En el corazón de Huamantla, un lugar donde las tradiciones y costumbres ancestrales se entrelazan con la magia de los títeres, se encuentra el Museo Nacional del Títere (Munati). Este espacio, que inició su camino en 1991 con una colección de 730 piezas, ha visto cómo su acervo se triplica con el tiempo gracias a importantes donaciones de figuras como Eli de Gortari, Carmen Toscano, y la colección de Pocolini.
El pasado viernes 9 de agosto, el Munati celebró su 33 aniversario, un hito que destaca no solo la longevidad de este emblemático recinto, sino también su papel fundamental en la preservación y difusión del arte titiritero. Desde sus primeros días, el museo ha sido un lugar donde la historia cobra vida a través de los hilos que mueven a los títeres, ofreciendo a los visitantes una experiencia que trasciende el tiempo.
El Munati no es solo un museo; es un testimonio viviente de la rica tradición titiritera de Huamantla, una tradición que se remonta a 1835, cuando los hermanos Aranda –Julián, Hermenegildo, Ventura y María de la Luz– comenzaron a representar pasajes religiosos con la ayuda de Margarito Aquino. Esta familia, que más tarde se conocería como Rosete Aranda, conquistó corazones en Tlaxcala, Puebla, Hidalgo, y la Ciudad de México, llevando su arte a todos los rincones posibles.
A lo largo de los años, la fama de los Rosete Aranda no hizo más que crecer. Personajes ilustres como Antonio López de Santa Anna y Francisco I. Madero se contaron entre sus espectadores, y el presidente Benito Juárez incluso los invitó a presentar sus cuadros costumbristas en el Palacio Nacional.
Hoy, el Munati sigue siendo un faro cultural en Huamantla, un lugar donde la historia del teatro de títeres mexicano se celebra y preserva con cada marioneta, cada mimo, y cada actuación que cobra vida en sus salas. Este aniversario no solo conmemora el pasado del museo, sino que también reafirma su compromiso con el futuro del arte titiritero en México y en el mundo.