Eduardo Rivera asumió la presidencia municipal de Puebla en 2011 gracias a una campaña avasalladora que en su momento encabezó Rafael Moreno Valle por un lado, pero sin duda, por el otro, ante el desgaste de un priismo encabezado por Mario Marín Torres sumido en un absoluto desprestigio, sin dejar a un lado dos candidatos desacreditados e incompetentes: Javier López Zavala y Enrique Agüera Ibáñez.
Lalo, como le dicen sus allegados, decidió enarbolar una bandera de honestidad, transparencia, del trato humano, como un héroe que combatiría la corrupción, las trampas, la impunidad y el engaño.
Su trienio al lado de Moreno Valle no fue sencillo. Vivió un Calvario al no alinearse a las exigencias del entonces mandatario estatal. Mantuvo la máscara de la institucionalidad.
Pasados más de seis años, el propio Lalo ha revelado lo que siempre supimos, pero que hasta hoy le conviene hacer público: la marcada distancia que hubo en su trienio y que él en cada entrevista negaba. Digamos que seis años después le salió lo valiente.
La inhabilitación por 12 años para ocupar un cargo público que aprobó el Congreso del Estado en días pasados ha hecho que Lalo Rivera decida enarbolar otra bandera: la de mártir… o la del mismísimo demonio.
Y es que desde diciembre cuando se daba a conocer inicio del procedimiento de determinación de responsabilidades por la malversación de 300 millones de pesos en agravio a las finanzas del municipio durante el año 2013, Lalo tomó la decisión de congregar a todo su equipo de exfuncionarios y alegar que era víctima de persecución política.
Todo mundo esperábamos que con la mano en la cintura le propinara un gancho al hígado a la estrategia morenovallista de crucificarlo. La manera era de lo más sencilla: comprobar que esos 300 millones de pesos se usaron con transparencia y eficacia en beneficio no de su bolsillo ni el de sus colaboradores, sino de la ciudad que gobernó.
No lo hizo; al contrario.
Tras ser convocado para comparecer y explicar dónde terminaron esos recursos, se siguió diciendo «perseguido» político.
Se le convocó a comparecer en una segunda ocasión y resultó peor, porque no fue. En lugar de ello y para que el martirio propiciara lástima, comenzó a litigar en instancias federales.
Es como si usted pone 10 mil pesos en las manos de algún amigo en quien confía para que los bien invierta, pero cuando usted le pide cuentas, resulta que esta persona pide un abogado.
Así de incongruente resultó aquel que enarboló la bandera de ser buena persona y gobernante. Y probablemente lo sea (ser buena persona), pero en todo caso está sacrificándose por una bola de amigos suyos quienes en su momento fueron parte de su gabinete y sobre quienes pesan una serie de descailficativos y mala reputación. Ahí tiene el caso de Amadeo Lara Terrón quien en su momento fue el secretario de Seguridad Pública con un negro historial.
Finalmente, Lalo ha sido crucificado y sacado de la jugada de cara al 2018 con todo y el respaldo de diversas expresiones locales y nacionales. Esta crisis le ha demostrado que al menos cuenta con el respaldo de un fuerte grupo ligado al yunque.
Lo que pocos saben es que Lalo se está preparando para redimirse y sacarle jugo a esta crucifixión para, en una de esas, resucitar.
Ya veremos.