Dedicado a mi tía Matilde.

Hace un par de días mi tía Matilde falleció. Yo acababa de llegar a Tlaxcala proveniente de Xalapa e inmediatamente tenía que desplazarme a la Ciudad de México para los asuntos del velorio. Después de los sentimientos de tristeza y las lágrimas vertidas por familiares y conocidos así como por el paso del tiempo en un mismo sitio, comencé a observar los distintos rituales que alrededor de la ceremonia se producían: abrazos inmediatos a mis primos al entrar al recinto por parte de todos los asistentes, aún sin conocerlos. Cabezas bajas y pláticas con murmureos. Pequeños rezos y señales frente al ataúd, sin contar el gran ritual de la misa y las palabras en memoria y recuerdo de la difunta.

Un ritual es una acción simbólica que ayuda a mover el espíritu y que se sustenta en la significación que este le da al ser humano que lo realiza y no exactamente en la realidad tangible en donde se desarrolla. Un ritual es un ejercicio del cuerpo en configuración con las fuerzas internas y las ideologías del individuo con su entorno. Los rituales pueden tener vínculos religiosos, políticos, deportivos, profesionales, entre muchos otros, a su vez, los rituales pueden ser individuales o colectivos. Los rituales trabajan con los signos, es decir, los rituales hacen uso de los significados de las cosas y de las acciones para modificar una idea o un concepto que se tenga de algo. Un ritual es un devenir entre la cotidianidad y lo divino, un vínculo entre lo sagrado y lo profano.

La fiesta de quince años o un casamiento por la iglesia son dos tipos de ritual religioso que se lleva a cabo en colectividad. En ambos casos podemos observar como el ritual cambia las cosas y la perspectiva que tenemos de las personas. Por un lado, la niña deja de serlo y se convierte en mujer, por el otro, los novios dejan de serlo y se convierten en matrimonio. ¿Pero en realidad que cambia? Las personas siguen siendo las mismas, su cuerpo no cambia, lo que sucede es una deconstrucción en el plano simbólico de lo que eran esas personas antes de la ceremonia, por lo que ahora son.

Dice Diego Armando Maradona que cuando entraba al campo de juego, tomaba un pedazo de pasto y lo colocaba debajo de su lengua. Un ritual un poco extraño que fomentó que el argentino se posicionara como uno de los mejores futbolistas de la historia. Así como este, podríamos traer a colación más prácticas cotidianas e individuales en donde los rituales aparecen. Bajarse el sombrero frente a alguien, no pasar debajo de una escalera o el proceso que sigue todo empleado con horario establecido por las mañana antes de ir al trabajo podrían ser el ejemplo.

En el arte también tenemos rituales. En la inauguración de una expo es casi imposible evadir el ritual de las aburridas presentaciones con sus aduladores comentarios del funcionario en turno, así como la crítica criticona de los pedantes conocedores de la “expresión artística”. También podemos observar rituales cuando alguien contempla una obra o cuando estamos y hablamos dentro de un museo. El cuerpo se sitúa en una posición de respeto y procura denotar entendimiento. Vemos al espectador, con la mano sobre el mentón, los ojos fijos en la obra y el acercamiento y alejamiento a esta. ¿Solo existe esa manera de “comprender” la obra? Es un ritual involuntario y prefijo en el inconsciente. Un acto instantáneo y que da legitimidad a nuestros actos. “Fuimos a disfrutar de una exposición” dirán los asistentes a la muestra, involucrando con su comentario, a esos vigilantes que no disfrutan sino que más bien trabajan y que aunque están en el mismo sitio y con los mismo elementos se encuentran haciendo otra cosa. No son parte del ritual del disfrute del arte.

Finalmente y para concluir, quiero enviar un abrazo al cielo para mi tía Matilde que ahora se encuentra con su Moncho y que para siempre, vivirá en el ritual del amor con mi tío, asegún mis creencias claro está.

artodearte@gmail.com

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