Poner las cosas en su respectivo contexto es un consejo un tanto difícil de poner en práctica, sobre todo en tiempos de tanta ebullición. No por ello podemos darnos el lujo de obviarlo. La puja de los partidos políticos nacionales, ajustada al más puro estilo charolero y farolón del “quién da más”, torna obligado apelar con fuerza al consejo citado.

El sismo del pasado 19 de septiembre es lo que nos tiene aquí; o, mejor dicho, son las significaciones colectivas desatadas por dicha catástrofe, en una toma del blanco y negro de nuestra condición. Lo blanco, aquí, son las manifestaciones espontáneas de solidaridad y capacidad auto-gestionaría de vastos contingentes humanos, preponderantemente compuestos por los jóvenes milenials; y lo negro, por su parte, son las instituciones políticas y los políticos, sin mayor distingo de colores, cuyo cobre y miseria moral salieron a relucir, sin variar en mucho respecto de las atrocidades que usualmente cometen.

E igualmente sucede que la contienda electoral presidencial está aquí y que los principales protagonistas en ella no son los partidos ni los candidatos, sino el hartazgo social, entreverado con el enojo y el odio hacia la clase política, que confiere realce dramático a las cifras millonarias del dinero público destinadas a financiar a los partidos políticos y las autoridades electorales frente a la ingente necesidad de comida y techo de cientos de miles de mexicanos.

Y en este particular escenario se combinan la iniciativa social de reencauzamiento del financiamiento a los partidos políticos con los temores de la clase política de quedar sumida en el vacío del odio y la indiferencia ciudadanos o del resquebrajamiento del arreglo por el cual se garantiza su monopolio sobre el control de las instituciones estatales y la corrupción de sus miembros connotados a costo cero.

A trazos gruesos, he aquí el contexto significativo de la oleada charolera de renuncia o cesión de los partidos políticos de sus bolsas millonarias con cargo al bolsillo de los mexicanos, que se traducen en el sostenimiento de un juego que a casi nadie emociona ni muchos menos convence: la celebración periódica de comicios trucados.

La interrogante que hoy fluye en la coyuntura política mexicana, de este modo, es ¿qué hacer con la iniciativa priista ya en marcha, de cierto modo compartida por el frente conformado por PAN-PRD y Movimiento Ciudadano, de mudar a un modelo constitucional de financiamiento público cero o tendiente a cero a los partidos políticos, para avanzar hacia la creación de un modelo de financiamiento privado?

Al respecto, y con sobradas razones de peso, han emergido las voces de alarma sobre las insanas razones del PRI que, como partido en el gobierno y usufructuario de las redes de complicidad con quienes hacen negocios espurios al amparo del poder, advierte que tal escenario le reportaría ventajas difíciles de neutralizar sobre todo por parte de Morena. Más aún, dichas voces auguran la instauración de un esquema plutocrático abierto en el que la clase política podría intercambiar favores con la clase adinerada, con escaso riesgo de que pudiera ganar un contendiente ajeno a su beneplácito.

Sin menoscabo de las señales de alarma sobre los riesgos de abandonar el modelo de financiamiento actual, es prudente no perder de vista las señales del hartazgo y el menosprecio social por la democracia electoral y sus beneficiarios. En tal contexto, y a diferencia las voces que aconsejan oponerse a la inopinada e hipócrita propuesta de la partidocracia, cabe la insistencia en la tentativa de sacar el máximo provecho de ésta e impulsar inmediatamente la adopción de un modelo de reducción drástica de los costos de la democracia electoral, que ha de traducirse en austeridad presupuestal para los partidos políticos y la burocracia electoral.

En la visión partidocrática, el mejor de los mundos posibles por ahora es mudar a un modelo de financiamiento privado con la preservación de autoridades electorales sujetas a sus designios, para capitalizar sus oportunidades de atraer financiamiento privado, sin importar la licitud de sus orígenes.

En la visión medrosa de muchos intelectuales, el problema se restringe a defender la preservación del modelo de financiamiento público, quizás con ajustes a la baja en las asignaciones a los partidos y a los topes a los gastos de campaña, junto con el despliegue de una estrategia, por demás ingenua, de fortalecimiento de las instituciones electorales, sostenida de espaldas a la evidencia histórica de que hace mucho tiempo que éstas fueron capturadas por la partidocracia.

Más relevante que el fin mediocre de disminuir los costos de la democracia y hacer lo que se pueda para que las autoridades electorales sean menos ineptas de lo que son, a entender propio, resulta el propósito de impulsar un modelo de democracia electoral estratégicamente orientado a extirpar o cuando menos a reducir a su mínima expresión las oportunidades lucrativas. Ningún escenario mejor para los medios de comunicación que uno de competencia política sustentado en el mercado de los tiempos para la propaganda. Ningún escenario mejor para los partidos y los candidatos que uno con autoridades electorales omisas para la compra y coacción del voto.

El escenario político posterior al sismo da para apostar por la osadía de un modelo de competencia política lo más distanciado de la parafernalia mediática, que estimule la conexión entre representantes y representados y el desarrollo de propuestas de representación dignas del debate público.

Hace tiempo que la dignificación de la política dejó de ser una propuesta creíble en voces de los políticos. Quizás llegó el tiempo de vindicar una visión distinta de la política, libre de las ataduras del imaginario colectiva y de la influencia de la dañina falacia partidocrática. Frente a las voces medrosas, vale la insistencia en que lo relevante no son los partidos políticos, sino el proceso por el cual se han entronizado en dueños y señores de los cargos públicos y políticos. Dignificar la política, haciendo eco a Podemos, es a través de narrativas en las cuales los políticos y los candidatos cedan el protagonismo a formas nuevas de autoayuda colectiva.

 

*Analista político

@franbedolla