Latinoamérica es más que un territorio geográfico concreto. Latinoamérica es una historia compartida de semejanza e imposición sobre las culturas primeras de estas tierras. América fue nombrada así por un navegante y después de haber sido conquistada por españoles y portugueses busco su libertad. La parte norte del continente fue colonizada por ingleses y con ello la división del mismo.

La zona hispanohablante y portuguesa comenzó su proceso de descolonización casi al mismo tiempo. En este proceso la identidad latinoamericana ha sido un tema importante en la configuración de las sociedades y estados.

El mestizaje racial aunado a las diferentes concepciones de identidad que se defendían, es decir, la de criollos, europeos y esclavos fomento la desorganización civil que en la actualidad aún persiste.

Esta problemática, por otro lado, acarreo consigo la falta de propuestas administrativas para los gobiernos, haciendo de nuestras naciones, solo remedos mal logrados de las europeas. Son en estas condiciones en las que el arte latinoamericano nace y comienza a vivir.

Pero, ¿Cómo determinar la nacionalidad del arte? Es en el siglo XIX y más precisamente a partir de 1850 que los artistas latinoamericanos dan muestras de su producción alejados de los encargos religiosos. La pintura deja de ser una herramienta exclusiva de la iglesia y comienza a retratar la vida cotidiana, esto, aunado a la construcción de centros de enseñanza para las artes, como la Academia de San Carlos en la Ciudad de México en 1792, propició la expansión del quehacer artístico.

También es preciso mencionar el caso de Brasil, lugar en el que la descolonización no se dio de forma violenta, en él, la Corona decidió, debido a la guerra en Portugal, cambiar los poderes a su colonia en América.

Con ello, fomento que la nación mutara a un país digno de un Rey. Los trabajos de arte que se producen en esta época no son, propiamente dicho, “arte latinoamericano”, ya que son obras que continúan, incluso de forma tardía, los estilos que en Europa han sido aceptados y legitimados por las instituciones. Pero es importante mencionarlos como antecesor de un arte, que posteriormente se desarrolló.

Al culminar la Revolución mexicana, el gobierno emanado de la misma, en busca de su rápida aceptación y con ello, la consolidación, propone, en manos de su primer secretario de educación pública, el “Proyecto Muralista”. Es así, que José Vasconcelos, dirigido por Álvaro Obregón, invita a los artistas más destacados del país a pintar los muros de los edificios gubernamentales. Es decir, el quehacer artístico como mecanismo de unificación y expansión sobre la idea de identidad nacional. Las características de este movimiento son el claro ejemplo de una sociedad que necesita, o al menos el gobierno en turno en consonancia con su historia, de reconocerse como un ente unificado. No lo olvidemos, eran una época nacionalista.

El Muralismo es la vanguardia latinoamericana por excelencia, busca revalorizar al indígena, habla del mestizaje, propone nuevos estándares de belleza y metodologías en el arte, hace del horizonte latinoamericano su escenario y mundo y principalmente, confronta al arte europeo, que no al occidental. Recordemos a Siqueiros y su disgusto y crítica contra el “formalismo francés” o la gira que realiza por Latinoamérica. O el muro que le derribaron a Diego Rivera en el Rockefeller Center de Nueva York por colocar en la composición a los líderes rusos socialistas.

A partir de entonces, el arte latinoamericano se convirtió en un arte alternativo a la hegemonía del arte occidentalizado, eurocentrista, en un arte que responde a la sociedad que lo titula, un arte que está en crecimiento, como todo lo que está vivo, que goza de buena salud y que al parecer, llegará a ser un arte que no necesite la legitimación más que de sí mismo.

 

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