El fin de semana pasado, en una reunión, escuchaba a mis tíos hablar de lo numeroso que solían ser las familias y lo felices que llegaban a ser, a pesar de las posibles carencias a las que se podían enfrentar. Esto me llevó a la reflexión de lo que acontece en nuestros días: si tenemos demasiados hijos, no se les da lo mismo que si sólo se tiene uno o dos. Hay especialistas tan bárbaros que se dan el lujo de cuantificar el fenómeno, hasta con fórmulas algebraicas. Un ejemplo lo es: si se pertenece a la clase media, o se ejerce una profesión liberal, o se es funcionario público, o dueño de una empresa pequeña y se tienen uno o dos hijos, es muy probable que se les pueda dar estudios superiores, enviarles a cursos e incluso pagarles una habitación cerca de donde estudien, sin olvidar la alimentación, vestido y sus chuchulucos. Lo que les facilitará alcanzar la felicidad de manera más sencilla. Lo que no acontecería si se tienen tres o más.

Esto último viene a colación, porque además de la conversación en familia, a mi correo llegó el cuestionamiento: ¿Qué sugiero para que los hijos sean felices? Respuesta que si la tuviera, me convertiría en un hombre sabio. Pero esto no sucede.

Aun así, tengo dos respuestas apegadas a mi limitada experiencia, una, es quererlos mucho y hacer que ellos lo sepan. Y/o dos, permitir realicen actividades extraacadémicas en las que participemos apoyando e impulsando su desempeño.

Ahora bien, muchos o pocos hijos siendo los padres, no es importante, pese a que esto pueda generarnos dificultades, según las circunstancias. Lo realmente vital para mí y para algunos más, es que nuestros hijos tengan con quienes jugar, pelear, aprender o compartir, siendo estos, los hermanos. Que a pesar de ser distintos como los dedos de la mano, según decía mi madre. Le da valor y unidad a la familia.

Y eso está más que probado. Por eso cada vez que nos enteramos que va a llegar un nuevo miembro, se produce una auténtica conmoción, y cuando ese niño nace, el estallido de emoción, alegría y amor es épico. Sin embargo, de esa llegada los más encantados, emocionados y felices son los niños que sin importar la edad, esperan con ansia a que ese bebé crezca no sin dejar de vaticinar qué le va a gustar, o qué va a ser o a quién se va a parecer. En medio del transcurso del tiempo para que ese bebé crezca.

¿Que si soy partidario de una familia numerosa? Con certeza respondo que ¡Si! Aunque en esa respuesta no haya coherencia con mi realidad, pues tengo una familia pequeña en número, como lo fue en mi casa paterna. ¡Pero me hubiera encantado tener muchos hermanos!

En franca envidia a los fiestones de navidad, los cumpleaños y demás, en los que no hay necesidad de invitar a nadie, pues con los padres, hermanos y sobrinos, se llegan a juntar más de cincuenta. De ello, mi impresión es que se vive bien, pues todos colaboran y participan desde la organización, hasta la aportación de víveres y enceres. Por lo que aun cuando la convivencia pueda resultar compleja, en ningún caso será aburrida. Eso me permite afirmar: ¡Que envidia! Pues en la casa de mis padres, si no íbamos con la familia o de vacaciones a un hotel para celebrar la navidad o el año nuevo, solo éramos cuatro grandes, en torno a una gran mesa. Tal y como acontece hoy día en casa. Aunque no por ello deje de ser divertido, emocionante y unificador de mi familia.

Retomando el tema que me ocupa, realmente y en atención a la pregunta… ¿Qué hace falta para que los hijos sean felices? Diré que según una encuesta realizada por una universidad de España, se requiere que se tengan hermanos, sobre todo en las grandes ciudades, pues los hijos se sienten aislados, olvidados y solos.

Por lo que terminan buscando la compañía dañina de la televisión o los videojuegos de manera más que indiscriminada. Ese mismo estudio, nos dice que de cada 100 niños encuestados entre cuatro y catorce años a 98 lo que más les atrae… es estar con sus padres.

Presentándose así la gran paradoja: los padres con buenas intenciones, que pasan mucho tiempo fuera de casa trabajando para sus hijos, y quienes además dicen no querer tener más de un hijo, para poderle dar “tooodo” lo que necesite.

Aunque a nuestros hijos lo único que realmente les importe o necesiten sea amor, compañía y atención de sus padres y/o de un hermano. Por ello, disfrutemos a y con nuestros hijos, mientras ellos nos lo permitan. Porque eso también es… Dar de sí, antes de pensar en sí.

Porelplacerdeservir@hotmail.com

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