«Es verdad; pues reprimamos esta fiera condición, esta furia, esta ambición por si alguna vez soñamos. Y sí haremos, pues estamos en mundo tan singular, que el vivir sólo es soñar; y la experiencia me enseña que el hombre que vive sueña lo que es hasta despertar. Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte (¡desdicha fuerte!); ¡que hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte!»

Es innegable que los sueños han atraído la atención de hombres y mujeres desde tiempos inmemoriales. Podríamos encontrar en la literatura numerosos relatos que hacen alusión a las imágenes que se nos presentan cuando el cuerpo descansa. En las tradiciones esotéricas, la interpretación de los sueños permite a los oniromantes adelantarse a los hechos del futuro; y algo similar ocurre con los psicoanalistas, quienes interpretan estas imágenes como un lenguaje del inconsciente.

¿Si Eva surgió del sueño de Adán, podríamos ser nosotros el sueño de un dios dormido? ¿O será acaso la vida un estado onírico que culmina con el arribo de la muerte? Pedro Calderón de la Barca, dramaturgo español del siglo XVII, pone estas preguntas en boca de Segismundo, personaje principal de la tragicomedia “La vida es sueño”. La historia es como sigue: Basilio es un sabio rey que interpreta en las estrellas un cruel destino para su primogénito, Segismundo, está llamado a convertirse en un tirano. El niño es encerrado en una torre hasta que, en su edad adulta, es regresado al castillo, sin embargo, para poder hacerlo, es drogado con un brebaje. Una vez despierto, Segismundo, incapaz de controlar sus pasiones, asesina y abusa de mujeres, por lo que nuevamente es sedado y llevado a su torre. Segismundo despierta creyendo que todo fue un sueño.

Sin advertirlo, la prisión en la que vive Segismundo no es la torre, sino sus pensamientos. De la misma manera, cada uno de nosotros es un preso de sus ideologías. El mundo es en tanto significa algo para nosotros; en Oriente, la mayor proeza de las filosofías búdicas es no identificarse con las situaciones, si el mundo significa no lo es por nuestro lenguaje, sino por la ley suprema.

«Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.» Sor Juana escribió en el siglo XVII su poema filosófico “Primero sueño”, en él se describe a un alma que busca elevarse para alcanzar la realidad sagrada; siglos antes Platón había planteado su alegoría de la caverna, en la cual plantea que los individuos están más satisfechos cuando ven sombras, ilusiones, y no la realidad. En esta alegoría hay un hombre que, de la misma manera que el alma del poema de sor Juana, busca ascender por la cueva hasta alcanzar la luz verdadera, al resplandeciente sol, curiosamente este hombre termina siendo asesinado por sus congéneres, mientras que el alma de “Primero sueño” fracasa en su despertar.

Incapaz de distinguir lo verdadero, Segismundo se lamenta en su torre; a miles de kilómetros al sur, Narciso se ahoga en su reflejo; siguiendo por el Mediterráneo Dante se pierde en una oscura selva, mientras tú sueñas que estás despierto.