Una de las conversaciones aparentemente absurdas se da entre nosotros cuando hablamos de pobreza y de sus manifestaciones concretas: hambre, enfermedades, desnutrición, violencia, robos o muertes que hacen parte de la relación que se hace de esa palabra tan usada por ricos como por los denominados desheredados Hay quienes dicen que hacen parte de la antropología mundial y que no hay mucho por hacer más que atenuarla como se pueda. Los teóricos en el tema no terminan por dar con la tecla acerca de qué hacer de manera efectiva para reducirla a niveles mínimos potenciando las capacidades y fortalezas de la sociedad. Quizás de tanto hablar de pobreza y ver pobres nos hemos acostumbrado tanto que hoy hacen parte del discurso político que se llena la boca de ella aunque después  en los hechos hagan muy poco por reducirla.

Hay algunos muy entusiasmados que gritan el compromiso de acabar con ella, aunque no tenga la más pálida idea de cómo hacerlo. Los analistas y consultores de la pobreza se han hecho ricos tomando al enfermo del derecho y del revés describiendo sus variadas maneras de manifestaciones e impacto social. Las cuestiones educativas  aparecen casi siempre en primer lugar aunque se analiza poco la calidad de la enseñanza que puede llevar a que un  adolescente luego de 8 años de estudio no sepa leer ni escribir para enfrentar los retos mínimos de la vida. Otros hablan de créditos y de acceso a los mismos o de la propiedad real que permita ser sujeto de ellos y emprender la vida con mejores perspectivas. Están aquellos que lo analizan desde el punto de vista religioso afirmando que la pobreza es parte del discurso católico que sostiene que un rico tiene escasas posibilidades de entrar al cielo como “un camello por el ojo de una aguja”. Otros describen desde la concepción tropical afirmando que existen escasos ejemplos de prosperidad en países ubicados en el hemisferio sur en contraposición a los que del norte.  Pero en realidad el gran problema de la pobres es que parte de la ausencia de un análisis de la riqueza existente y cómo con un buen Estado administrador y unos gobernantes convencidos de las capacidades de sus ciudadanos, podrían revertir por completo la ecuación del problema y percibir la pobreza no como un hecho inmutable, trágico y de condena social sino como un compromiso que reconociendo la riqueza humana y de la naturaleza misma puedan combinar capacidades que lleven a mejorar las condiciones de vida de millones de seres humanos.

Los latinoamericanos no estamos bien en los números de desarrollo humano. Se muestran ahí en esos informes que nuestros gobiernos no saben administrar la riqueza de sus pueblos y el asalto a los camiones de alimentos o supermercados en Venezuela -uno de los países mas ricos del mundo en petróleo-  es una prueba elocuente de incapacidad, corrupción e irresponsabilidad.

Necesitamos usar mejor nuestras riquezas. Acabar con el discurso pobrista en el que se sostienen gobiernos que han hecho de ella la argamasa para construir gobiernos populistas que se sostuvieron sobre el boom de la venta de materias primas sin agregarles valor muchas veces.

Somos un subcontinente rico administrado por unos pobres políticos de ocasión que han transformado primero el discurso y luego la acción en una machacona reiteración de errores y de faltas.

Hagamos de nuestra riqueza humana y de recursos naturales el argumento central de la acción política y miremos menos sus consecuencias en forma de pobreza que se inicia como lástima para acabar siempre en tragedia.-