Lo sobresalta un silbido que pretende convertirse en ronquido.

Despierta por algo ajeno al sueño; su pecho retumba y unas gotas resbalan detrás de su oreja. El humor que despide se revuelve con el sudor; retira el cobertor húmedo y permite que el fresco de la madrugada se refriegue en su cuerpo desnudo.

Duerme así porque lavó el pijama y olvidó meterlo antes que la lluvia echara a perder su trabajo de toda la tarde.

Sus ojos revelan angustia que proviene de una historia que soñaba, pero entre más quiere recordarla se aleja como una mula desobediente. Es consciente de que no era nada grata. Quizá lo perseguían entidades desconocidas; a lo mejor era mordido por una jauría o desgarrada su espalda.

Juntó la ropa después de comer, puso la lavadora en ciclo normal y la tina en regular; vertió jabón líquido. Dejó de utilizar detergente por consejo del técnico, pues la última vez que le dio mantenimiento, despegó una capa pastosa. Según el especialista, es el fab lo que se acumula, cosa que no sucede con el limpiador líquido.

Mira hacia los lados, la oscuridad le permite percibir siluetas de los muebles y el perchero, que viste su ropa como queriendo imitar a su cuerpo. Trata de escuchar a través del hueco silencioso que la vida tiene por las noches, pero sólo una cigarra despierta y a veces el rugido de un auto conducido por un desvelado.

El sol a plomo le indicó que era el momento de echar a lavar el altero de una semana: juntó calzones, calcetines, camisas, pantalones y una chamarra  en la cual derramó el refresco durante la última fiesta.

Escucha nuevamente el latir dentro de su pecho y para la oreja para ver si hay algo en la habitación; leyó en un chisme de Facebook que cuando uno despierta por la madrugada es porque hay fantasmas observando; recorre con ojos aguzados pero no percibe movimientos, luces, sombras o cosa parecida.

Se fijó que todas las prendas fueran de color, siempre evitaba revolver las blancas para no correr riesgos; en el lavadero talló cuellos y puños de camisas y también sus trusas, por si acaso la lavadora se hiciera la perezosa.

Se queda pensando si será cierto aquello de ser observado; no hay registro de la pesadilla que lo despertó, la arritmia desaparece; permanece la sensación pegajosa y el aroma picante; cierra los ojos pretendiendo volver a dormir; unos segundos y se da cuenta que no es posible, los abre y deja que el techo sea el lienzo sobre el cual comienza a dibujar figuras borrosas, proyecciones de sus pensamientos.

El agua dejó de caer y la máquina se activó; aguardó segundos a que el jabón se mezclara y levantó la tapa para entregar aquello que por muchos días le sirvió para envolver su cuerpo.

Se rasca la cabeza todavía húmeda y gira su cuerpo hacia la derecha; acomoda la almohada bajo su cabeza y mete un poco las cobijas entre las rodillas. Cierra los ojos como si con ello ordenara a su cuerpo iniciar el viaje hacia ese lado desconocido pero vivido a diario.

Tendió la ropa bajo un sol quemante y calculó recogerla en dos horas; prendió el televisor y seleccionó Django sin cadenas; cuando Tarantino apareció en los créditos, los ojos se le cerraron y despertó con sobresalto cuando escuchó el granizo destrozándolo todo.

Lo sobresalta un silbido que pretende convertirse en ronquido; el granizo golpea junto con el chubasco que empapa la ropa ya seca. Despierta agitado y su corazón bombea con fuerza.

¡La ropa!

F/La Máquina de escribir por Alejandro Elías

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