El pasado domingo 24 de septiembre los alemanes fueron a las urnas para elegir representantes del Bundestag, donde el partido de la canciller federal Angela Merkel, Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU, por sus siglas en alemán), se llevó el 33.5% de los votos; 12 puntos más que el Partido Social Demócrata (PSD) de Martin Schullz, expresidente del Parlamento Europeo; y donde la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) se alzó como tercera fuerza, con un 13.
Desde la creación del AfD como fuerza política allá por 2013, el partido populista de extrema derecha enarboló ideales como el cierre de las fronteras a los miles de refugiados económicos, que tras la crisis de 2008 emigraron a Alemania en búsqueda de mejores oportunidades laborales.
La Alternativa estaba en contra de los préstamos y rescates de economías que entonces necesitaban con urgencia de la mano de Europa: España y Grecia. Bogaban por retomar el franco y abandonar el euro ante el temor de una devaluación de la moneda común.
Los fundadores no ganaron muchos adeptos entre votantes germanos, las políticas económicas nunca han sido tan polémicas. La actitud antiinmigrante se fue colando poco a poco entre los valores del partido hasta que Frauke Petry se convirtió en presidenta del partido.
Petry fue la creadora de la nueva identidad de la Alternativa, un partido xenófobo, antiinmigrante y con tintes neonazis. La polémica estaba servida y miles de alemanes descontentos con la política de asilo de refugiados de la canciller Merkel encontraron eco a sus reclamos en la radical AfD.
La presidenta del partido de extrema derecha fue recibida por líderes como la excandidata a la presidencia de Francia, Marine Le Pen, y el presidente de ruso Vladimir Putin.
Las uvas de la ira germinaron entre los votantes tras los atentados en Berlín, donde un supuesto simpatizante del Estado Islámico arrolló y mató a 12 personas en un mercado navideño en la capital germana.
La xenofobia floreció en el discurso del AfD, miles se adhirieron a sus ideales.
El vino de aquellas uvas fue servido el pasado fin de semana en las elecciones federales, que dejó un sabor amargo en la política germana y europea.
La resaca fue inesperada. El AfD se convirtió en la tercera fuerza política en el Bundestag con un discurso populista de extrema derecha.
Merkel obtuvo una victoria pírrica. El fantasma de la Segunda Guerra Mundial, del líder tras la cruenta batalla, se manifestó en las pasadas elecciones; la Canciller deberá conjurar a los ideales universales de igualdad y fraternidad para expulsarlo.