El martes de la semana pasada en la Ciudad de México, la familia taurina se reunió en masa para manifestarse pacíficamente a favor de sus tradiciones, iniciativa en la que también estuvo presente un sector del gremio gallístico de nuestro país.
La protesta pacífica estuvo enmarcada por la presencia importante de toreros, novilleros, aficionados, ganaderos y demás representantes de lo que conocemos como la fiesta más bonita, la fiesta brava.
En ese marco, el Consejo de Tauromaquia Mexicana expuso una serie de argumentos bien justificados sobre la importancia y trascendencia de la fiesta brava no sólo en términos de cultura, sino también económicos para un incontable número de familias.
A decir de Salvador Arias, abogado de esa asociación taurina, la prohibición de las corridas de toros atentaría contra los derechos constitucionales del público, entre otros tantos elementos que hacen de esta fiesta, una de las más cultas y a la vez ecológicas del mundo.
En la manifestación pudimos ver presencia de personajes tlaxcaltecas, entre ellos, los hermanos Angelino, José Luis y Joaquín. También el recién doctorado Gerardo Sánchez, y otros torerillos que forman parte de las escuelas taurinas locales.
El presidente de la República Andrés Manuel López Obrador debe ser consiente, a partir de su apertura a escuchar el clamor popular, de que la fiesta de los toros representa uno de los aspectos más representativos de la cultura nacional.
Habrá a quien no le guste el espectáculo taurino, pero el martes quedó de manifiesto que para un número importante de personas significa no sólo una fuente de empleo, sino también de arte, cultura, y también de esparcimiento sano.
A 500 años del encuentro de dos culturas, la indígena y española, surge la oportunidad de reflexionar sobre aquellos elementos que nos heredó la conquista para la construcción de una nación independiente.
Sería ocioso advertir al espectáculo taurino como un ente sin crueldad, de hecho la tiene, pero de ahí a asegurar que contribuye a formar personas violentas o agresivas, hay mucha diferencia.
Los argumentos de los denominados antitaurinos se han revertido en múltiples ocasiones y en foros diversos, de tal suerte que no hay un elemento de peso que permita advertir que la fiesta de los toros es dañina para una sociedad o bien, que se acude por diversión a ver la muerte de un animal que, por cierto, es de los mejor cuidados en el planeta.
Ya veremos la respuesta que tiene el presidente Andrés Manuel López Obrador sobre la manifestación multitudinaria que reunió a prácticamente todos los representantes de la familia taurina.
A diferencia del futbol que en fechas recientes ha sido escenario de agresiones y riñas entre grupos rivales, la fiesta brava unifica criterios, amalgama la pasión por un espectáculo y dista de las manifestaciones violentas que se observan en las gradas de una cancha.
Defensor
Más allá de su labor o productividad como legislador, un acierto que observamos en este espacio dedicado a la fiesta brava, fue la defensa de la fiesta que la semana pasada hizo el matador de toros tlaxcalteca, Rafael Ortega Blancas.
En sus facultades de diputado local, el matador de toros que recién incursiona en la política expuso en tribuna una serie de argumentos que a su consideración y sobre todo con su experiencia en el gremio, permiten definir a la fiesta brava como parte de la cultura e historia de Tlaxcala.