Un 14 de mayo en 1896, muere en Puebla el maestro Gustavo P. Mahr, uno de los maestros más importantes de la historia del estado.

Gustavo P. Mahr, nacer en la población de Worzburg, en Alemania en 1832,  estudiaría en una academia militar en la que se graduó como artillero. Llegaría a México durante la intervención francesa con el ejército Europeo. A la caída del imperio en 1867, fundaría el Instituto Científico Literario.

Poco después abriría una escuela en Córdova adquiriendo la nacionalidad mexicana y promoviendo la creación de la Academia de Profesores en Puebla, para jóvenes que desearan dedicarse a la labor de educadores.

Unos años después se mudaría a Puebla, donde ejercería la catedra de francés en el Colegio del Estado, además de Gramática General y en casi todas las ciencias. En nuestra ciudad crearía la primera academia para profesores o Escuela Normal de Puebla, aunque tuvo corta duración.

En 1874, anunciaría su escuela de San Carlos donde ofrecería clases dominicales gratuitas para artesanos. Pese a que mostraría su entrega al Magisterio, sería atacado en la prensa por un tal Antonio de P. Castilla por razones aún desconocidas pero que Gustavo terminaría superando.

Mahr, influiría en la legislación escolar poblana del periodo 1879-1893, cuando el gobernador Romero Vargas le confía la reforma de la instrucción primaria. Sus ideas inspirarían a una generación muy influyente en la política educativa de la época, integrada por Miguel Serrano, Rafael Serrano, Rafael Isunza, Francisco Beiztegui.

Su obra educativa se valora por el número de centros educativos que a su iniciativa y esfuerzo se fundaron y a las reformas que en ellos indujo, entre las más reconocidas estuvo el fundar la Escuela Nocturna Gratuita. Años después se abriría una escuela primaria en el D.F. y otra en Puebla con su nombre.

Gustavo P. Mahr, morirá en su casa en Puente de Ovando, a los 64 años un 14 de mayo de 1896, después de haber servido a la educación en el estado constantemente.

Ya muerto su viuda entregaría una serie de aparatos científicos y libros para las clases del Colegio del Estado. Una frase que algunos autores mencionan que hubiera sido su epitafio: “El hombre incapaz de sacrificar algo de su ser en bien de la humanidad, no merece tal nombre”.