Se estima que el padrón electoral para 2018 rondará la cifra de los 88 millones de electores. 26 de éstos, tres de cada 10 en proporción, serán personas de más de 18 y menos de 30 años. Los jóvenes, así, representan la categoría etaria de mayor magnitud en la base electoral y una buena razón para sostener la hipótesis de que su papel, como nunca antes, podría ser decisivo en los resultados de la contienda presidencial.

A juzgar por el potencial de representatividad que la edad confiere a los candidatos con mayor probabilidad de ganar, esta debiera ser una ventaja y una oportunidad para Ricardo Anaya, que con sus 39 años es el candidato más joven; y, por el contrario, esto debiera ser una seria debilidad y amenaza para AMLO, que con sus 64 años es el candidato más viejo de los tres. Con sus 50 años, José Antonio Meade se situaría en la posición intermedia.

Sondeos de fechas recientes sugieren que las preferencias del voto joven se inclinan en similares proporciones ventajosas a Anaya y a AMLO, y que Meade es el candidato menos preferido, lo que en general es consistente con las tendencias agregadas de las preferencias electorales hasta el momento.

Los indicios que obran en las redes sociales, empero, resultan disonantes con los estudios demoscópicos. La figura preponderante en el ciberespacio, sin lugar a dudas, es AMLO. En torno a él se ha conformado una vasta y poderosa red de apoyo, sin necesidad de que, en lo sustancial, medien conexiones orgánicas con sus equipos de campaña ni remuneraciones para sus promotores.

Si se cruzan estos indicios con los relativos a los hábitos de los usuarios de las redes sociales en nuestro país, la conclusión es obvia: en su mayoría, los internautas se ubican en el rango de menores de 30 años, es decir, son jóvenes. Si ello es así, la pregunta relevante es, ¿cómo ha sido posible el hecho paradójico de que AMLO, el candidato presidencial más viejo, sea el que mejor esté capitalizando electoralmente el bono demográfico?

A la mano, la mejor hipótesis ancla en un fenómeno civilizatorio contra intuitivo y, por lo mismo, poco reconocido: la inflación del código de la moral en la sociedad-mundo, identificable sobre todo en la relevancia que las jóvenes generaciones suelen conferir en el marco de su proyecto y narrativa existencial a su sentido de responsabilidad ético-moral (laboral, afectivo, personal, con el entorno ecológico, los animales, etc.), una de cuyas piezas centrales es la congruencia auto exigida entre los principios asumidos y sus experiencias cotidianas.

Comentario al calce. Esta hipótesis nada contracorriente de la gratuita creencia experta de que la modernidad acusa una crisis aguda e irreversible de valores, que toma cuerpo en las narrativas más conocidas en las expresiones de “vaciamiento” moral y suele confundirse con la extinción de las ideologías o las cosmovisiones universalistas, que es un fenómeno contexturalmente distinto. Dicho sin rodeos: no existe evidencia empírica para soportar la tesis de que los valores se están perdiendo ni de que el pragmatismo se cierne como fatalidad en la era global. Más consistente con los hechos es que existen hondas fracturas intergeneracionales en la comunicación moral que alimentan dicha falacia.

La conversión de la corrupción en el tópico número de la agenda pública nacional, para no ir muy lejos, sería inentendible al margen de una lectura moral o en clave de valores sobre todo por parte de las jóvenes generaciones. El repudio hacia la política, por lo menos en su acepción de política de partidos o partidocracia y hacia los políticos convencionales, encuentra una explicación en clave de valores que son relevantes para los observadores y que en su entender han sido violados por sus observados.

La mejor conexión de AMLO con los jóvenes, de este modo, poco tiene de sorprendente. Hasta el momento, incluso reconocido por muchos de sus detractores, es el único de los candidatos presidenciales sobre el que no pesa acusación creíble alguna de corrupción.

Ciertamente, la honestidad no es virtud menor en un político que ha pasado la mayor parte de su vida en un sistema político que ha hecho de la corrupción su principio de funcionamiento. Aun así, poca justicia haría a los hechos el desconocer que el retorno anómalo de la moral en la sociedad-mundo, observable sobre todo en los habitus prototípicos de las jóvenes generaciones, es un fenómeno sin autoría ni derechos de copyright. Está ahí para quien quiera entenderlo y para quien pueda aprovecharlo; y, por lo que puede advertirse, sucede que la mejor voz para capitalizar la inflación del código de la moral es precisamente la de AMLO.

En tal contexto, la campaña de Meade puede ser descrita como la crónica de un fracaso anunciado. Su estrategia de llevar al lodazal el debate con AMLO ya probó ser contraproducente en el terreno especialmente crítico de las redes sociales, en el que los jóvenes gobiernan.  El reciente reportaje publicado por la revista Proceso sobre los manejos financieros turbios de Anaya igualmente le descolocan para competir por las preferencias del votante joven y, en términos generales, del votante axiológico.

Y, por su parte, el punto débil de AMLO es la falta de una narrativa creíble para enfrentar las acusaciones del viraje pragmático exhibido en la incorporación de cuadros políticos convencionales, tales como la ex panista Gabriela Cuevas, o incluso con pasado poco presentable.

La mala noticia para Meade y el PRI es que el votante joven no es susceptible de acarreo, ni siquiera digital, ni tampoco representa terreno fértil para la compraventa del voto. Las malas noticias para Anaya son la historia de contubernios de su partido con el PRI y su propia historia personal en la que lucen la deslealtad y los actos de corrupción.

La buena noticia para AMLO es que se encuentra en la mejor posición para capitalizar sus virtudes de persona honesta con la fortuna de un entorno que aprecia la congruencia moral. Otro asunto es si tendrá el tino y los arrestos suficientes para no dejarse comer el mandado. Las jóvenes generaciones aprecian la responsabilidad moral para sí mismas y la exigen de los políticos. En tal sentido, como en muchos otros, el futuro es de ellas, y lo quieren ya. Enhorabuena.

*Analista político

@franbedolla