El juego de estrategias en el lapso que va de la precampaña a la intercampaña es simple de enunciar: la lucha por el segundo lugar entre Meade y Anaya, para atraer y concentrar el voto útil anti-AMLO, con miras a enfrentar desde una posición ganadora al puntero; y, de parte de AMLO, la gestión observante de su ventaja, hasta hoy cómoda, a la espera del ganador de la “primera vuelta electoral” a la mexicana.
No es necesario esperar a que la intercampaña termine para colegir que la estrategia de los pretensos segundones ya fracasó; y que el ganador neto fue el puntero en discordia, que acusó un crecimiento ligero por encima de su techo de cristal mientras observó el descenso de Meade y el estancamiento con tendencia a la baja de Anaya.
De nada sirvieron los ruegos, gimoteos y berrinches de Meade y Anaya en la fase de intercampaña para subir al ring de los debates a AMLO y provocar una recomposición de las preferencias electorales.
El saldo para los opositores de AMLO es negativo. Perdieron tiempo valioso y siguen entrampados en un empate cuasi catastrófico, que ha polarizado a sus respectivas huestes y diluido las posibilidades de concentración del voto útil anti-AMLO.
La negativa de Meade a debatir sólo con Anaya y el poco entusiasmo de éste para promover un debate con Meade son los síntomas inequívocos del reconocimiento de la esterilidad de su estrategia de colocarse en segundo lugar, aniquilando a su competidor.
En el preludio del arranque formal de la campaña presidencial, sabedores de que contarán con 90 días para remontar una desventaja considerable, todo apunta a que la contienda electoral sucederá de una manera muy distinta al cálculo inicial.
Hoy, se ve muy difícil el escenario de una batalla entre dos. La coalición priista, pese al desastre de sus errores de cálculo, no muestra hoy señales de pretender “tirar la toalla” ni de abandonar la pugna con la coalición panista. Por su parte, la coalición panista muestra señales de que enderezará e incluso radicalizará la bandera anti-corrupción contra las coaliciones priista y morenista en la etapa de campaña.
Si lo anterior es correcto, fuera del cálculo y las preferencias de priistas y panistas, tendremos una campaña presidencial de por lo menos tres contendientes. No está por hoy clara la dimensión que podría alcanzar la candidatura de Margarita Zavala ni su papel que jugará en el nuevo entramado.
Su cercanía con el tercer lugar de Meade alimenta la hipótesis de que podría ser el plan B de Los Pinos, en el caso de que durante los primeros 30 días de la campaña Meade no repunte y ella, como es esperable, crezca quitándoles votos a Anaya y/o atrayendo votos dentro del segmento de los indecisos.
Si así fuese, por lo menos en el primer tercio del lapso de la campaña presidencial, se tendría un escenario con cuatro contendientes, dando por descontado que el desaseo de los presuntos independientes, Bronco y Ríos Piter, los vuelve inservibles incluso en el supuesto de que recurrieran de manera exitosa la decisión del INE.
Es demasiado pronto para anticipar cómo será el formato y la dinámica del escenario de la contienda en las postrimerías de la campaña y hacia el primero de julio. Menos lugar hay a la duda de que la decisión de Los Pinos llevará la voz cantante.
Será después del primer mes, a la vista de la correlación de fuerzas, que la coalición gobernante podría enfrentar el dilema crucial de aventurarse a un combate frontal con Morena o de promover una alternancia aterciopelada, sin tigres sueltos de por medio.
La condición para que el dilema descrito se materializara es el desplome de la candidatura de Anaya. Si eso no sucede, implicaría una estrategia exitosa de control de daños por la sangría de votos hacia Margarita Zavala y de las imputaciones de corrupción que se le siguen haciendo.
Si la candidatura de Anaya campea los temporales, el escenario de la contienda sería una lucha entre dos (AMLO y Anaya), a menos que la campaña de Margarita Zavala hubiese sido todo un hit, como el vídeo de “la niña bien”, caso en el cual el dilema de Los Pinos sería jugársela a tope con Margarita, mediante una coalición de facto con ella, para enfrentar a AMLO y Anaya; o bien, promover un pacto de alternancia con el primero.
Si las tendencias de las intenciones de voto continúan por los derroteros actuales, probablemente haya un escenario de victoria morenista por goliza. En tal caso, el margen temporal de negociación de Los Pinos sería estrecho. No es lo mismo hacerlo hoy, cuando la incertidumbre es mayor, que hacerlo desde una postura de debilidad.
Por lo que hoy puede advertirse, las huestes morenistas lucen desde hoy preparadas y dispuestas para participar en una guerra sin cuartel de fake news, que seguramente llevarán a su terreno favorito: el ciberespacio de las redes sociales.
Una nueva ironía de la historia. La hegemonía del neoliberalismo a la mexicana acusa la conversión de su pieza más fuerte, el acuerdo prianista, en su principal debilidad. En tal coyuntura, uno de los ingredientes principales es la amenaza a la libertad de EPN y varios de los miembros de su equipo cercano.
Imagino que hacia el final del camino podría materializarse para ellos el dilema crucial de aventurarse a conservar el poder cueste lo que cueste o entregar la estafeta al líder de la izquierda electoral mexicana.
En conclusión, hay baraja nueva para las elecciones de 2018 y los jugadores aún no descubren sus cartas. El resultado es de pronóstico reservado.
*Analista político
@franbedolla