Los priistas no tienen remedio, van que vuelan para una nueva derrota electoral en Puebla (2018) y nadie hace nada al respecto.

Ni siquiera Jorge Estefan Chidiac, dirigente estatal, se preocupa por el futuro de su partido; mucho menos sus lidercillos, esos de la medusa priista de mil y un cabezas.

Y ya ni que decir de José Chedraui Budib, quien está más preocupado en quedar bien con el presidente Enrique Peña Nieto en el Estado de México vendiendo sus utilitarios y propaganda electoral que en lo que sucede en Puebla.

Y luego por qué les detienen y decomisan los vehículos.

El caso es que a todos los priistas poblanos, o a los que presumen pertenecer a las filas del ex partidazo, les vale un comino lo que pase con el revolucionario institucional.

Ni el zurrón del partido que gobernó Puebla por más de 70 años queda.

Los años mozos, llenos de gloria, poder y dinero de aquel PRI simplemente se esfumaron y ya son parte de la historia.

Las mejores figuras priistas, sus gobernadores y sus personajes más emblemáticos están agotados, desgastados y lejos de poder recomponer las cosas en el partido que les dio todo.

Los últimos gobernadores priistas, Mario Marín Torres, Melquiades Morales Flores y Manuel Bartlett Díaz ya están muy lejos del PRI.

Marín es un verdadero lastre para su partido, todo mundo lo conoce como “el gober precioso” y por el abuso que cometió en contra de la periodista y escritora Lydia Cacho, a quien quiso agarrar a coscorrones por órdenes de su compadre Kamel Nacif, el rey de la mezclilla.

Melquiades Morales se la jugó con el morenovallismo desde que Rafael Moreno Valle Rosas, ex gobernador del estado, le hizo las contras al PRI desde el PAN.

Hoy, ya es embajador de México en Costa Rica y está muy lejos de su partido.

Y Manuel Bartlett está entregado en cuerpo y alma al PT y al peje; a la izquierda que tanto criticó, fustigo y afectó desde que tiró el sistema para que ganara la presidencia de la república Carlos Salinas de Gortari.

A este paso, el partido -de cara al 2018- se va a desfondar, a disminuir en militancia y a quedar poco a poco solo.

Corre el riesgo incluso de quedar hasta en cuarto lugar en la próxima elección si alguien no hace algo por tratar de rescatarlo.

Los demonios están sueltos en el PRI y amenazas con cortar más cabezas.

Ayer fue José Alarcón Hernández, el próximo parece que será Alejandro Armenta Mier, quien ya declaró públicamente en una entrevista que se va  a Morena, ¿quién es el siguiente?

Es una estupidez, a estas alturas, expulsar a militantes cuando el PRI de lo que adolece en estos momentos es precisamente de eso, de estructura.

Cuando los mandones del PRI tenían que haber echado a sus traidores -desde 2010 y 2013- se hicieron tontos por los acuerdos que tenían con el grupo en el poder. Hoy, insisto, es un error crucificar a lo poco que te queda.

Lo que el PRI necesita es evitar desfondarse por los comicios que se avecinan. Porque, además, seguro que Alejandro Armenta y Pepe Alarcón conocen los entretelones del priismo local y nacional, lo que implica que se convirtieron ya en armas letales contra su partido.

A ver si no resulta que ambos, los primeros priistas poblanos apestados, empiezan a despotricar con dardos venenosos certeros en contra del PRI.

Partido que, insisto, está al borde del colapso y de convertirse en una piltrafa política.

Jugó bien Armenta, a quien ya le urgía que el PRI lo expulsara para manifestar de inmediato y públicamente su deseo de sumarse al proyecto de gobierno de Morena y de Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Fue una jugada perfecta la de Armenta.

En cambio, los priistas cayeron en la trampa y actuaron como debían, como borregos.

Ya sólo falta que el PRI mande a Juan Carlos Lastiri Quirós, subsecretario de la Sedatu, como su candidato al gobierno en 2018 para acabar de fregar la cosa.

Si el PRI se quiere suicidar y acabar con su existencia entonces que designe como su gallo al mentado funcionario, y que siga expulsando militantes.

Faltaba más.

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