«El hombre es superior al animal porque tiene conciencia del bien. El bien no debe confundirse con nuestro gusto o nuestro provecho. Al bien debemos sacrificarlo todo. Si los hombres no fuéramos capaces del bien no habría persona humana, ni familia, ni patria, ni sociedad. El bien es el conjunto de nuestros deberes morales. Estos deberes obligan a todos los hombres de todos los pueblos. La desobediencia a estos deberes es el mal.»
La Revolución Mexicana no resultó ser mejor que las escasas guerras anteriores de nuestra novel historia nacional. El porfiriato nos dotó de tecnología extranjera y los revolucionarios fueron el germen de la Constitución de 1917, avanzamos en progreso y leyes, pero moral y espiritualmente los mexicanos no se distinguieron de un templo prehispánico: ostentoso en su cubierta, pero vacío en sus altares.
El progreso de un país no se mide por su desarrollo tecnológico, sino por la educación de sus ciudadanos. Después de la Revolución, México fue una reunión desigual de muertos ‘virtuosos’ y vivos, en su mayoría, ignorantes; ante esta miseria, unos intelectuales dedicaron sus días a fortalecer el espíritu tambaleante de la nueva nación, ellos se hicieron llamar el Ateneo de México, y su figura más notable fue Alfonso Reyes.
En 1944, cuando ya se operaba con el nuevo sistema educativo, Reyes publicó su “Cartilla moral”, de la que se tomó el párrafo anteriormente citado y en cuyo prólogo leemos: «Estas lecciones fueron preparadas al iniciarse la “campaña alfabética” y no pudieron aprovecharse entonces. Están destinadas al educando adulto, pero también son accesibles al niño […] Dentro del cuadro de la moral, abarcan nociones de sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad.»
La educación ideal del mexicano, según Reyes, consistía en conocer los fundamentos de la cultura occidental y reflexionar, a partir de estos, nuestro contexto actual. La “Cartilla moral”, en su primera lección (en total son catorce), dice: «El hombre debe educarse para el bien», y, como leímos al principio, el bien no es nuestro provecho, sino también el de sus semejantes. Posteriormente, en cada lección se explica aquello que como ciudadanos es forzoso saber: cuestiones éticas, del alma, cívicas y religiosas. La “Cartilla moral” podría resumirse como un tratado que versa acerca de nuestros deberes para con uno mismo, para con los demás, y para con Dios o la naturaleza.
No es arriesgado afirmar que Alfonso Reyes es el más grande intelectual del México de la primera mitad del siglo XX, el de la segunda podría ser Octavio Paz. Reyes fue postulado para el Nobel de literatura en más de una ocasión, pero fueron sus compatriotas los primeros en oponerse movidos por la envidia más que por la razón. Actualmente, las “Obras completas” de Reyes superan los veintisiete volúmenes y dentro de estas hay evidencia de sus epístolas a Pedro Henríquez Ureña y Borges quien, cortésmente, decía que todos los mexicanos eran como Alfonso Reyes.
Lector apasionado de los clásicos, Reyes escribió sobre Odiseo: «A veces, los que vuelven de un largo viaje conservan para toda la vida una melancolía secreta […] Se puede huir a la seducción de las sirenas, amarrándose bárbaramente al mástil. Pero ¿cómo olvidar después las canciones de las sirenas?» Después de un largo viaje, nostalgia queda. México es Ítaca, la tierra añorada a la que no se quiere regresar, pues el espíritu del mexicano es, como el abismo de Poseidón, tormentoso