-Hay cosas que ocurren delante de nuestros ojos y que nadie, o casi nadie, ve. Nos acostumbramos a ellas, las incorporamos al paisaje cotidiano y ya no nos sorprenden ni les prestamos atención.

-¿Por ejemplo? Preguntó Ángela.

– La violencia cotidiana, las mentiras y corrupción de los políticos, los abusos del poder, los embotellamientos, la contaminación…

– Es cierto, son cosas que ya no nos sorprenden.

– Sí, y algo que se ha incorporado a lo que se considera como “normal” es el  vertido de productos químicos o combustibles, que ocurren con gran frecuencia en todo el mundo, y sólo son noticia cuando alcanzan dimensiones catastróficas.

– Cuéntame más…

 

Uno de los ejemplos más claros en ese sentido es lo que ocurre en el Golfo de México. Se han producido ¡más de 11,700 vertidos de petróleo en el Golfo de México desde la catástrofe de la plataforma de la British Petroleum en el año 2010!. La información procede del grupo SkyTruth que monitorea los vertidos.

La página https://oilspill.skytruth.org/ presenta mapas e información detallada sobre cada uno de los incidentes. Casi ninguno de ellos llegó a las planas de los periódicos, forman parte de lo que no es noticia, del envenenamiento cotidiano de nuestro planeta, que las grandes corporaciones presentan como algo normal.

La realidad cotidiana de los vertidos que se intenta ocultar manteniendo a los ciudadanos desinformados y engañados, es lo que alimenta la resistencia a los oleoductos que inevitablemente terminarán contaminando el medio ambiente.

Un ejemplo es el gigantesco oleoducto Dakota Access Pipeline (DAPL) en los Estados Unidos, que ha generado una reacción de rechazo generalizado y a pesar de ello será impuesto de forma autoritaria a los ciudadanos. La empresa responsable ha reconocido 69 incidentes a lo largo de dos años, con el derrame de cientos de miles de galones de petróleo. Esto hace un promedio de tres por mes. La empresa afirma  enfáticamente que los oleoductos son seguros.

Es una mentira decir que los oleoductos son seguros. Los accidentes y derrames no son eventos imprevisibles. Inevitablemente van a ocurrir, las empresas y los funcionarios cuentan con ello. Cuando ocurren, se miente encubriendo las dimensiones de la catástrofe.

Se prometen reparaciones que nunca llegan y no se hacen los seguimientos que mostrarían el impacto real sobre la salud y el medio ambiente a través de los años. La rutina del envenenamiento del planeta y sus habitantes para beneficiar a los grandes intereses económicos no debe alterarse. Para romper esta conspiración de silencio, debemos mirar donde nadie mira y hablar sobre lo que se calla.

 

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