Llegaba a pie –como siempre a la fecha– a la Casa del Escritor; tardes lluviosas y clima helado precedían a esa, misma que ahora carece de fecha. No era extraño que poca gente llegara, respondiera a citas o entre apuntes rápidos subiera a los talleres.

No recuerdo el día, pero aquella vez coincidieron en el mismo edificio Paco Ignacio Taibo I, Guillermo Samperio, Juan Carlos Canales, Fritz Glockner y Benito Taibo: de esta manera funcionaba una de las mejores etapas de la ahora extinta Casa del Escritor.

Benito Taibo presentaba “De la función social de las gitanas”, poemario dividido en cuatro estadios, lectura cálida en la cual dejaba en claro el origen de su escritura y pasiones reafirmadas por Juan Gelman en su prólogo.

Con el tiempo su libro me revelaba un escritor maduro, auténtico y de voz propia que pocas veces se halla entre “miradas suicidas”, “noches sin dormir” o catálogos de seres fantásticos con dotes de rebeldía: estilo y función social, tal como el título lo ofrece.

Hasta ese momento pocas cosas me aproximaban a Benito Taibo, salvo algunos versos sueltos o ensayos, fuera de eso –seguramente mi corta edad no abonaba– el jefe del clan convocaba, al menos en lo personal.

Mientras Samperio seguía con su taller de narrativa, inmersos en el auditorio –no más de 20 personas– escuchábamos voces y contextos; primero Fritz y Juan Carlos; al frente de la gran mesa una veladora envuelta en cristal, destellos, aromas de tabaco.

Fiel a su discurso, Benito Taibo no se quedó en argumentos sobre “De la función social de las gitanas”, prefirió ahondar, dedicarse a conducir al público y potenciales lectores al “big bang” de su obra, atraer esas miradas al “auto de fe”.

Con estruendos de lluvia y redobles de pasos continuaba la tarde; junto a mí el mayor de los Taibo ajustaba las valencianas del pantalón; impecable, combinación de escenas; no siempre se tiene oportunidad de coincidir en tiempo y forma con quien se admira, ahí me quedó claro.

En cinco poemas Taibo me sorprendió; amoroso confeso, creyente de historias y buenas intenciones, retomó en su lectura fragmentos de Gabriel Celaya –el mítico español–, de “La poesía está cargada de futuro”; clausuró ese espacio aunque dio pauta a una sentencia: el escritor debe por definición adueñarse de su compromiso y de ser justo, padecerlo.

Seguramente en poco recordaría el episodio, en otras veces surgieron oportunidades para estrechar conversaciones con demás poetas, pero ésta valió por la cercanía de Benito Taibo. Por esos días aún estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras con algunos más impulsábamos una revista de novedosa creación, “Ulises”, la cual sobrevivió escasos tres números.

Al saberlo, subrayó los porqués teníamos como grupo mantener ese camino, a pesar de cada tropiezo que enfrentáramos, y no se equivocó. No fue el primer o último intento para ofrecer puntos de vista propios, incursionar en ambientes culturales que en sí mismos eran difíciles, pero –siempre bondadosa– en cada frustración se logra algo mejor.

De esta manera lo ha sido, todo embate lo ha confirmado y ahora al deambular por aquel edificio que albergó la Casa del Escritor es imposible no traerlo a cuentas. Ahí eclosionaron historias ahora reflejadas en esta realidad próxima, tangible en la medida de lo posible.

Sin embargo, entre palabras, Benito Taibo nos regaló una dedicatoria en el último ejemplar que yacía en manos; lo abrió en canal separando páginas y redactó: “Para el proyecto ‘Ulises’, sabiendo que no sucumbirán al canto de las sirenas de la vanidad”.

En cierto sentido, su frase nos condujo por tiempo suficiente –y continúa, me atrevo a decir–. Es la misma enseñanza que a su andar por esta ciudad han dejado Miguel Capistrán, David Huerta, Raúl Renán, Eduardo Langagne, así como tantos más que la injusticia evita nombrarlos.

Benito Taibo tuvo razón, el canto de las sirenas existe, es latente, ya sea en Islas Marías o espejos remitentes a la Concha Urquiza no se cansan de mandarnos al destierro, “De la función social de las gitanas” lo advierte en 89 páginas.

@Ed_Hoover