Luis Manuel Vázquez Morales

Ahí quedo la conversación, pues ambos tenían que ocuparse de sus labores, pero eso sí, después de comer. Ese día las ganancias de Dolores, eran de lo mejor. Pasó al mercado a comprar un buen trozo de chorizo, cecina y demás alimentos para una buena comida; no podía faltar la jarra de pulque fresco de ese “sangre de conejo” que vende don Pancho, allá por el Portal de Tejada.

Cuando entró Simón a la cocina fue recibido por un olor de chorizo fresco y cecina escurriendo su jugo sobre los nopales y las cebollas, gordas calientitas en el canasto, algunas infladitas sobre el comal, esas que saben muy bien con su pizca de sal y un trago de sangre de conejo. Después de esta suculenta comida, un poco tarde, se fueron a su cuarto a platicar sobre las incidencias del día; el pulque curado de tuna roja hizo efecto en esta no tan joven pareja que se abrazó entre cariños y arrumacos. Dejemos a esta pareja disfrutar de su amor, en uno de los últimos momentos que estarían juntos.

Ya se tenían noticias de los recientes enfrentamientos en Padierna y el Convento de Churubusco, y de cómo el ejército mexicano se preparaba para hacerle frente al invasor en Molino del Rey. Mientras tanto, el general Scott en el reporte que envió al gobierno de su país manifestaba que el armisticio había sido roto por Santa Anna, mismo que aprovechó la ocasión para mandar fortificar la ciudad. Los invasores se preparaban para aquel ataque, la ciudad lucía un aspecto lúgubre. La policía buscaba apercibirse lo mejor posible, notándose el contraste entre los patriotas que quieren defender a su país y los espantados que huyen a refugiarse gritando sombríos presagios.

Simón, en un momento de valor, decidió alistarse en las tropas que el general Santa Anna había mandado a buscar a los invasores y hacerles frente. Se contaba con el apoyo de las baterías del Castillo de Chapultepec sobre las líneas del enemigo. La estrategia de esperar y atacar en Molino del Rey no tuvo resultados favorables, tanto, que las tropas del general Scott quedaron listas para el asalto al Castillo de Chapultepec.

Los resultados de Molino del Rey, en cuanto a bajas humanas y de armas fueron desastrosos. Todo parecía indicar que la batalla más importante sería librada por los miembros del colegio con el apoyo de las tropas maltrechas y los voluntarios que se habían unido para defender la soberanía del país.

Durante el ataque por el costado más vulnerable del Castillo, Gabriel y su padre se encontraron, ambos lucharon auxiliando a los heridos y abasteciendo de armas a quien necesitase. La defensa fue heroica, pero todo parecía indicar que el principio del fin estaba cerca. Conforme avanzaba el día, los hombres y las armas se terminaban, los estudiantes del colegio extenuaban sus fuerzas en la defensa del recinto. Simón fue alcanzado por una descarga de arcabuz que lo dejó herido de muerte, rogando a su hijo luchar con todo, poco a poco iba muriendo en sus brazos.

-Padre no me deje sólo en estos momentos.

-Qué más quisiera hijo mío, que acabar con los invasores, pero ellos acaban conmigo; sólo recuerda que tu padre te quiso mucho al igual que a tus hermanos, cuida de ellos y de tu madre, ah, y si puedes deja las armas, no sin antes derrotar a los enemigos o hacer que les cueste caro la victoria, quiero pedirte algo.

-Qué padre, ya no hable, que se desangra.

-Continua con tus estudios, apúrate a leer los libros que me dijiste, aquellos sobre la historia de nuestro país. Recuerdas a los duendes de la barranca, cuando era niño yo también los ví, sólo los niños buenos y inocentes pueden verlos.

En ese momento el cuerpo de Simón se desplomó sobre el regazo de Gabriel, sólo una lagrima brotó de los ojos verdosos y se unió a la brigada de defensa que sólo pudo aletargar la toma del Castillo.

A los pocos días la ciudad se encontraba en manos de los invasores, la mayoría de los jóvenes que sobrevivieron al asalto del Castillo fueron encarcelados en la Cárcel de la Acordada. Estando preso Gabriel, por ser muy apto para leer y escribir, se convirtió en secretario del juez, que, al no poder hacer mucho sobre la situación del muchacho y conociendo sus intereses, le regaló unos ejemplares de las obras del licenciado Bustamante y don José Fernando Ramírez, de Boturini, Clavijero y de don Antonio León y Gama.

