“El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad” -Aristóteles-

El pasado fin de semana fuimos testigos una vez más de la detención de un gobernador con licencia, acusado de la malversación de recursos públicos por el orden, -según datos manejados en diversos medios nacionales- de los 35 mil millones de pesos.

El mandatario estatal, Javier Duarte, estaba prófugo desde octubre de 2016 y los delitos que se le imputan constituyen una larga lista de acciones que atentaron de manera descarada en contra de los ciudadanos de Veracruz.

Pero el asunto no se limita a las repercusiones económicas que sufre un estado de la república por las acciones delincuenciales de un gobernador en concreto, sino lacera a la sociedad mexicana en general.

La mayor parte de los analistas políticos hablan de la filiación partidista de Duarte como el estigma que cargan muchos gobernantes del tricolor, pero el asunto, -desde mi punto de vista- no es tan simple.

No creo que depender de uno u otro partido político determine ser más o menos corrupto, ladrón o delincuente involucrados en el lavado de dinero, delincuencia organizada  aunque tal vez las estadísticas deberían pesar en mi apreciación, porque la mayor parte de los ex gobernadores acusados de diversos delitos provienen del tricolor.

Sin embargo, los amarillos, si esos que durante varias décadas se dieron golpes de pecho y se presumieron como la opción de cambio tienen una larga lista de miembros a nivel nacional que han estado involucrados en acciones muy alejadas a la conducta honesta de los buenos políticos. Basta recordar al célebre “señor de las ligas”.

Los azules perdieron la oportunidad de convertirse en un proyecto que hiciera el cambio a partir del 2000 en el que llegaron al poder y las acusaciones sobre algunos involucrados en actos de corrupción se suman a la lista de del Veracruz, Quintana Roo, Chihuahua, Durango, Tamaulipas, Nuevo León, Sonora y Coahuila.

 

Ni colores, ni partidos

No es una cuestión de colores, ni partidos, es un asunto de ética en el quehacer de la política.

La larga historia de nuestro país ha mostrado que desde la fundación de los primeros partidos políticos, el llegar a un puesto de poder se convirtió en la oportunidad de acrecentar las fortunas personales.

Los esquemas para auditar –hasta hace algunas décadas- el manejo de recursos por parte de los servidores públicos era muy endeble. No garantizaba, ni transparentaba el uso adecuado de los dineros públicos.

El llegar al poder adquiría un significado de fama, fortuna y poder ilimitado que arropaba a funcionario y familia.

Cómo olvidar a personajes como el presidente José López Portillo que llegó al poder obteniendo el 96 por ciento de los votos al ser candidato único. Inclusive presumía “si sólo mi ama hubiera salido a votar por mí, de todos modos hubiera ganado porque yo era el único candidato a la presidencia”.

Él, como otros presidentes y gobernantes volvió su cargo en un coto de poder familiar. Su esposa, Carmen Romano, fue un claro ejemplo de la concepción que se tenía de ser la esposa del presidente, al ser una de las mujeres más caprichosas y a quien su marido le consentía sin límites.

Carmen Romano, según lo consigna la historiadora, Sara Sefchcovich, usaba el avión presidencia para ir de compras o a comer en los mejores restaurantes en ciudades como New York que hacía cerrar para no ser incomodada por ojos curiosos.

La misma, ordenaba que le fuera llevado un piano de cola a los hoteles en los que se hospedaba con su marido, el presidente, ya que le gustaba practicar durante sus viajes. Situación que metía en graves aprietos a los miembros del Estado mayor presidencial.

O en aquella ocasión en el que un gobernador sabedor de sus gustos por las joyas tuvo la ocurrencia de enviarle varios juegos para que eligiera la que más le gustara y la señora Carmen Romano, decidió quedarse con todos. Indudablemente había que quedar bien con el Presidente.

Cómo este ejemplo, hay muchos que ilustran la manera en que políticos mexicanos de todos los niveles conciben llegar al poder.

No son todos, pero si son muchos quienes tienen arraigada la idea de que el poder significa, robo, desvío de recursos, enriquecimiento desmedido, abuso del poder, influyentísimo, discrecionalidad y carencia de transparencia.

Insisto, no creo que sea cuestión de partidos o colores, es una deformada concepción del hacer política que ha llevado a la falta de credibilidad en las acciones de gobiernos de todos los niveles.

 

Ahí viene el lobo

Como ese viejo cuento del pastorcito que siempre mentía al decir que venía el lobo causando pánico y que llegó el momento en que ya nadie le creyó, lo mismo pasa con el gobierno federal que anuncia que después de un sofisticado esquema de inteligencia policiaca logró la detención de Javier Duarte. Ya nadie le cree.

La mayor parte de los analistas que mantienen una perspectiva crítica califican de burda la detención de Duarte.

“Rómpase en caso de urgencia” circulan memes en donde se ve a Duarte en una vitrina haciendo alusión al escenario político que está en puerta: las elecciones en el Estado de México y en las presidenciales del 2018.

La clase política sigue pensando que somos menores de edad, pequeños niños inocentes que creen cualquier historia por más fantasiosa que sea. Pero los niños crecen y llegará el momento en que todas esas mentiras contadas traigan consecuencias para ese burdo cuenta cuentos.

 

A pie de página

De manera muy imprecisa y un tanto confusa conocimos información sobre la muerte de un compañero reportero de Calpulalpan, Juan José Roldán, que fue encontrado en un predio del municipio en referencia.

Ojalá que este caso no forme parte de las estadísticas de agresiones a periodistas que han quedado en el olvido por diversas administraciones y cuyo esclarecimiento ha sido nulo.

Descanse en paz.