Al largo plazo se convierten en activos tóxicos, me refiero a todo el cúmulo de créditos y financiamientos irrecuperables para las instituciones financieras y que terminan presionando la liquidez de su contabilidad y obligándoles, de acuerdo con las regulaciones prudenciales, a realizar toda una serie de aprovisionamientos monetarios por cada empréstito concedido.
Y es que por mucho que se adecue la ley para hacer más expedito el ejercicio del cobro, gestión y recuperación de un impago, todavía en la actualidad no existe una garantía legislativa al ciento por ciento que asegure a una institución financiera que terminará recuperando hasta el último céntimo del dinero que prestó a una persona física, moral o bien a una empresa.
Además no existe una legislación universal al respecto, el Comité de Basilea lleva la voz cantante en la regulación bancaria, empero cada país obedece y responde a su propia idiosincrasia y fundamentalmente a su identidad al respecto de cómo honrar su cultura de pago.
Lo negativo es que esto es como en todo: por aquél que no paga terminan pagando otros vía comisiones, vía tasas de interés, teniendo un peor servicio bancario y con instituciones más lentas para responder a los nuevos desafíos.
La mora y los impagos que acumulan las instituciones de crédito son un vil lastre les resta eficiencia, les merma la confianza para futuros préstamos lo que recrudece el perfil del futuro potencial deudor.
Además, en cada crisis financiera o económica, siempre salen a relucir los múltiples problemas contables de los bancos, su naturaleza es cada vez más compleja de entender como si fuese un submundo aparte.
En la década de mediados de 1980 y casi todo 1990 se suscitaron una serie de crisis bancarias en muchos países, no nada más México con el consecuente rescate de las instituciones en vilo, la actuación del Fobaproa y que el Estado asumiera buena parte del boquete como deuda interna; también los bancos nipones tuvieron problemas muchos otros de países desarrollados quizá la más sonada de toda esta debacle –además del rescate azteca-, fue el caso peculiar de Islandia.
El que sus leyes permitieran que los bancos quebraran, liquidaran sus cuentas, a sus accionistas y cerraran con el menor costo socioeconómico posible fue de llamar la atención. Y hasta la fecha Islandia es un punto y aparte porque sus crisis sistémicas en sus bancos se han vuelto a repetir ya entrados en el siglo XXI. Pero lo ejecutan de tal suerte que, banco que quiebra liquida y sanseacabó, nadie lo rescata ni emerge mayor alharaca; hay un cero costo para las arcas islandesas.
En otras partes del mundo la filosofía es totalmente otra, por más que se diga tarde o temprano el Estado termina interviniendo ya sea mucho o ya sea poco pero siempre se teme el daño social y la respuesta callejera.
Lo vimos en el caso de España que es el caso más reciente y sentido, con Bankia convertido en un Frankenstein obra de Rodrigo Rato, tuvo de todo en sus tripas para ser un escándalo de corrupción, robo y delincuencia que por supuesto terminó en manos del Gobierno. Ahora anda en dos patas gracias a la labor excelentísima de saneamiento realizada por José Ignacio Goirigolzarri, el español que estuvo en México como consejero del BBVA.
Este año, Bankia después de sobrevivir a una historia truculenta digna del mejor culebrón, podría ser regresada a manos privadas una operación que le serviría al gobierno español necesitado de oxígeno presupuestario.
A colación
Estos días en la Unión Europea (UE) los ministros de Economía de los 27 países miembros discuten acerca de la muy posible creación de un banco malo, léase un órgano receptáculo de todos los pasivos irrecuperables de los bancos europeos.
Si bien el rescate de los créditos hipotecarios demora un determinado tiempo con el vericueto jurídico-legal entendido, a veces cuesta más tiempo y dinero intentar recuperar los créditos al consumo que son empréstitos hormiga que sumados constituyen un golpe a la contabilidad institucional.
¿Tiene futuro un banco malo? Yo creo que sí, y si lo hace la UE muy seguramente el modelo será copiado en otras partes del mundo sobre todo en Estados Unidos y América Latina que tienen una clase media bastante apalancada.
En la UE, los irrecuperables “significan el 5.4% del total de la cartera crediticia se trata de más de un billón de euros, algo así como el 7% del PIB de Europa”.