Al salir la cárcel, el interés por el conocimiento de la historia del pasado de su país fue creciendo; con la ayuda del juez que conocía a don José Fernando Ramírez, buscó la manera de conocerlo y convertirse en su alumno.

Llegó a ser muy avisado en los temas de la historia antigua de México, que su maestro, que así lo llamaba, no dudo en llevarlo con él cuando se le encargo la administración del Museo Nacional, le apoyó en las diversas colaboraciones para el Diccionario Universal de Historia y Geografía. Gabriel creyó que el encanto se terminaba cuando en 1855 su protector fue desterrado, pero marchó con él a recorrer Europa, visitando archivos y bibliotecas con la idea de buscar códices y documentos que llevaron a México un año después.

En 1856 mientras buscaban en el convento de San Francisco de la ciudad de México, encontraron un manuscrito anónimo muy importante. Gabriel se percató que el documento era obra de un religioso y que estaba escrito en lengua de los mexicanos del siglo XVI.

Los intereses de Gabriel se orientaban a las costumbres y tradiciones que legaron los antiguos mexicanos, pues desde su niñez estuvo marcado por aquel incidente de la barranca. Desgraciadamente una enfermedad de su madre le impidió seguir al lado de don José Fernando, al que dejó con mucho pesar. Al tener que trabajar para mantener a su madre enferma y para que sus hermanos continuasen con su educación, dejó a un lado sus trabajos sobre el México antiguo para trasladarse a su pueblo natal para dedicarse al campo y levantar un pequeño rancho.

Al llevar a pastar a sus vacas escuchó una voz melodiosa que venía de un recodo del río, al asomarse fue mucho su asombro que resbaló, llamando la atención de una hermosa joven que enseguida corrió en su auxilio. La señorita se dijo llamar Socorro de la Encarnación, oriunda de un pueblo vecino. Mujer de tez blanca, ojos azules y cabello largo.

La vida en el campo hizo un buen efecto sobre la salud de su madre, tanto que, a los seis meses de haber conocido a Socorro, la fueron a pedirla en matrimonio. La economía del rancho mejoraba día con día. Con el tiempo tuvo libertad para regresar a sus estudios, más cuando recibió una carta de su maestro pidiéndole una participación sobre los pueblos matlatzincas de la región, desde su establecimiento hasta la erección como municipio de Coatepec Harinas por decreto constitucional en 1826. No pudo entregar el trabajo, pues don José Fernando de nueva cuenta fue exiliado; se tenía la esperanza que con el regreso del presidente Juárez a la capital su maestro podría volver, cosa que no le permitió don Benito Juárez.

Llegó a tener noticia de la labor que realizaba su maestro en Italia, Francia y España, hasta irse a vivir con unos familiares a Bonn, Alemania, donde le alcanzó la muerte en marzo de 1871. La muerte de su maestro tuvo el mismo impacto que la de su padre. En su honor, el primero de sus hijos llevó el nombre de José Fernando, mismo al que inculcó el conocimiento de la historia del México antiguo.

Gabriel continuó con sus investigaciones sobre las tradiciones de su pueblo. Recordando lo que su padre la había contado sobre la leyenda de la llorona escribió un libro titulado Leyendas y mitos de Coatepec, en el que tuvo la oportunidad de contar su aventura infantil con los duendes de la barranca.

Una noche se despertó al escuchar ruido en la habitación del pequeño José Fernando. Cuál fue su sorpresa al verlo jugar canicas con dos pequeños personajes con sombrero en forma de cono, que al verlo le sonrieron y no hizo más que cerrar la puerta sabiendo que su hijo se encontraba en buenas manos. Al regresar a su habitación, su esposa le interrogó sobre el estado del niño.

-Le pasa algo a mi hijo.

-No te preocupes mujer, está jugando con unos amigos míos de la infancia.

Durmió contento y sin preocupaciones, pues al otro día tenía una entrevista, ni más ni menos que con el director interino de la Escuela Nacional Preparatoria, don Justo Sierra Méndez, para dar clases de historia antigua de México en esta institución y posiblemente en la Universidad.

luis_clio@hotmail.com

@LuisVazquezCar

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here