es lo que te pasa, sino aquello que estás haciendo para intentar que desaparezca (y así no sentirte mal).
No se trata de ir a terapia porque “todos deberían ir”, se trata de entender que si lo que haces para evitar sentirte mal termina haciéndote sentir peor, tal vez necesitas una estrategia nueva, y a veces, esa estrategia es dejar de huir, así que la próxima vez que pienses: “No necesito terapia, solo necesito descansar”, pregúntate si ese descanso realmente te está ayudando… o si solo te está alejando de lo que en el fondo sabes que debes enfrentar.
Recuerda: evitar el dolor es comprensible, pero vivir huyendo de él no es vivir, es sobrevivir.
Nos leemos la próxima semana, hasta entonces, no olvides que a veces el primer paso no es dejar de sentir malestar, sino dejar de escapar de él, aunque recuerda, puedo estar equivocado.


























