«Cada raza que se levanta necesita constituir su propia filosofía, el ‘deus ex machina de su éxito’. Nosotros nos hemos educado bajo la influencia humillante de una filosofía ideada por nuestros enemigos […]. De esta suerte nosotros mismos hemos llegado a creer en la inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia irreparable del oriental. La rebelión de las armas no fue seguida de la rebelión de las conciencias».
Con un pensamiento entorpecido, cegado por sus prejuicios, los países hispanoamericanos se han aventurado a buscar la tierra prometida en esa idea tan falsa como moderna: el progreso. La industrialización nos ha acercado a los procesos fugaces de mercancías obsoletas; el Eclesiastés acertó cuando nos dijo “vanidad de vanidades, todo es vanidad”; y Platón no se equivocó al decretar que la educación es la única vía para el perfeccionamiento del ser.
¿Educar para qué, y cómo y desde dónde hacerlo? A estas preguntas intentó dar respuesta, en 1920, José Vasconcelos, político y educador como los que ya no existen en México. En ese año ocupaba la rectoría de la Universidad Nacional, la cual no estaba para servirle a él, sino a los ciudadanos mexicanos, primero, y a los pueblos hispanoamericanos, después. Vasconcelos, como Pedro Henríquez Ureña, concibió un proyecto de nueva identidad americana en el que los mestizos y su descendencia serían los actores principales de una nueva raza que se estaba gestando: la raza cósmica; precisamente, el párrafo que introduce estas líneas fue tomada de “La raza cósmica” obra que Vasconcelos publicó en 1925 para explicar cómo los hispanoamericanos se convertirían en la raza suprema del mundo.
Vasconcelos tuvo una educación cimentada sobre dos grandes ideologías: la grecolatina y el cristianismo (no catolicismo). Él pensó que para que la nación resurgiera de los escombros a que había sido reducida era necesario el conocimiento de los fundamentos de Occidente, por esto, concibió la publicación de los clásicos en nuestro español, además, junto con Gabriela Mistral planeó el programa de educación rural, algo que el porfiriano había negado, y, quizás como su mayor aportación a la educación nacional, elaboró la distribución de los libros de texto gratuito, mismos que hoy todavía llegan a miles de escuelas del país.
Su autobiografía fue publicada bajo el título “Ulises criollo” y como advertencia nos dice «Este libro contiene la experiencia de un hombre y no aspira a la ejemplaridad, sino al conocimiento», quizás como una premonición para sus detractores porque hay que decirlo, de 1920 a 1940 creyó en la ideología fascista que se fortalecía en Europa. El título de su autobiografía es, sin duda, portentoso: Vasconcelos es el Ulises criollo, aquel que se iguala al héroe de Homero y que, después de un largo viaje por el abismo marino, regresa a su patria para fundar una nueva progenie. En el título de esta obra se unen Europa e Hispanoamérica.
De la misma manera que Ureña y Alfonso Reyes, Vasconcelos apostó por la hermandad hispanoamericana. El lema que hoy tiene la UNAM, ‘Por mi raza hablará el espíritu’, es obra de él y lo que nos quiere decir es que un nuevo espíritu se está gestando en el mestizaje que llevamos en las venas. Distanciarnos de los sajones y europeos, y centrarnos en nuestra educación es fundamental para romper con el colonialismo que nos envenena. México es una alegoría de la unión de los opuestos, en el lábaro patrio el cielo y la tierra se unen a través del águila y la serpiente, y en esta raza de cobre, como la llamó Vasconcelos, se esconde el origen de una nueva civilización