Aún recuerdo cuando vi el primer avance preventivo, como ya es costumbre de Pixar, para promocionar su película Ratatouille, donde aparecía una rata explicando su amor a la comida mientras veíamos en flashback su desesperado intento por escapar de una cocina de un restaurante bastante lujoso.
¿En serio? ¿Una rata con temas de comida? ¿Irá a funcionar esta idea tan arriesgada?
Aunque con dudas, me lancé el día del estreno a ver la octava película de uno de los estudios más importantes de animación a nivel mundial de Hollywood, y aunque el nombre del director a cargo, Brad Bird, me daba bastante confianza, me reservé a emocionarme e incluso esperar un fracaso de la casa animadora.
Brad Bird me acompañó con sus películas desde la infancia, “El Gigante de Hierro”, una de mis películas animadas favoritas siempre, que aunque no recibió la atención que merecía, ha logrado convertirse en una cinta de culto. Asimismo, Los Increíbles, la primer película de Bird junto a Pixar logró, en mi opinión una de las mejores películas de superhéroes de todos los tiempos.
Todo esto pasaba por mi mente previo a iniciar la proyección de la cinta. La crítica especializada hablaba de una gran película, también de que el logro en aspectos de animación era soberbio y que su historia era conmovedora. Y así inició la proyección y trataré de explicar de qué forma me golpeó la cinta después de haber finalizado.
Estaba en una etapa donde recién había entrado a la universidad, a una carrera que tal vez no era lo que me apasionaba pero que aún me quedaban dudas sobre si había tomado una buena decisión o me debí dejar llevar por mi pasión.
Remy, al igual que yo en esa etapa, tenía las mismas dudas que yo, venía de una sociedad prejuiciada, su talento era incomprendido y la idea de su familia de abandonarlos para lograr explotar su talento era simplemente inaudita. Pero el destino es curioso, y lleva a Remy justo a donde debe estar, y previo a un último enfrentamiento con su padre Remy remata: ¡El cambio es nuestra opción, y se inicia cuando se decide!
Tras su valiente decisión, esta pequeña rata (que no hay que decir lo mucho que los humanos detestan a esta especie animal) deberá hacerse camino en un lugar donde es rechazada para cumplir su sueño. Y aquí es cuando aparece Linguini, un chico sin rumbo definido que encuentra su camino gracias al inesperado encuentro con esta peculiar rata. ¡La amistad como motor de vida!
Gracias a este joven humano, nuestra amiga rata empieza a hacer presencia a través de él, pero no todo en la vida es fácil y la crítica siempre forma parte de estos obstáculos a superar. Anton Ego, despiadado crítico de comida, no le hará más fácil la vida a ambos, pero al final, este antagonista logrará conmovernos con uno de los grandes monólogos que se haya visto en el cine.
La película es redonda, toca temas variados que van desde los sueños, la adversidad, la amistad, el amor, la pasión y el viaje por lograr un objetivo; y qué mejor forma que viajar a través de la tradición culinaria francesa llena de contrastes y sabores que se pueden palpar gracias a la hermosa animación de Pixar.
Además de esto, el no tan conocido compositor Michael Giaccino también se inspira en la música tradicional europea para hacer de este viaje algo memorable e inolvidable.
Esta semana Ratatouille cumple 10 años, y no ha envejecido ni un año. Es actual, la animación guarda esa frescura que la caracteriza y sigue dándonos lecciones de vida tanto a los que la volvemos a ver, como a aquellas generaciones que tienen su primer acercamiento con ella.
¡No cualquiera puede cocinar, pero sí un gran artista puede provenir de cualquier lugar!
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