Hasta hace unos años, al hablar de comercio ambulante me llegaba a la mente una imagen de “marías” con “montones” de nopales, ramos de epazote, romero y cilantro, y de huevos de rancho, en el suelo, al paso de las “marchantas”; el día de hoy lo relaciono de inmediato con empresas informales como los triciclos con tacos de canasta “El Chilaquil”, que circulan por  toda la ciudad.

Llegar a la Ciudad de México, hace más de 40 años, me permitió conocer un comercio que entonces no existía en Chihuahua: el comercio informal o ambulantaje. Puestos en la calle con venta de comida, ropa, calzado, flores, etcétera; los tianguis y su extensa variedad de productos, y la máxima expresión de este sector: Tepito.

Mudarme a Pachuca, hace 30 años, significó conocer un “minitepito” que cubría con manteados de plástico y un auténtico enjambre de cableado eléctrico, las calles del centro de la ciudad, principalmente la de Guerrero. Conocería, hasta muchos años después, las fachadas de los inmuebles en dichas calles.

Recuerdo que acudir a centro de la ciudad lo consideraba como una excursión a un Tepito menos peligroso y menos surtido que el original, pero un Tepito al fin.

En especial recuerdo las congestionadas calles de Patoni y Riva Palacio, cuando ante la insistencia de Jesús Gaona, acudía a surtir la despensa de frutas y verduras a La Cuchilla del mercado Primero de Mayo (algo poco frecuente, por cierto, pues no me gusta ser apachurrada, golpeada y esquilmada con “kilos” de 800 gramos de productos que además no puedo escoger), y las dificultades para poder llegar al lugar.

En ocasiones me internaba en ese tianguis que era la calle de Guerrero, donde la gente era obligada a esquivar los autos en circulación pues las banquetas, sumamente estrechas, estaban invadidas por cuerdas que sostenían los manteados,  parte de las estructuras de los puestos o se encontraban en muy mal estado.

Pero un día, al iniciar los 90, llegarían a Pachuca  la Comercial Mexicana y, poco después, la primera tienda Aurrera, en Plaza Bella. Con ellas llegó la oferta de un comercio seguro, limpio, confortable, en contraste con el comercio formal local, asfixiado por el ambulantaje, y el informal, cuyo principal centro de abasto eran Tepito, La Mercad y La Lagunilla. Y comenzó la debacle del comercio local.

“Mentes brillantes” o con conocimientos en materia fiscal, impulsarían entonces las “empresas informales”, que van más allá de las ancestrales empresas no registradas fiscalmente. Comenzarían las “cadenas” de puestos semifijos y triciclos que venden desde tacos y hamburguesas hasta fruta picada, dulces, frituras de harina con salsa picante, donas y pan dulce, y mucho más, cuyos propietarios contratan a personas generalmente llegadas del interior del estado, con salarios que no rebasan los 700 pesos semanales.

La “evolución” de un comercio informal, irregular, ilegal, como se le ha dado en llamar, que realmente es un fabuloso negocio para empresarios “muy vivos” que han encontrado la manera de operar sin problemas y sin pagar impuestos.

 

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