Blanco, dinamismo que sobre tonos va diluyéndose: prueba y testigo; no es tentativa de alguna realidad. ¿Pensamiento? Velocidad que a fuerza de constante viveza arrecia hasta detenerse de golpe. Palabra a palabra resurge su línea; es vertical, también al horizonte se completa y el círculo no vislumbra fin. Ejercicio de exploración, artilugio del tiempo-materia: ¿hoy, mañana?

Libertad que se respeta es crítica en su origen, así “Rayuela” de Julio Cortázar demuestra que las formas nunca dejan de esbozarse, menos al reflejar curiosidad, intrínseca al ser humano, y comunicar lenguaje de modos cercanos que logran confundirse con deseos que el lector habría dilucidado.

Publicada en 1963, la novela es uno de los íconos más preciados del llamado “Boom Latinoamericano”, preciosista por momentos y caótica por definición, acerca a propios y desconocidos a un ambiente óptimo donde el individualismo –“carpe diem”– cimenta la propia historia, no obstante, remite atmósferas dictadas por actos y consecuencias, responsabilidades que se afrontan por desinterés u omisión.

Explicar una vía de acceso en “Rayuela” es, más que imposible, poco necesario, ya que su bondad permite cualquiera sin argumentos para negarla; establecer parámetros que la “cuadren” no es fructífero, sino dogma. Julio Cortázar ofrece una posibilidad entendiendo que el lector seguirá instrucciones fuera de toda inmediatez, aunque podrá tomarlas en cuenta basado en el libre albedrío.

Justamente, esta esfera creativa se sustenta gracias a la Metafísica oriental, influencia que adoptó el argentino para edificar un cosmos fragmentado de lenguaje cuyo orden responde a las necesidades de quien se le aproxima. En términos estrictos en “Rayuela” no concibe el tiempo tradicional, lo niega sólo para reconstruirlo a su favor; son los espacios en uno y para uno.

Asimismo, se adecua en una gran elipse, es decir, en cualquier capítulo la historia da comienzo y es capaz de terminar sin aviso, derogando en el lector esta característica que en otra novela del movimiento difícilmente se repite, ni “Cien años de soledad” asiente la destreza, de ahí que su narrativa resulte fascinante.

Sin embargo, el jazz como línea melódica imprime ritmos discordantes que, a su vez, aceleran o la dotan de fuerza; nunca es la misma expresión cuando Horacio Oliveira queda sumido en monólogos interiores que a manera de hartazgo avanzan con dirección a cualquier precipicio y se deja llevar por las horas en avenidas o sesiones del “Club de la Serpiente”, menos en el carácter descrito de “La Maga”, misterio de buena voluntad –¿ingenua?– que desencadena la muerte de su hijo en condiciones irónicas.

En este sentido, “Rayuela” simboliza el viaje, peregrinación que no cesa –ni tiene razones para eso–, pues no hay razones de por medio; se toma el asfalto hasta llegar a donde sea, Europa o América, da lo mismo, es buscarse y cuando todo desmorona su realidad, lanzarse al fondo es opción e impulso, vieja idea del Romanticismo que a la fecha continúa intacta.

Incluso, bajo este esquema es la novela futurista de la década de los sesenta, dictando parámetros en narradores que darán peso al estadio reflexivo de sus personajes e indagar caminos que agrupen formas y contenidos en uno solo discurso, herencia del “Boom”.

Pero “Rayuela” –como el nombre delata– también es motivo de juego, arriesgue de aquello que está por venir y cuyo equilibrio se logra por cada personaje, fuese determinante o efímero. Resurgen, también, elementos de locura y felicidad donde se confunden estadios reales con otros que son engaño de los sentidos hasta ofrecer la “contra-novela”.

Es justo mencionar que ésta cuestiona sin descanso las estructuras formales ya que no es lo mismo con otra mirada, sino una visión separada de coloquialismos pero insiste en resaltar “valores” universales, como el amor, desidia, celos, pasión y acumulados. Sí, “Rayuela” es un juego mental –no fantasía– exigiendo poder y libertad, empeño o aventura.

Es la vida de un Cronopio a partir de El Cronopio, cuya fama seguirá dando pie a tantas lecturas como ideas, legado de quien no escatimó en narrar experiencias, desaires; cúmulo de alegorías que renovaron el lenguaje con pureza de pensamiento, no como relleno de acciones apuntando a la nada, sino al vacío donde todos pertenecemos, igual que Horacio Oliveira, se quiera o no.

@Ed_Hoover