La violencia digital representa hoy una de las formas más extendidas de agresión contra mujeres y niñas. A través de plataformas tecnológicas y redes sociales, estas violencias buscan acechar, intimidar, controlar, humillar, chantajear o dañar, generando impactos reales en la vida emocional, social y profesional de las víctimas.
De acuerdo con datos del INEGI en 2024, a nivel nacional, 21.0 por ciento de la población de 12 años a 19 años, vivieron alguna situación de acoso cibernético, porcentaje que representó 18.9 millones de personas.
La violencia digital no es un fenómeno aislado, sino una extensión de la violencia estructural que históricamente ha afectado a las mujeres.
La violencia digital comprende un conjunto de prácticas que utilizan herramientas tecnológicas o plataformas en línea para ejercer poder y control. Entre las más comunes se encuentran:
Uso indebido o intercambio no consentido de imágenes íntimas, también conocido como revenge porn o filtración de desnudos, una práctica de coerción, explotación y humillación que ha crecido de manera alarmante.
Ciberacoso, troleo y amenazas en línea, que incluyen comentarios degradantes, agresiones verbales y campañas de hostigamiento persistente.
Acoso sexual digital, a través de mensajes no deseados, comportamientos intrusivos y solicitudes inapropiadas.
Falsificación de imágenes mediante inteligencia artificial, como la creación de deepfakes sexuales, audios o videos manipulados con fines de daño, descrédito o chantaje.
Discurso de odio y desinformación misógina, utilizado para silenciar, desacreditar o atacar colectivamente a mujeres, especialmente a quienes ocupan espacios públicos.
Acoso, vigilancia o monitoreo digital, mediante espionaje de dispositivos, aplicaciones o control de redes sociales.
Redes organizadas de odio, como la llamada “machoesfera” o grupos incel, que promueven la violencia contra mujeres y niñas y normalizan discursos que pueden escalar a agresiones fuera del entorno digital.




























