Para el crimen organizado ha dejado de estar prohibido matar periodistas.

En la peor crisis de la policía corrupta del negro Durazo parecía haber pasado lo peor.

La muerte de Manuel Buendía estaba en las bibliotecas como un episodio penoso, triste y sobre todo indignante de la política mexicana y norteamericana

Hacia el neoliberalismo, el Estado decía proteger a los periodistas aunque los presionaba mediante diversas formas.

Hoy vemos con estupor cómo el Estado –sin que se libre de acusaciones de presión y hostigamiento contra la libre expresión- pero ya no es el principal acosador de los periodistas.

Se ha convertido en un espectador inocuo.

Ciertamente en el encuentro que sostuvo el presidente Enrique Peña Nieto con los gobernadores en Los Pinos el pasado miércoles intentaba enviar mensajes de preocupación sobre el tema.

Sin embargo, un mensaje a los periodistas enviado en un evento al que no invitaron a periodistas parecía al menos, sin sentido.

Vacío.

Inocuo también.

Es así que vemos a un Estado inactivo, ineficiente para contener la violencia que se extiende en el país.

Es cierto que la profesión es peligrosa, pero también lo es la de los abogados, y no veo que los maten por ahí.

Me parece que la creciente violencia y homicidios de periodistas se presenta claramente en un momento de descomposición social pero sobre todo de la incapacidad de las autoridades para frenar el fenómeno del crimen organizado.

No es únicamente la venta de estupefacientes lo que mueve hoy a la delincuencia, sino el robo y venta de combustible, el secuestro, la extorsión, los delitos de alto impacto, pues.

En fin. Sigamos esta inútil batalla cuyas balas federales son de chocolate frente a las frías de plomo criminal.

Gracias y nos leemos el lunes.

@erickbecerra1