La semana pasada hablaba acerca del origen de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer y mencionaba que desde principios del siglo pasado nuestras predecesoras en la lucha por nuestros derechos fueron quienes sentaron las bases para que el género femenino pudiera ir alcanzando logros en diversos ámbitos.
Realmente gracias a ellas, a quienes se atrevieron a ir en contra del machismo establecido como norma universal, es que ahora gozamos de garantías y libertades que antes eran casi imposibles de lograr, pero aun así, más de un siglo después de ese triunfo, en materia de derechos nos falta algo muy importante: la decisión sobre nuestro cuerpo en caso de una violación.
En nuestro país, la semana pasada se cometió una injusticia a nivel político durante la sesión del pleno del Congreso de la Unión, que provocó que diputadas de varios partidos tomaran la tribuna.
Y es que se decidió retirar de la orden del día tres dictámenes de la Comisión de Igualdad de Género donde se incluía el debate de la Norma Oficial 046, que establece el protocolo para que en caso de violación la víctima pueda terminar con el embarazo. Asimismo, se incluía la reforma a los artículos 46, 49 y 50 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.
Es extraño que siendo una mujer la presidenta de la cámara se haya tomado esa decisión.
Aquí entra en lo que he insistido: somos las mujeres quienes debemos empezar a promover el cambio social en ambos sexos y que desde un órgano político tan importante se posterguen temas tan relevantes para nosotras por decisión de una mujer, de entrada ya está mal.
A pesar de que en la ciudad de México ya se aprobó este derecho al aborto en caso de violación, en el resto del país sigue siendo un tema polémico que incluso los congresos locales se niegan a abordar y lo van postergando y postergando. Nuestra sociedad en su mayoría se continúa rigiendo por normas religiosas y no digo que esté mal, pero en casos de violación no podemos aplicar la misma lógica; los legisladores y legisladoras primero se deben al pueblo, independientemente de su religión.
Esperemos que la siguiente semana sí se debatan los puntos de la Comisión de Igualdad y se respete el derecho de quienes sufren una agresión tan atroz que marca sus vidas para siempre.
En este sentido, quiero recordar el caso que les conté sobre una joven (por supuesto con autorización suya), a principios de mi participación en este medio al tocar el tema de violencia sexual, para que se tenga una idea del daño físico, moral y psicológico que provoca una violación en la víctima así como las consecuencias para el bebé en caso de quedar embarazada de su violador:
“Cuando tenía 14 años, buscando el afecto que me era negado en casa me hice novia de un chico, quien aprovechándose de mi inocencia me citó un día y junto con otros tres jóvenes me ató de pies y manos con un alambre; me inyectaron una sustancia que me hizo paralizarme, pero podía oír, oler, sentir todo; los cuatro me violaron. Hasta la fecha llevo las marcas de su atrocidad aunque ya pasaron 12 años. Quedé embarazada y desde que tuve al bebé lo rechacé; tan solo verlo me hacía recordar todo el horror que me hicieron pasar. Sentía amor-odio hacia él; a veces era tanta mi aversión, que tenía el impulso de asfixiarlo con una almohada. Lo veía tan pequeño e indefenso…pero también veía en él y sigo viendo, la cara de su padre”.
Estas fueron las palabras que la chica a la que llamaré Bet me contó con lágrimas en los ojos.
Considero preferible una legislación que brinde total apoyo a la mujer ultrajada, que la existencia de madres e hijos infelices. Si lo ven desde el punto de vista religioso, creo que Dios no querría más niños tristes en el mundo pagando las consecuencias de uno de los actos más perversos que puede haber en contra de una mujer.
Por cierto que a Bet cuando fue a reportar su violación, el médico en vez de brindarle apoyo se burló de ella diciéndole: “¿de qué te quejas?, si de seguro hasta te gustó”. Con esos médicos, para qué queremos enemigos.
Nos leemos el próximo domingo.
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