En un mundo virtual que nos obliga a estar feliz todo el tiempo, no hay lugar para la depresión. Inventamos una ficción de cómo debe ser nuestra vida, o la forma en que queremos ser percibidos por nuestros contactos y nutrimos esta farsa con publicaciones banales. Nuestro compromiso con ese espejismo virtual es total, tanto que olvidamos vivir experiencias fuera de nuestro avatar ideal o las planeamos en función de su impacto en likes, ya que entre más gente vea que soy feliz mejor me sentiré.

Un reciente estudio de la Universidad de Pittsburgh, señaló que jóvenes adultos que utilizan redes sociales y pasan aproximadamente 60 minutos al día en ellas, son más propensos a tener periodos de depresión en comparación a usuarios que las usan en menor tiempo, esto se debe principalmente a “las representaciones altamente idealizadas de los compañeros en redes sociales, provocan sentimientos de envidia y la creencia distorsionada de que otros llevan vidas más felices y más exitosas”.

El estudio concluye, que los resultados tienen la finalidad de que los comportamientos en redes sociales, sean tomados como un parámetro serio por psicólogos y psiquiatras para determinar estados de depresión.

En diversas terapias psicológicas, cada vez es más común que el paciente se aísle de las redes sociales por un tiempo, con la finalidad de obtener una mejor recuperación. La depresión no es un caso aislado en nuestro país; la Asociación Psiquiátrica Mexicana (APM) señala que afecta a más de 10 millones de personas en México, de las cuales, más de la mitad sufrirá un episodio antes de los 24 años de edad.

Utilizamos el término “depresión” de manera regular, ya que de una u otra forma, todos hemos estado en un periodo triste  que nos quita la voluntad para seguir con nuestras actividades diarias e incluso hemos tenido pensamientos suicidas.

¿Estos periodos de depresión cambian en alguna forma la manera de comunicarnos en redes sociales, o seguimos proyectando una falsa felicidad? Aún no hay datos lo suficientemente claros para dar una respuesta concreta. Sin embargo, podemos inferir que existe una relación directa entre la negación de las situaciones que nos afecta como individuos, y la forma en cómo nos expresamos en redes sociales.

Recientemente se han desatado varias polémicas alrededor de corporativos digitales como Facebook y Google, que por medio de avanzados algoritmos de comportamiento, pueden determinar el estado de ánimo de sus usuarios con un alto nivel de efectividad. Esta información es utilizada con fines publicitarios y se pone a disposición de diversos publicistas desde plataformas comerciales de cada empresa.

El conflicto radica en cómo se usa ese tipo de información por terceros. Las empresas se escudan bajo las políticas de privacidad que cada usuario acepta para usar su servicio (esas que nadie lee), en parte tienen razón, ya que entre más información y detalles de nuestra vida pongamos en nuestro avatar virtual, estaremos expuestos al uso de esa información sin un control específico de nuestra parte.

Aún son muy pocos los datos sobre el uso de las redes sociales durante periodos depresivos y cómo estos pueden desencadenar en un suicidio.  Los detalles del funcionamiento de estos algoritmos son secretos corporativos, y el conocimiento de su funcionamiento se ha dado a conocer gracias a filtraciones de empleados que sienten un conflicto moral sobre el uso de este tipo de tecnología, y es aquí donde entra un dilema ético.

Un trastorno depresivo se puede presentar en diferentes niveles entre un episodio único y uno recurrente. Para determinar el grado de la depresión es necesario que un experto realice un diagnóstico, por medio del cual se podrá generar un tratamiento adecuado. Sin embargo, no hay una cultura de prevención con este tipo de trastornos y el psicólogo o psiquiatra entra a escena cuando ya se ha desatado un incidente grave.

Digamos que existe una persona con un trastorno depresivo (del cual no tiene conocimiento), este usuario construye su vida como le gustaría que fuera en sus redes sociales, donde sólo conoce la vida idealizada y feliz de todos sus contactos. Cada vez más olvida su vida ordinaria por la fantasía virtual que es más satisfactoria. Por la noche, cuando revisa su muro, ve un anuncio publicitario (que “casualmente” sabe que no la está pasando muy bien), y le ofrece una solución a esa sensación de vacío. Existe una alta probabilidad de que dé click al anuncio, que lo llevará a otro sitio web con información estructurada para generar una reacción en su estado de ánimo.

Es en la intención de este mensaje donde radica el conflicto ético. Quizá el sitio web a donde llega el usuario es un sitio de ayuda, que dará apoyo a su problema depresivo, o tal vez sea una iniciativa suicida, como el caso del juego en  línea llamado “La ballena azul”, que fue creado por un ex-estudiante de psicología ruso que en un afán de “limpiar a la sociedad empujando al suicidio a los que consideraba como inútiles”, generó un sistema que consiste en una serie de desafíos como: cortarse el brazo con una navaja, despertarse en la madrugada para ver películas de terror,  acercarse al borde de un precipicio y así sucesivamente hasta llegar al suicidio.

Este tipo de sitios y prácticas es cada vez más común,  y difícilmente hay responsables. Los usuarios brindamos nuestra información de manera voluntaria; por su parte Facebook, nos advierte del uso comercial que dará a esos datos, y el autor del juego simplemente utiliza las herramientas segmentación pagando por alcanzar a un público con posible depresión.

¿Qué debemos hacer ante esta situación?, ¿Facebook debe asumir un rol de psicólogo o psiquiatra?, quizá no. ¿Debo borrar mi perfil en redes sociales? ¡Eso jamás!, ¿Acaso hay alguna forma correcta de utilizar las redes sociales? Es difícil encontrar una respuesta adecuada a estas preguntas. Sin embargo, debemos tener en cuenta dos cosas.

La primera es que la depresión es más común de lo que nosotros pensábamos y el estar expuestos a la felicidad ficticia de los demás puede incrementar episodios depresivos. La segunda radica en una situación opuesta, si soy feliz, ¿estaré más feliz si uso mis redes sociales?, esta pregunta la bordaremos en la siguiente entrega de esta columna.

 

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