Como padre de dos menores de edad, me he dado a la tarea de observar su comportamiento a la hora de interactuar y de saber lo que a cada uno le gusta hacer, por un lado, la hija mayor de 9 años observa un dispositivo electrónico en el que puede entretenerse viendo videos de cosas chuscas, de experimentos o de imágenes de las que puede aprender. Por otro lado mi menor hijo de poco más de 2 años corre por la casa, grita, le da alegría todo, sonríe casi siempre y se la pasa jugando con sus cochecitos, plastilinas, aunque también ya le entra a la tablet.

Pero, es evidente que los tiempos han cambiado en relación a la forma en la que ahora se divierten las y los niños, en la manera de interactuar y en el modo de comunicarnos entre los miembros de una familia. Hoy el común denominador son una serie de artefactos tecnológicos que han venido a suplir las palabras, el diálogo y la convivencia interpersonal y para muestra muchos botones: celulares, tablets, smarts TVs, reproductores de audio, plataformas digitales y un sinfín de estos nuevos dispositivos que han transformado al mundo en muchos sentidos.

Y justamente al observar a mis retoños, se me vino a la mente mis días de infancia, y pude darme cuenta de la gran diferencia que hay entre generaciones. Por la edad que tengo, a mí me tocó vivir mi niñez en las calles jugando futbol, donde las porterías eran dos piedras o en su caso dos suéteres, donde sabía que en cuanto se metía el sol era la hora justa en la que tenía que meterme a casa, porque de lo contrario tendría problemas con mi mamá.

Mi padre, un hombre brillantemente resolutivo, me ayudaba a decorar mis juguetes, recuerdo un ring que él me hizo con sus propias manos, a mis luchadores les confeccionaba su capa, botas y demás accesorios, cada martes me llevaba a la legendaria Arena Afición a la función de luchas, aunque estuviera molido de cansancio por el trabajo.

También me divertía jugar en el trabajo de mi madre, que era un lote de compra y venta de autos, con un patio enorme, donde junto con mi hermana jugábamos a un sinfín de actividades que emanaban de nuestra imaginación, corríamos, inventábamos, la pasábamos bien. Aún recuerdo uno de los regalos que me hicieron, el uniforme de mi equipo favorito, que lo portaba todas las tardes tan luego terminaran mis horas de escuela, atravesaba avenida Revolución para llegar a los jardines de la Plaza Juárez y jugar futbol con mi tocayo Enrique.

Sin duda fueron años maravillosos, andar en bicicleta, patinar, jugar volibol con mi inseparable amigo Daniel, ir al boliche, practicar siempre deporte. Así es como recuerdo mis años de infancia, que en poco o casi nada se parecen a los de ahora.

Hemos llegado al tiempo del agobio, de cierta intolerancia, de la tecnología, sí, pero de la cada vez menos creatividad a la hora de jugar. Ya no se juega “basta”, ya no se juega resorte, ya no se juega stop.

Hoy se juega Play Station, Xbox, juegos descargados en alguna plataforma, las nuevas generaciones juegan a ser youtubers. Quiero dejarles claro que yo no estoy en contra de los avances tecnológicos, por el contrario, soy fan de los artefactos tecnológicos, es más, ahora que leo a mi compadre Humberto he descubierto que tengo algo de Millennial.

El grave problema no es que haya nuevas formas de comunicación, lo complejo es que no tenemos un límite, ni el razonamiento pasa saber hasta qué punto nos estamos convirtiendo en personas virtuales. Es importante que nuestros hijos conozcan nuestras destrezas, nuestras habilidades, nuestra creatividad, pero con el ejemplo.

Tus hijos ¿A qué juegan?, ¿Cómo se divierten?, ¿De qué forma interactúas con ellos?. No cerremos los ojos y no hagamos de cuenta como si no pasara nada, siempre será más fácil hacerse el disimulado. Nuestros retoños están en peligro si no ponemos atención a tiempo, sabemos que están en casa, pero muchas veces en ese mismo espacio están muy lejos de nosotros.

 

Hasta la próxima

 

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