Si algo está en crisis en los tiempos críticos que corren es el poder. Sin embargo es el que menos reconoce la situación y por lo tanto elude confrontar el dilema trascendente de su misión. En el camino, el que lo ejerce busca encontrar con quien pelear y en ese camino requiere inventar, crear o empoderar a alguien o algo para justificar su presencia. Pareciera como si el camino de ejercer el poder como servicio le fuera de tan difícil consecución que solo lo justifica en la pelea contra los otros “poderes”. Esta es una característica repetida en el mundo donde los presidentes han encontrado en la prensa a uno de los enemigos más interesantes de confrontar con todo el aparato del poder a su servicio. Si no es suficiente las amenazas, el cercenamiento de la publicidad estatal (que finalmente es de todos) recurre al poder legislativo con leyes que cercenan primero la libertad de prensa y luego atacan la de la expresión y si esto no es suficiente van con la justicia para sancionar duramente a quien ose meter las narices para cuestionar el poder y su mala utilización.

En este sistema de gestión en crisis el desconcierto es tan grande que el poder político solo encuentra justificación no en el objeto ni sujeto de su acción sino en la confrontación con el otro. Ahí está concentrada toda su energía, su tiempo y su esfuerzo cotidiano. “Hay que hacer algo que le duela al otro” parece ser el grito de guerra de un poder desbordado en su propia concepción y que solo se legitima en acabar con el disenso. Tenemos por eso en varias mal llamadas democracias que las calles, las protestas con toda su carga de confrontación y de sangre los escenarios en donde se disputa el poder. El espacio de las instituciones ha dejado de existir y la manipulación de las mismas es tan abiertamente injusta que la confrontación cuerpo a cuerpo es lo único que queda para desalojar a unos del poder o de los autoritarios a mantenerse con el mismo.

Esta secuencia contraria al mismo concepto de democracia que tiene en el diálogo, el disenso y la búsqueda de lo opuesto: el consenso las claves para su desarrollo se deriva por esa intolerancia del poder en lucha y en muerte. Se ha hecho tabla rasa de las instituciones so pretexto que impedían el desarrollo de la acción del gobernar y se las sustituyeron por espacios intermedios dominados por la chapucería más insultante que se diseñó con el objetivo claro de espantar toda racionalidad posible en el debate. El comportamiento de muchos es en sí mismo una alevosa contestación a la lógica más elemental y disfruta quien ejerce el poder en demostrarlo de forma burda y altanera.

La crisis del sistema es la crisis del poder solo que el político en vez de resolverlo lo profundiza y convierte a la imprevisibilidad en un factor que pone en riesgo no solo el sistema del que queda muy poco de su forma original sino de convivencia pacífica entre los miembros de la sociedad. Se ha diseñado un poder auto justificado en la confrontación, desprovista de la capacidad de hacer con el otro y aún menos: de construir consensos.

La discusión callejera es cada vez más peligrosa y el camino a una guerra civil parece ser irreversible en países como Venezuela donde el poder ejecutivo no solo demuestra una absoluta miopía sino que además insulta la racionalidad más elemental mostrando así su capacidad de expresar el poder de forma violenta y humillante.

El poder debe volver a sus fuentes primigenias. Desde lo filosófico al sentido del servicio, desde lo jurídico al respeto de las normas, desde lo administrativo a la valorización de las instituciones y desde lo ético a la trascendencia del ser humano en su disidencia más profunda y en su concepción más amplia. Todo lo contrario es simplemente: suicidio.-

 

@benjalibre