«Se han descrito algunas monstruosas transformaciones y mutaciones de hombres en bestias, como lo que se refiere a aquella famosísima maga llamada Circe, que metamorfoseó a los compañeros de Ulises en animales… En realidad, para cometer muchos latrocinios, los criminales transfiguran su aspecto por medio de encantamientos mágicos, o por la acción mágica de determinadas hierbas, metamorfosizando su cuerpo en el de fieras…» El anhelo por transformarse en otro pareciera que ha sido consustancial al hombre desde los albores de la historia. Los sacerdotes de las sociedades primeras vestían su desnudez con dientes, pieles y cráneos de bestias con el fin de adquirir sus habilidades. Determinar claramente en qué momento esta magia primitiva pasó de los elegidos a los iniciados está fuera de nuestras capacidades, pero lo cierto es que aún hoy ese deseo por transformarse en un individuo más capaz prevalece.

El fragmento con el que se inician estas líneas fue tomado de un libro ejemplar intitulado “Las etimologías”, también mencionado como “Orígenes”, de san Isidoro de Sevilla. Isidoro fue un escritor medieval del siglo VI, su padre fue hispanorromano y su madre, visigoda; ambos pertenecieron a la nobleza. Isidoro aprendió griego, hebreo y latín en su juventud y después se ordenó sacerdote, fue arzobispo de Sevilla durante treinta años y posterior a su muerte fue nombrado doctor de la iglesia y más tarde santo por los aportes que hizo para reformar el catolicismo en Hispania.

“Las etimologías” es el libro de Isidoro que más repercusión tuvo durante su época y aún en siglos posteriores. Esta obra fue publicada durante los últimos años de vida de su autor, alrededor del año 636, y es un monumento a la sabiduría. El volumen consta de 20 capítulos donde se explican diferentes temas a partir de la etimología de las palabras, esto es a partir de la raíz de la que ésta se desprende. Algunos de sus capítulos son: gramática, matemática, medicina, leyes, Dios, iglesia, palabras, hombre, animales, mundo, agricultura, guerra, entre otros.

Durante los mil años que duró la Edad Media, “Las etimologías” fueron el libro fundamental para la enseñanza de las ciencias, la filosofía y la religión. El pasaje que hemos leído, en el que se describen los cambios mágicos del hombre, está íntimamente relacionado con el imaginario fantástico que permeó durante estos diez siglos. Las alusiones al demonio, a los hechiceros, a las brujas y a todo tipo de animales fantásticos fueron constantes en la literatura medieval, dejando ver la existencia de un espíritu abierto a la seducción del misterio.

No podemos hablar de las transformaciones medievales sin hacer una revisión breve de la alquimia, la ciencia medieval que introdujeron los árabes en Hispania y cuya finalidad era transformar el plomo en oro mediante el hallazgo de la piedra filosofal. Pero además de esta transformación que se daba en lo material, existía otra que sucedía en lo espiritual, y era la metamorfosis del alquimista en oro, esto es, en un iluminado. Postular que la Edad Media sucedió en un entorno de constantes cambios nos lleva a meditar en la importancia que tuvo para estos hombres y mujeres la transformación del ser. La metamorfosis es la oportunidad para salir del estado de imperfección, pero también para hundirse más en la tierra. Que las civilizaciones medievales ibéricas hayan elegido a la transformación como un ideal nos permite comprender porque éstas terminaron asimilando el catolicismo tan fácilmente, pues, al final, ésta es una religión donde su Dios tiene tres caras, tres estados, o tres metamorfosis. La trinidad es un espejo de nuestra múltiple naturaleza.