El origen de la ingeniería se pierde en la noche de los tiempos. Impulsaron su desarrollo la necesidad de tener armas y herramientas, así como viviendas adecuadas al entorno, sitios de culto religioso, construcciones defensivas y barcos, entre otras cosas.

Cuando el cartesianismo escindió  el sujeto del objeto, también separó la acción de su contenido, y comenzó un proceso que tuvo su primera expresión en el telescopio de Galileo Galilei, probablemente el primer instrumento cuyo origen estaba en una teoría matemática. A partir de entonces las herramientas, los instrumentos científicos dejaron de ser meras extensiones de los sentidos humanos y pasaron a ser aplicaciones de teorías. El conocimiento, transformado en un fin en sí mismo, se alejó cada vez más del común de la gente, se hizo materia de especialistas (científicos e ingenieros) y por un tiempo después de la Revolución Francesa se tuvo la ilusión de que los problemas del mundo se resolverían con la tecnología. El despertar de ese sueño se dio entre las masacres de dos guerras mundiales y las explosiones de bombas nucleares.

El ingeniero de  hoy debe servir a la economía global donde “competitividad” es la palabra clave. Demasiado lejos de la gente y demasiado cerca del dinero que mueve el mundo, con su secuela de corrupción, destrucción del medio ambiente y una búsqueda cada vez más acuciante de nuevos productos para vender. Atrás, muy atrás han quedado los propósitos de los ingenieros de antaño, de lograr con su trabajo una vida mejor para todos.

Pero hay grietas, resquebrajaduras por donde se atisban otros mundos, otras formas de ver la realidad. Hoy presento una historia desde otra perspectiva, la de un ingeniero diferente, que siempre puso su trabajo al servicio de la gente, que cuando estuvo en la administración pública rechazó el soborno que le ofrecían para aprobar una obra, que se enfrentó a sus superiores por hacer cumplir las normas, que siempre apoyó a quienes trabajaban con él.

Sus sueños nunca fueron de ganar más dinero sino de  mejorar las condiciones de  vida de los más desfavorecidos. Nunca militó en un partido político pero siempre supo dónde estaba el pueblo y dónde los que lo oprimían. Amó la vida, amó a la gente y puso su conocimiento al servicio de los de abajo. Por él  estudié Ingeniería Eléctrica, porque me transmitió su entusiasmo y me dio su ejemplo y su apoyo. Una enfermedad probablemente contraída en su trabajo acabó con su vida.  El sábado 17 de Junio partió para siempre, pero nos dejó un encargo: seguir reivindicando la vida y los seres humanos, huir como él siempre lo hizo, de las apariencias y las simulaciones de los poderosos, quedarse abajo, pegado a la tierra que tanto amó.

Gracias Carlos Alberto Costiglia, gracias hermano.

 

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